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"Pensé que no te gustaban las bodas." Santiago escucha decir a una voz dolorosamente familiar, mientras la calidez de un cuerpo más pequeño lo roza ligeramente.
El aire a su alrededor es fragante con flores vibrantes, estas se encuentran dispuestas en jarrones de aspecto caro, con la superficie pintada en una hermosa combinación de blanco y azul. Una mueca de dolor aparece en su frente cuando gira su cabeza hacia un costado, revelando la visión de una Alma adulta ante sus ojos apagados. Al principio, él había arrugado la nariz ante el esquema de color incluido junto al código de vestimenta, pero ahora, mientras contempla a la castaña luciendo aquel elegante vestido, está considerando de que tal vez la situación en la que se encuentra no era tan mala.
El mayor pasa su pulgar por el botón cosido en el borde de su propia camisa blanca. Le preocupaba que sus ojos pudieran brillar con lágrimas no derramadas, incluso antes de que la ceremonia haya comenzado. No sería la primera vez que su mera presencia lo hacía llorar, pero habían pasado años desde que dejó que eso sucediera.
"No es que no me gustan." Dice, un suave susurro perdido en el ruido de los invitados y las modificaciones de último momento.
"Siempre te negaste a ir a una conmigo." Le recuerda ella, con una sonrisa en su rostro no del todo definida. A Santiago le parece un poco inquietante. Hay una tormenta silenciosa avecinándose en el rostro de su amiga de la infancia y él está abrumado con el conocimiento de que, en última instancia, frente a la tormenta, él se vuelve débil.
Odiaba esto. Las llamas parpadeantes bajo sus lenguas, las nubes grises en sus iris, la rabia que tiembla en las articulaciones de sus nudillos. Todo eso provenía de un solo lugar, su origen profundamente arraigado en las palabras de las que él había huido en lugar de enfrentarse, las palabras que había quemado. Las palabras que había reemplazado con "amiga" y "compañera" en lugar de "novia" o "amante". Odiaba los enfrentamientos en donde el silencio los ensordece y quedan con cavidades de sonido, bolsillos llenos de cosas que nunca habían dicho, pero que deseaban enormemente y debían decir.
"Era chico. No me gustaba que me pellizquen los cachetes." Santiago desvía sus palabras en lugar de decir: Porque odiaba que no fuera yo, odiaba que esos no fuéramos nosotros. Porque decir eso, decir que la quería más que a una amiga, era admitir que todos esos años, cuando Alma todavía era suave como la luna y devastadora como el cielo nocturno, su afecto había sido correspondido. Era confesar que era valiente cuando en realidad no lo era. Todavía tenía que tocar las tablas del suelo para encontrar su corazón, todavía tenía que reacomodarse para sentir su pulso.
