Capítulo Cuatro.

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Sábado, estuve toda la semana conviviendo con ese idiota y ahora puedo respirar tranquilo. Al parecer, trabaja con ese doctor en la clínica y sale tarde en la noche.

Quizás si es cierto que está detrás de su pene.

Sacudo mi cuerpo y salto por la ventana. Está anocheciendo y el frío es agradable, camino sin prisa hasta llegar a mi casa.
He visto a mi madre recorrer las calles sin descanso, también se que todo el pueblo está en mi búsqueda. La policía hasta se adentró al bosque.

Suspiro y regreso a la casa de ese chico. Mi pata está mejor, puedo asentarla en el piso sin problema.

Un coche frena frente a la casa y me oculto para ver quien es. Rousseau baja del coche y se despide de alguien, su sonrisa dura hasta que llega a la puerta principal. Me apresuro a saltar por la ventana y quedar acostado en la manta.
Él entra y al verme suspira con alivio.

—Lamento dejarte solo, pero debo trabajar.— deja la mochila a un lado y se agacha para sacar algo debajo de la cama.

Un detalle que noté, es que no tiene luz en la habitación. En el resto de la casa si hay.

—Estoy ahorrado para irme lejos de aquí.— apoya un dedo en su boca y sonríe con complicidad.
—No digas nada.

~No me interesa.~ gruño y volteo la cabeza para dejar de verlo.

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—Parece estar todo en orden, que extraño.— el doctor levanta mi pata y reprimo el impulso de morderlo.

—Le estuve dando el medicamento como dijo, quizá eso ayudó.

~¿Medicamento?~ miro al chico y gruño por lo bajo. Lo debe haber puesto en la comida.

Salimos del consultorio luego de unos minutos y tiro sin problemas de la correa para que él me siga a mí.

—¿Quieres ir al parque?

Continúo tirando hasta llegar allí. Él se sienta en una banca y respira agotado.

—Ow, que bonito.— dos mujeres se acercan y miran al chico para preguntar.
—¿Podemos tocarlo?

—No lo sé, no es muy...

Las chicas lo ignoran y terminan tocando mi cabeza. Sus manos recorren mis orejas y bajan hasta mi cuello.

—¡Qué suave!— las dejo que sigan y cuando volteo un poco, veo el dolor en la mirada color miel.
—Que bonito eres, ¿cómo se llama?

—No tiene nombre.— responde en voz baja. Se encoge más en el asiento y las mangas del suéter cubren sus manos por completo.
—Ya debemos irnos...

Lo sigo sin más y cuando llegamos a su casa, corre a encerrarse al baño y tomar una ducha. Sale a los minutos y salta asustado al escuchar la puerta siendo golpeada.

—¡Abre! ¡Sé que escondes un animal allí!

Su mirada se posa en mí y el dolor se mezcla con el miedo. No abre la puerta, se abraza a si mismo y cierra los ojos con fuerza.

—¡Abre la puerta si no quieres que llame a papá!

Eso parece funcionar, ya que se apresura a abrir. Es empujado con brusquedad y cae al suelo, Daniel patea su estómago y él se cubre inútilmente. Deja salir un grito y estira la mano para detenerlo.

Black Wolf.Där berättelser lever. Upptäck nu