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La despedida ha sido mucho más difícil que la última vez.

Pero esta vez tiene a alguien a su lado que lo acompaña en el camino. Que velará para que no se haga daño. Que lo amará bajo el amparo de las estrellas. Que tomará su mano afrontando obstáculos.

A Midoriya los remordimientos y la duda de haber aceptado los sentimientos de Bakugou le siguen atormentando. Sabe que el sueño terminará en cuanto regresen a palacio. Que dejará de ser su amante para seguir siendo su médico y las miradas, las sonrisas, los dedos entrelazados, las batallas de cosquillas bajo las sábanas, la forma dulce de mirarse, los lentos que son sus besos al comerse, y su amor al pronunciar sus respectivos nombres no tendrá cabida entre los ladrillos fríos, contaminados y corruptos del enorme palacio y quienes deambulan por los alrededores.

Pero no quiere pensar en ello.

Quiere disfrutar de ese sueño hasta el final.

-¡¡Mirad Izuku!! ¡Es el mar!

Bakugou se pone de pie en el carro que su madre le ha prestado para continuar su viaje. Midoriya no puede apartar la mirada de su rostro brillante de felicidad.

-¿Queréis que nos detengamos un momento?

No hace falta responder. Bakugou salta con agilidad para después ayudarle a bajar y correr hacia la solitaria orilla agarrados de las manos.

Llena los pulmones con cada intensa respiración de salitre. Cierra los ojos disfrutando del maravilloso sonido de las olas alcanzar sus desnudos pies. El tacto de la arena. La brisa marina. El sonido de las gaviotas.

Todo eso transporta a Bakugou a aquel maravilloso día donde viajó con sus padres conociendo por primera vez el océano. En aquella ocasión no pudo conocer la sensación fresca del agua colarse entre sus dedos al ser invierno pero ahora...

-¡¿Qué estáis haciendo?!

-¡Vos qué creéis!

Toma en brazos a Midoriya para entrar veloz al mar zambulléndose abrazados siendo rodeados por las refrescantes burbujas.

-¡Es-estáis cof cof totalmente loco!

La risa de Bakugou es su alcohol favorito.

-Loco por vos, Izu.

Ambos saben a sal.

****
-El paisaje ha cambiado de forma muy brusca.

Murmura Bakugou llevándose de vez en cuando la mano al pecho donde esconde bajo la camisa la cruz dorada de su padre.

Y sí, de un día para otro, el camino tomado en busca de aquel que le ayudará a curarse ha pasado del verde de los árboles frondosos de un inmenso bosque a otro totalmente distinto donde la muerte les acecha.

Altos árboles secos, muertos, blanquecinos, le van allanando el camino a pesar de la espesa niebla que llevan como compañera un buen rato.

El cielo ya no es azul, es blanco.

Los pájaros ya no cantan, está todo en silencio.

Las pisadas bajo la gravilla de tierra ceniza es lo único que les consigue asegurarse de que no han perdido el oído.

Y la voz dulce de aquel que sigue a su lado.

Bakugou no entiende por qué Midoriya no luce ni un ápice asustado. Al contrario, su fuerte valentía por liderar la marcha le hace estremecer y sentirse protegido sin necesidad de portar una espada.

Mi Vida Por La VuestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora