Capítulo Siete.

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Desde que comencé a ser consciente de mi mismo, de todo a mi alrededor, entendí muchas cosas. En especial, la razón por la que mis padres y mi hermano no me quieren.

Daniel es sólo un año mayor, pero aún así su odio hacia mí está desde que éramos pequeños. Desde ese entonces, se aseguró de que nadie se me acercara.

Cuando cumplí mis seis años supe que nunca seríamos una familia normal, que nunca recibiría un abrazo o una palabra de aliento por parte de ellos. Entendí que, más que odio, era vergüenza lo que sentían. Vergüenza y desprecio hacia lo que era.

Entendía todo eso, pero aún así yo siempre me sentí orgulloso. No es algo malo, ni vergonzoso, ni siquiera es algo que puede causar problemas. Sin embargo, para ellos era lo peor y me lo hicieron saber a base de golpes y palabras hirientes.

La primer paliza fue cuando tenía diez años. Sin ser conciente de las consecuencias, les dije a mis vecinos sobre mi condición.

—¡Maldición! ¿Cómo puedes andar contando eso?— mi padre se me acerca con su cinturón en mano. No tengo a donde correr, ya que me encerró en el sótano y cerró la puerta.

—Pa...

—¡No me llames así!

El cuero golpea mi brazo y grito con dolor. Comienzo a llorar con desesperación y pido perdón, pero él continúa lanzando golpes sin escuchar nada de lo que digo.

—¡Eres una maldita molestia! ¿Por qué naciste así? ¡Das vergüenza!— sus gritos se vuelven aterradores, toda su presencia lo hace.

Desde ese día, comencé a actuar reservado. No salía de la casa, sólo lo hacía cuando tenía clases y en la escuela no hablaba con nadie. Mi hermano se aseguró de que no lo hiciera.

Los maltratos siguieron por años, pero todo empeoró cuando cumplí los dieciséis.
En la escuela se enteraron de mi gusto por los de mi mismo sexo y también sobre mi condición. No sé cómo sucedió, de un día a otro todo se vino abajo.

Mi hermano andaba furioso, tanto que casi me mata a golpes. Mis padres decidieron dejar la ciudad y buscar un pueblo en medio de la nada. Con ayuda de mi tío, lo encontraron y recibimos el permiso del dueño para comprar la casa.

El señor Müller fue la primer persona en tratarme con amabilidad, hasta me dijo que podía buscarlo en caso de algún problema. Quizás, ¿él sabe de mi condición?

El pueblo es pequeño, el clima es frío y todo alrededor es bosque. Pensé que todo iría bien, al menos podría pasar desapercibido, pero mi hermano se encargó de crearme una mala reputación.

El señor Müller fue amable y creí que su nieto también lo sería. Me equivoqué y pagué por ello.

—No me toques.— su tono lleno de asco me hace encoger más. Retiro la mano con prisa y las oculto bajo mi suéter.

No le agrado, a nadie de aquí. Recibo los golpes de mi hermano en la casa y de ellos en la escuela, incluso en la calle recibo miradas de desprecio.

¿Por qué es así?
Ni siquiera me conocen, sólo siguen lo dicho por mi hermano.

Soy tan patético, no sé defenderme y dejo que me golpeen tanto como quieran. Quizás muy en el fondo espero no sobrevivir a algunas de esas palizas y así descansar en paz. Cómo ahora, los amigos de Müller me golpearon y me dejaron en medio del bosque.

Ya no quiero seguir. Tenía la ilusión de completar lo que me falta y así mudarme lejos de mi familia, lejos de todas esas miradas de odio. Sin embargo, ya no quiero luchar por algo que jamás llegará.

—No te toqué, lo siento.— mantengo la distancia de ese gran perro. Mis brazos duelen, pero aún así uso las mangas de mi suéter para cubrir mis manos. Incluso para un animal mi toque es desagradable.

Black Wolf.Where stories live. Discover now