¿Tú me haces sentir especial?

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Capítulo  3

Fuertes estruendos sonaron en la puerta, y de la nada la voz de Jazz me regresó a la realidad.

—Mau —dijo con voz áspera—, ¿qué vamos a hacer?

Fueron las palabras punzantes de Jazz las que me sacaron de este trance en que el tiempo parecía detenerse.

—Estás loco, no sabemos quiénes son. —Ya escuchaste, es la policía. —¿Y si algo nos pasa? Tenemos niños —dijo él colocándose detrás de la puerta y a punto de tocar.

Ya que tenía la llave al lado de su pierna, la tomó, colocó la chapa y con unos cuantos giros, abrió la puerta.

—Disculpa. Buenas noches —dijo una voz ronca de un hombre con traje de policía y capucha.

—¿La casa hogar Renacer, si es ésta? —dijo Mau con la voz más frágil que le he escuchado.

—Baja al chico —le ordenó a otro de sus compañeros volteando a la camioneta negra custodiada por dos policías más.

—Perdón. Bajen al chico —dijo Jazz.

—¿Qué chico? —dije yo al unísono, más desconcertado que ella.

—Un traslado. ¿No les notificaron? —dijo él , mirando al suelo sin importarle nuestras caras de incredulidad.

El policía ordenó a su compañero:

—Bájenlo, por favor.

El otro policía continuó jalando al chico del brazo y lo bajó con una facilidad que parecía un muñeco de trapo.

Vestía ropa negra. Era un adolescente. Traía algo de ropa. El cabello castaño, ojos cafés, tez blanca, y unas cejas muy pronunciadas.

—¿Puede firmar el ingreso? —me ordenó el policía.

—Claro, un placer —agregué.

Y así, sin más, el policía cruzó el umbral de la cochera, y yo procedí a cerrar.

Cuando nos dimos cuenta, el chico estaba recargado atrás de la puerta aún cerrada, y poco después apareció Rafa.

—Era un ingreso —dijo como si fuera cualquier cosa.

—¿Y ahora qué hacemos? —dijo Jazz—. Yo no he recibido niños.

—Yo tampoco, y creo que nunca lo había hecho. Llévalo a dormir. Ni siquiera sabemos si habrá comido.

—Okay, lo redacté en el chat de cuidadores. Chico, ¿cómo te llamas? —pregunté.

—Cristiano —contestó con una voz que parecía helada como el hielo.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté.

—17 —respondió.

—Te puedes recargar en la pared. Necesito tomarte una foto. Descubre tu rostro y baja la sudadera, por favor —procedí y tomé la foto.

Siendo las 12, la subí. Nadie contestó.
A lo que solo dije:

—Bueno, todos a dormir. Se ha acabado el show. Voy con las niñas —agregó Jazz—. Oye, ven, sígueme —ordené, dirigiendo mi mirada de nuevo al chico

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