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No era la primera vez que lo hacía y ya me tenía harto. Miguel, antes de ser bajista, era mi amigo; quizá fue esa la razón por la cual consideré en un principio que tocar juntos sería una buena idea. No es que fuera malo, en lo absoluto; no era el mejor tampoco, pero era un músico decente. Y si antes que músico era mi amigo, él antes que mi amigo o cualquier otra cosa, era un borracho. Sé que te reirías de mí, que me preguntarías quién soy yo para juzgar a nadie; no se trataba de que se perdiera por completo, con más pasión por el apagón que por el alcohol, sino su habilidad de escoger siempre los peores momentos en los que sacar a relucir sus nada encantadores hábitos.

Así que esa noche, cuando después de buscarlo como loco hasta debajo de los bancos, lo fui a encontrar casi derretido sobre el suelo del último cubículo del baño, empapado de vómito y lo que tenía la fe de que al menos fuera su propia orina, supe que por fin había atravesado mi límite.

Las primeras cachetadas que le di, esperando regresarlo a la conciencia, fueron exploratorias; las últimas ya llevaban saña.

—No va a despertar por más putazos que le des. —Jacobo, que ya también estaba al borde de su paciencia, se pasó las manos por el cabello y acabó derrotado contra la pared.

—Siempre es lo mismo con este pendejo.

Daban apenas las once y no estaba seguro de si las náuseas eran producto del estrés o del hedor espantoso, por lo general, no aparecían hasta bien entrada la madrugada. Contemplé el cuerpo inerte de Miguel, dejándome llevar un instante por los pensamientos entintados de la misma oscuridad que ocupaba el departamento. Lo imaginé con la piel gris, a punto de ahogarse en su vómito en completa soledad, sin que nadie escuchara su lucha por tomar aire por encima de la música. Y, en el momento, pensé que se lo merecería. Sin embargo, antes de que pudiera tirar de esa idea de la misma forma en que lo hacía con mis cutículas: sin darme cuenta hasta sentir el ardor, la rabia fue redirigida.

—Uy, no se ve que ese se vaya a levantar pronto para tocar.

Te vi antes, más temprano esa noche. Habías pasado casi la semana completa sin dar problemas, tanto así que creí que en algún punto te diste cuenta de que dejarme en paz era tu mejor opción. Y cuando entré y te vi, y supe que me viste también, pero no te acercaste, pensé que al menos podría soportar tu presencia lejana mientras resolvía cómo deshacerme por completo de ella. Me apresuré, pequé de demasiada esperanza, y esas cosas siempre me jugaban en contra.

—Que te valga madres, ¿no?

No tuve que voltear a verte, te reíste por lo bajo, pero lo suficiente alto para que yo lo reconociera a pesar de la música amortiguada por las paredes. Lo que sí vi, fue la expresión de Jacobo, que precedió a un largo suspiro de cansancio. Dejé caer la cabeza contra las baldosas, barajando las opciones, que no eran muchas.

De pronto todo parecía más callado, tanto así que sin girar la cabeza el eco de tus pisadas me ayudó a trazar un mapa mental de tu desplazamiento. Primero hacia mí, después te desviaste a los mingitorios. Le siguió de un cierre y la caída del agua.

—Supongo que entonces van a cancelar su show. —Hablabas por encima del sonido de tu orina con una cotidianidad que habría hecho pensar a todos que era genuina, pero no a mí. Contigo las cosas no eran nunca casuales. Levanté la cabeza para mirar la bombilla en busca de claridad, lo que me encontré en el camino fue a Jacobo, pidiéndome en silencio que no cayera en el juego, que ya teníamos suficiente para que nos metiéramos en otro problema.

—Deja de joder.

—Yo solo digo... —Te escuché subirte el cierre una vez más, antes de ahora sí dirigirte hacia mí. Me encaraste, con una expresión que me desconcertó por un momento, una bastante complacida, que no estaba ensombrecida por tus amagos de culpa, como todas las demás—, que conoces a alguien que toca, y se sabe tus canciones. Las viejas, al menos. No es necesario que canceles.

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⏰ Last updated: Mar 23 ⏰

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Toda esta oscuridadWhere stories live. Discover now