Capítulo IX

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«—¡Mi niña, por favor!

Las pisadas en el piso eran una tortura, el sonido que rebotaba en las paredes era abrumador. Sus pies eran pesados, ahora notaba que el piso era tan como un pantano que le impedía avanzar. Sus gritos se escuchó en el pasillo, sentía que la respiración se le acababa y fue sumergida en contra de su voluntad. Luego cayó aparatosamente, rodando en una locación totalmente diferente, con el vestido pulcro, pero sumida en una absoluta oscuridad.

—¡Lady Elle, por favor!

A medida que avanzaba un extraño sonido se escuchaba más y más fuerte. Había algo horrible tras la última puerta del pasillo, pero era guiada por su curiosidad o quizá una fuerza sobrenatural, entonces lo escuchó. Era un grito que se apagaba poco a poco.

¿Y la voz?

Era de su querida nana. Luego se volvió más fuerte, acompañado con el golpeteo constante. El piso se rompió, hundiéndola en una profundad oscuridad una vez más. Cuando su cuerpo tocó el piso de piedra, le dolió levantarse. Eliana sentía que cada hueso dentro de ella se habían descolocados, lentamente se puso de pie. Sus ojos se abrieron enormemente, cuando sintió aquellos pies en su hombro, la cuerda tensa sonó y esta vez ella elevo la mirada, encontrándose con la expresión misma de muerte, retrocedió horrorizada y el frio le calo huesos. Un viento fúnebre elevó sus vestidos, sintió que alguien la abrazaba por detrás y ella forcejeo.

—¡Te lo advertí! ¡Nadie me rechaza!

—¡No! —gritó y lloró. Todo se puso aún más confuso nuevamente.

Una niebla la rodeo y podía sentir sus puercas manos sobre ella.»

—¡Despierta!¡Despierta, maldición!

Eliana golpeaba el pecho de su salvador con la poca fuerza que tenia. Finalmente abrió los ojos, estaba llorando y la garganta la tenía seca. Siempre que tenía estos episodios despertaba sola, pero esta vez, estaba entre los brazos de su esposo. Con la respiración entrecortada volteó a todos lados, encontrándose en la intemperie, rodeada por un gélido aire.

—¡No... no pude! —gritó mientras comenzaba a llorar amargamente. —No pude... no hice nada —sus palabras eran dichas casi inconscientemente.

Tristán sintió como ella temblaba y no era producto del frío. Eliana buscó su consuelo y termino por ser abrazada por su espeso, quien la apretó contra su pecho y pudo sentir como su camisa se empapaba producto de sus lágrimas.

—Sus caras... tantas caras... La dejé sola —confesó y se apegó, aún más en el pecho de él, estaba asustada, mucho.

—Solo... fue una pesadilla —le permitió llorar junto a él. Se sintió tan impotente ante eso, desde que compartieron la cama por primera vez pudo notar que tenia muchas pesadillas.

No dijo nada, pero ahora la situación cambiaba. Eliana temblaba como una hoja entre sus brazos, a pesar de mostrar su fragilidad durante todo este tiempo. Era la primera vez que la notaba tan rota.

¿Algo ocultaba? Él sabía que sí, pero no sé sentía con el derecho aún de preguntar.

Después de cenar se había dirigido a su cuarto, para asegurarse que estuviera dormida, y así la encontró. No podía conciliar el sueño, así que decidió mantenerse a distancia viéndola en un sillón cercano. Grande fue su sorpresa, cuando la vio levantarse con los ojos cerrados, incluso abrió la puerta.

Sus intenciones en detenerlas fueron claras, pero por alguna razón no lo hizo. Ella vestía un cómodo blusón, aunque odiaba la idea de que otros la vieran así, pensó ingenuamente que podría encontrar el origen de sus pesadillas. La siguió, pero cuando la vio tocar el agua marina fue cuando la detuvo. Se sintió un imbécil por haber permitido que llegará hasta ese punto.

El listón gris ©Where stories live. Discover now