39 - La feria del pueblo

355 41 26
                                    

Las dos semanas siguientes transcurrieron tranquilamente, con esa paz de pueblo chico que tanto añoraba Savannah desde que se había mudado a Los Cerezos.

Fueron con la abuela a comprar pintura, pinceles anchos y otros más angostos, papel de lija y algunas lonas de protección. Bajo la atenta mirada de Soraya pasaron los días pintando el interior de la cabaña y barnizando nuevamente las puertas y marcos de madera.

En todo ese tiempo, Casey cumplió a rajatabla su promesa como toda una caballera, manteniéndose dentro de los límites de la amistad; ni una sola vez se insinuó a la Omega, por mucho que la otra (secretamente, sobra decir) lo deseara. Hubo roces, por supuesto, que en general provenían de Casey (¡es que no podía evitarlo!) y que Savannah desde ya no rechazaba (¡eran más que bienvenidos!). Mucho sostenerle la mano cuando la ayudaba a bajar o subir a su auto cuando iban de compras, mucho acariciarle suavemente la cintura cuando le cedía el paso, mucho tocarle los dedos cuando le alcanzaba algo, pero no pasaba de allí. Es que la Alfa, a pesar de sus dichos (y de su muy loable intención de comportarse 'apropiadamente'), de verdad necesitaba el contacto físico con la mujer de ojos verdes. Si siempre la había amado, ahora, compartir el día a día con ella en Las Cumbres la había hecho amarla mucho, mucho más, porque si lo de antes era un sueño, un anhelo, lo de ahora era la realidad, y esa realidad le calentaba el pecho como una tibia manta en invierno.


>.<


Una semana y un día. Clavaditos, exactos. Sólo una semana y un día y Savannah regresaría a Los Cerezos. Casey se había autoimpuesto disfrutar cada minuto como si fueran un regalo del cielo. No iba a permitir que la tristeza la alcanzara, ya habría tiempo para eso. Ahora lo importante (¡lo único!) era que estaban juntas. Savannah era su Omega destinada, lo sabía desde hacía años, pero ahora, compartiendo juntas todos y cada uno de esos maravillosos momentos, lo reafirmaba con indiscutible certeza. El problema era cómo iba a sobrevivir cuando la Omega se marchara.

Tenía una idea de lo que haría después: primero lloraría mares de lágrimas abrazada a sus hermanas, luego programaría un viaje a un lejano continente (en lo posible llevando sólo una mochila) y se lanzaría a caminar a través de ciudades, rutas y bosques hasta que se topara con el océano, se subiría a un avión y seguiría por otro continente, y así sucesivamente hasta dar... ehhhhhhhhhhhh... ¿cuántas vueltas al planeta serían suficientes para olvidar a Savannah? ¡¡¡¿Olvidarla?!!! ¿Es broma? ¡Nunca podría olvidarla! Tal vez, y con un poco de suerte podría mover su recuerdo a un costado de su corazón, o esconderlo en las profundidades para seguir adelante con su vida después de caminar vaya a saber Dios cuántas vueltas alrededor de la Tierra.

Sin embargo, había una cosa más que Casey deseaba antes de la partida definitiva de la mujer de ojos verdes, algo que estaba por encima de todas sus fantasías. Era el deseo que pedía cada noche antes de acostarse debajo de la ventana con vistas a la casa de su vecina, la frutilla del postre, la culminación de todos sus sueños y esperanzas; y esto era, ni más ni menos que dormir con Savannah. No hacer el amor con ella, que sí lo deseaba y con toda su alma, sin embargo lo que Casey de verdad anhelaba era dormir (sí, sí, dormir, así como suena, sin ninguna doble intención) junto a Savannah. Quería envolverla en sus brazos, sentir el calor de su cuerpo desnudo pegado al suyo, rozar su nariz en el cuello de la Omega, perderse olfateándola una y otra vez, acariciarla hasta que se le acalambraran los dedos, y cuando el sueño las reclamara, escuchar la lenta cadencia de su respiración como un arrullo hasta que ella misma se quedara dormida. Despertar junto a la mujer de cabellos negros al día siguiente, hacerle abrir los ojos sólo con besos, acurrucarse juntas para ver despuntar el amanecer, y en el momento en que la luz del sol la obligara a salir de la cama, se levantaría para prepararle los más sabrosos bocaditos de carne o pollo para desayunar, y se los llevaría en una bandeja con una flor, porque ella era así de cursi y le encantaba serlo, sobre todo con Savannah. Y al imaginarse todo eso se le llenaban los ojos de lágrimas y apartaba la vista, porque no quería que la Omega se enterara que ella, una semana antes de su partida, ya tenía el corazón hecho trizas.

Lo que recuerdo de ti (Omegaverse Yuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora