Capítulo XI

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Eliana se animó a sacar la cabeza por la ventana sorprendiéndose por la estructura que les daba la bienvenida. Era un arco de piedra muy alto que tocaba hasta la parte superior de la caverna. La construcción era exquisita, sin defectos en su infraestructura, lucían fuertes e imponentes. ¿Cómo era posible que hubieran construido algo tan sorprendente debajo de la tierra? ¿Qué herramientas usaron? ¿Cuánto tiempo se demoraron? ¿Cuánto de recursos utilizaron? Pasaron por debajo y el mismo arco se repetía adornando el camino empinado. Las luminiscencias del lugar, hacia que se trasformará de uno hostil a uno mágico e impensable, subian a todo galope en un eco constante por la pisadas de los caballos. Sin embargo, su fobia había quedado rezagada por su curiosidad ¿Pueden existir cosas más bellas que esa construcción?

El efecto de las piedras desaparecían a medida que se acercaban, pero habían antorchas iluminadas en las paredes. Tenían la luz precisa para los caballeros. El camino se abrían en dos, Tristán sin dudarlo eligió el izquierdo. No era su primera vez en Banuer, pero había llegado por otro sendero, tenía lo que muchos caballeros carecían, un instinto feroz de un sobreviviente que ha visto y vivido de todo.

Una gran puerta de acero los recibió. Los caballeros se detuvieron, cuando la divisaron a pocos metros. Tristán descendió de su caballo y tocó la puerta.

—¿Quiénes son? —la voz ronca del portero resonó.

No podía ver su rostro, pero el tono de su voz era intimidante y esos ojos brillantes con espesas cejas aumentaban el respeto por su abaritonada voz.

—Nos dirigimos a Drawstone —respondió Tristán sin amilanarse. —necesitamos reponer fuerzas. Nuestros caballos están cansados, tenemos pocas prohibiciones y mucho oro que gastar en su cuidad.

Oro. Los enanos amaban el dinero, invertían mucho en sus posadas para que los forasteros gastaran en cerveza, carne y demás. Podían exprimir hasta el último oxidada moneda de los visitantes.

—¿Por qué no tomaron otro sendero?

Eran desconfiados, mucho.

—No necesitamos vuestro oro —gruño el hombre tras la puerta.

—Tenéis mas cuidado por como te expresas —Benedict hablo muy molesto por cómo se dirigían a Tristán, este lo apaciguo con una de sus manos.

—Somos parte de la caballería de Lord Tristán Bradbroke —agrego Tristán inteligentemente.

Benedict y todos los demás lo vieron, sonrieron muy adentro al entender sus intenciones.

—¿Dijisteis Lord Tristán Bradbroke? —pregunto inquisitoriamente. —él mismo que mato a la gran serpiente del mundo, leviatán ¿el caballero negro?

Tristán asintió lentamente, el hombre desvió su mirada hacia su estandarte de la caballería y efectivamente eran de Drawstone. Ese emblema de la serpiente en llamas en su bandera, eran portadas n lo alto. Además, que sus caballeros tenían el escudo en sus armaduras.

—Pasad.

El enano tras la puerta refunfuño, y luego abrió la puerta. Lo último que quería Tristán, era un absurdo recibimiento de parte de ellos, conocía muy bien al señor de esas minas y pasar desapercibido era lo más óptimo.

La cuidad estaría literalmente a oscuras, de no ser por la excelente iluminación que ostentaban. Muchas de sus antorchas no solo eran de fuego, también minerales brillosos que los colocaban en lugares estratégicos. Para muchos de los caballeros de Drawstone, era la primera vez que estaban por esos lares, incluso había más de una casa de placer. Se rieron entre si, no es que las mujeres pequeñas eran feas, la razón era que temían aplastarlas en el acto carnal y lleno de lujuria. Más de un caballero necesitaba un buen acostón, no importa de quien viniera.

El listón gris ©Where stories live. Discover now