Capítulo 11.

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Princesa Anya.

3 de abril de 1885.

—Jamás te había visto en pantalones. —Zachary no deja de mirarme al pasar frente a él.

—Los he usado siempre que tengo una lección. —Tomo una de las espadas balanceándolo para sentir su peso hasta que consigo una que se adapta a mi—. Solo que siempre coqueteabas con las doncellas del castillo cada vez que ibas a Avanya a «verme».

Mi último comentario no le afecta.

Estamos en el lado este del castillo para un combate de espadas. Yo le propuse el combate hace un día, su rostro se iluminó en una sonrisa, se acerco a un lado de mi rostro y me susurro:

—Está bien, pero si gano el combate quiero una recompensa por ello.

Su aliento chocaba con mi oreja, mi espalda involuntariamente se arqueó ante él. Puede que en algunos momentos pueda ocultar las reacciones de mi cuerpo cuando él está cerca, pero al bajar la guardia y Zachary está viéndome, sonriendome, o busca alguna forma de tocarme haciendo que sienta cosquilleo en mi cuerpo.

—¿Es un atisbo de celos lo que escucho? —Puedo jurar que su sonrisa es más grande.

Me giro con la espada y planto frente a él en posición. Nuestros pasos son sigilosos formando un círculo en el suelo, duramos eternos segundos haciéndolo, ninguno de nosotros quiere iniciar el duelo; pero Zachary se harta y da el primer golpe, las hojas de nuestras espadas hacen un ruido estremecedor. Bloqueo con mi espada y con fuerza lo empujo con mi espada perdiendo su posición inicial.

Zachary no es de los hombres que se rinden tan fácil, y lo tenía muy en claro en los juegos que se me permitían estar cuando se juntaba con mi hermano, perder no estaba en su vocabulario, como tampoco estaba en el mío, nos parecemos mucho en lo que a eso se refiere.

Deja de tomar el mango de la espada con las dos manos y aprovecho pateando su muñeca haciéndolo soltar la espada, lo empujo y dejo la espada frente a sus ojos que están atentos a mi acompañados con una sonrisa.

—No hay recompensa para ti. —Con la punta de la espada levanto su barbilla—, principito.

Zachary vuelve su expresión algo confusa al llamarlo de esa forma.

Aparto la espada. Él se levanta aislado en sus pensamientos. En los últimos días él me ha estado... cortejando, suena extraño llamarlo de esta manera, porque es usual en un hombre al querer conquistar una mujer y así, pedir su mano; sin embargo, es de Zachary de quien estamos hablando, el hombre que pisaba mis vestidos, me hablaba de forma despectiva y que hace poco se escapa a hacer visitas nocturnas. No estoy al tanto si aún lo frecuenta, pero no he vuelto a escuchar susurros de guardias y doncellas sobre el asunto.

—¿Te encuentras bien?

Zachary suspira y asiente.

—Lo estoy. —Agarra la espada del suelo y la deja en el estante.

«Supongo que no habrá otro duelo».

Imito su acción presenciando su perfil reflejando lo disperso que está en sus pensamientos.

—Zachary... —cuando mi mano hace contacto con la suya apoyada en el estante, mi tacto no dura mucho tiempo en contacto con el suyo, él lo revoca con rapidez. A la vez yo hago lo mismo.

—Lo siento —dice de inmediato.

—No hay necesidad. —Y como es costumbre estamos en un silencio denso, pero fugaz—. Zachary, ¿realmente te sientes...?

El bosque de Westfell.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora