Capítulo Cinco.

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—Ve al hospital, Thiago.

—Primero revise al cachorro.

Ambos se miran y el doctor termina por suspirar. El chico está sentado en la cama, alejado de mí, mientras que el doctor está agachado a mi lado.

—Estuve averiguando y nadie de aquí conoce a este animal, será difícil encontrar a alguien que lo quiera.— sus manos presionan alrededor de mi estómago y gruño para que se aleje.
Me mira con reprimenda y se levanta, va hacia el chico y lo levanta.
—Está sangrando mucho, vamos.

—Pero él...

—Thiago.— su tono es severo y el chico se queda callado, deja que lo saque de la habitación. Miro por la ventana y veo el mismo auto de la otra vez.

Suspiro y me acomodo en la manta. No quería morderlo, pero él insiste en querer tocarme.
La puerta se abre de golpe y levanto la cabeza para ver quien es.

—¿Qué me ves? Estúpido animal, agradece que no le dije nada a mis padres.— camina hasta el armario y saca un pequeño bolso. Lo abre y saca varios frasquitos blancos, el ruido me indica que están llenos de pastillas.

¿Por qué tantas?

Comienza a contar y lleva el celular a su oreja.

—Hay veinte frascos, tiene hasta para fin de año. Sí, mamá, nadie lo sabe aquí. No te preocupes, yo tampoco quiero que sepan, sería vergonzoso...

Acomoda todo y sale de la habitación.

¿Qué están escondiendo? Está familia es extraña, me sorprende que mi abuelo aceptara tal cosa.
Cómo sea, no es mi problema. Mientras que no involucren a mi familia.

Salto por la ventana y sacudo mi cuerpo antes de emprender camino.
Mi casa está rodeada de guardias y todos se mueven de un lugar a otro. Me quedo sentado, alejado para no provocar problemas. Las horas pasan y el sol se va ocultando.

Resoplo resignado y regreso a la casa de ese chico. Las personas ya se acostumbraron a verme pasear de un lado a otro, creo al tener el arnés piensan que tengo dueño.

Las luces de la casa están apagadas. No se escucha ningún ruido.
Salto por ventana y veo el bulto en la cama, me acerco y el olor a analgésico me hace arrugar la naríz.

El chico está dormido, lleva un vendaje en su brazo y otro en su mano. Su ceño está arrugado con dolor y se queja entre sueño.

Tengo curiosidad sobre esas pastillas. No he visto que las tome.
Voy hacia el armario y empujo la puerta corrediza, saco el bolso y me las arreglo para abrir el cierre. Los frascos no tienes etiqueta, sólo llevan el nombre del chico.

—Oye, ¿qué haces?— su voz adormilada me hace saltar un poco.
—No puedes tocar eso.— se levanta y camina hasta mí, pero se frena y duda en seguir.

Me tiene miedo, aunque intente ocultarlo.

—¿Tienes hambre? Traeré tu comida ahora.— va hacia la puerta y mira sus manos antes de abrir. Se le debe dificultar, ya que ambas extremidades están heridas.

Bajo la cabeza y continúo viendo los frascos. ¿Será que está enfermo?

—Aquí tienes, tu bebedero está limpio también.— asienta el plato al lado de mi manta y se aleja hasta sentarse en la cama.
—Mañana saldremos a buscarte una familia, quizás alguien pueda tenerte. Por supuesto, tiene que gustarte a ti también.

Lo observo por un largo rato, se pone nervioso y aparta la mirada mientras baja las mangas de su pijama hasta cubrir sus manos.

—Te pareces a alguien...— dice en voz baja.
Me levanto y voy hasta donde está el plato con la comida. Agradezco enormemente que no me dé ese alimento especial para perros.

Black Wolf.Where stories live. Discover now