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「Dim Jackellman」

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Dim Jackellman

No quiero decir de qué soy capaz, no me interesa que me crean o no; no quiero gritar amenazas, no quiero que me teman o me subestimen; yo quiero actuar. Voy a actuar, mis víctimas temblarán de pavor antes de sentir la muerte. Todos los miserables que infundieron miedo en Cecilia esta última noche, verán a los ojos al verdadero demonio mientras agonizan del más infernal dolor.

De momento, debo calmarme. No puedo actuar ya. Dago debe estar alerta, sabe que me venció esta vez, debe creer que lo atacaré en venganza. Lo atacaré en venganza, pero no ahora, lo haré en su momento para hacerlo bien. Cortaré las manos que tocaron a Cecilia, arrancaré la lengua que saboreó los labios de Cecilia, reventaré los ojos que miraron a Cecilia, perforaré el cerebro de Eastman para que no quede en él rastro de la existencia de Cecilia.

Nadie toca los juguetes del demonio, carajo.

Quiero, intento y me esfuerzo por no estar enojado con Cecilia. Una parte de mí me dice que ella no tiene la culpa de haber sido manoseada y besada por otro hombre, pero, otra parte de mí grita con histeria que me enoje y punto. Tiemblo de rabia imaginándola debajo de Dago. Sé que sufrió de miedo en posesión de él, pero la misma voz histérica que quiere verme mal me intenta convencer que lo disfrutó. Maldita sea mi mente enferma.

Perdóname, Cecilia, si es que sigo ardiendo en rabia hacia ti no es culpa tuya, tampoco es culpa mía, es que soy un maldito enfermo, manipulado por su mente enferma.

—Buen trabajo, señor Jackellman —George acompaña sus palabras con una sonrisa gentil luego de verter té caliente en la taza frente a mí.

—¿Qué trabajo hice? —pregunto mirando hacia afuera por la ventana.

—Rescató a la señorita Rosenheim y la trajo a salvo.

Solo fui por ella. Cecilia, realmente, nunca estuvo en peligro, Eastman no le hizo ningún daño, solo infundió miedo en ella mientras me demostraba que está un paso por encima de mí.

—A las nueve en punto, Cherry desayunará conmigo, ve a calentar el agua para su té.

—Lo que ordene. Permiso.

Cecilia Behnke - Cherry Rosenheim

A las 8:59 de la mañana estoy corriendo la silla para sentarme a la mesa. Dim, frente a mí, luce como si hubiera dormido nueve horas, está recién bañado, arreglado para cambiar vidas por cifras de dinero e incluso huele a colonia. Desde que me di un baño me siento viva otra vez, me puse ropa nueva y dejé mi pelo suelto para que se secara.

Dim no me pone atención, lee unos papeles que parecen más importantes que yo, más importante, incluso, que su desayuno servido. Para los dos hay una taza humeante de té y distribuido alrededor de la mesa, distintos platillos, dulces y salados para que el amo y señor Jackellman no se quede con las ganas de comer nada.

©Con sabor a cereza y aroma a pólvora |+21|Where stories live. Discover now