CAPITULO 12

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    *⁠.⁠✧ CAPITULO 12: SOMBRAS EN EL TEMPLO.

    Caminé por los pasillos de piedra del antiguo templo, sintiendo el eco de mis pasos resonar en las paredes decoradas con antiguos grabados y esculturas de todos los dioses. Mi destino era la imponente sala del altar, un lugar al que debía acudir cada día para cumplir con el ritual de veneración a Drakkaron, la divinidad venerada por generaciones en este lugar sagrado.

    Al entrar en la sala, mi vista fue recibida por la magnífica estatua del Dios de la Paz y la Guerra, esculpida en piedra y bañada por la luz tenue de la luna que se filtraba desde las altas ventanas. Siguiendo las instrucciones que Katherine me había dado, me arrodillé ante la estatua y comencé a recitar las palabras de la oración. Sin embargo, en mi mente, sabía que estas palabras caían en el vacío, dirigidas a una deidad cuya existencia misma era cuestionable.

    — Parezco una tonta aquí rezando — murmuré en mi mente mientras seguía con el ritual —. Pero supongo que es mejor estar segura que arrepentida — una risita se escapó de mis labios. Mi mente se llenó de pensamientos mientras continuaba con el rito, compartiendo con Drakkaron mis preocupaciones y temores. Le hablé de mis dudas sobre la realidad de su existencia y de mis miedos respecto al plan maquiavélico de Lara, esperaba que mis padres se hubieran dado cuenta de cómo era ella en realidad.

    Cuando terminé mis plegarias, me levanté del suelo y me preparé para salir de la sala. Sin embargo, algo me detuvo. Un ligero ruido, apenas perceptible, resonó en el aire, como el susurro de unas pisadas lejanas. Fruncí el ceño, tratando de identificar el origen del sonido, pero no encontré nada más que las sombras danzantes que se proyectaban en las paredes.

    Sacudiendo la cabeza para desechar mis preocupaciones, me dirigí hacia la salida. Pero el sonido persistió, como un eco persistente que seguía mis pasos. Me detuve en seco y me volví hacia la oscuridad de la sala, sintiendo una punzada de inquietud en el fondo de mi mente. ¿Quién podría estar allí, observándome en la penumbra?

    Decidida a no dejarme intimidar por mis propios temores, avancé con determinación por los pasillos del templo. Las sombras parecían cerrarse a mi alrededor, susurrándome secretos antiguos que se desvanecían en el aire.

    De nuevo, escuché aquellos pasos que resonaban por los pasillos. Me giré esperando con encontrarme alguna figura, pero no, nada. Me lo estaría imaginando. Sería cosa de mi cabeza. Estar aquí me iba a volver loca, sobre todo si solo llevo aquí un día y ya estoy así.

    Finalmente, llegué a la habitación común, donde las demás sacerdotisas ya estaban descansando en sus lechos. Me deslicé en mi propia cama, sintiendo el suave roce de las sábanas sobre mi piel cansada. Cerré los ojos y dejé que la oscuridad me envolviera, llevándome a un sueño inquieto lleno de imágenes fugaces y sombrías.

    Al despertar, el sol brillaba débilmente a través de las ventanas, iluminando la habitación con una luz pálida y tranquila. Me levanté con pesadez, sintiendo el peso de la noche anterior aún sobre mis hombros. Mis compañeras se despertaron una por una y nos dirigimos juntas hacia el comedor para el desayuno.

    Me senté junto a Katherine. Mientras tomaba mi café le pregunté:

    — ¿Quiénes vivimos aquí, además de nosotras y la Suma Sacerdotisa? — pregunté, buscando respuestas a las preguntas que habían estado rondando mi mente toda la noche, sobre lo ocurrido ayer al anochecer.

    Katherine me miró con una sonrisa sabia y asintió con la cabeza.

    — Aparte de nosotras y la Suma Sacerdotisa, durante el día suelen venir personas devotas a rezar o buscar orientación. Pero por la noche, somos solo nosotras y... Drakkaron, claro.

    Me quedé pensativa ante sus palabras, preguntándome qué significaba la presencia de Drakkaron en las horas nocturnas. ¿Acaso la deidad descendía de su pedestal de piedra para caminar entre nosotras en las sombras del templo?

    — ¿Qué significa... Qué significa eso? — le pregunté algo confusa y aturdida.

    — Bueno, eso piensan algunos. Yo no mucho, creo que en él. Pero no creo que se esté paseando por este templo en vez d estar en el... ¿Reino de los dioses? — se cuestionó ella misma —. No sé. Después de que se fueran de los nuestros, se crearon el suyo propio. Así que sí, están en el reino de los dioses.

    — Que rollo — le susurré.

    — Ya.

    Después del desayuno, cada una de nosotras se dispersó para cumplir con nuestras tareas diarias. Yo me dirigí a la Biblioteca, donde pasé el resto del día acabando de copiar los antiguos textos sagrados que guardaban en la Biblioteca. 

    Cuando por fin terminé mi tarea, el sol ya comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. Me estiré y bostecé, sintiendo el cansancio acumulado en mis huesos después de tantas horas de trabajo.

    Con paso cansino, me dirigí hacia el comedor para tomar algo de comida antes de ir a descansar. El día había sido largo y agotador, y ansiaba la comodidad de mi cama y el calor reconfortante de las mantas.

    Después de comer algo, me dirigí una vez más hacia la sala del altar. La oscuridad envolvía el templo cuando llegué, me arrodillé ante la estatua de Drakkaron y cerré los ojos, dejando que mis pensamientos se desvanecieran en la oscuridad de la noche.

    Entonces, escuché un sonido detrás de mí, el suave roce de tela sobre piedra. Me volví lentamente, sintiendo el corazón latir con fuerza en mi pecho. Y allí, arrodillada ante la estatua, vi la figura de alguien que conocía demasiado bien.

    La figura estaba envuelta en sombras, apenas visible en la penumbra de la sala.
   

La Prisionera Del Templo.Where stories live. Discover now