Capítulo 20

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Capítulo 20

Cita

Fina Valero.

Friendzone.

Yo era su amiga. Yo, Serafina Valero Izquierdo era la primera amiga de Doña Marta de la Reina Vázquez. Bueno, quizás no la primera de su vida, pero sí la primera en el 2024. Y ni siquiera sé cómo salí indemne de la escenita, y no terminé llorando en un rincón de mi habitación lamentándome por que una mujer nacida en 1918 me acabase de mandar a la "friendzone".

Carmen me lo dijo; "no creo que seas tan masoquista como para enamorarte de ella". Pero cuando me dijo eso, o algo parecido, yo estaba viviendo en una nube después del tremendo beso que me regaló la noche anterior. Y, aunque ya tengo una edad y debería saber controlar mis emociones, esa ilusión repentina que se te ancla en el pecho cuando la persona especial parece corresponderte, no tardó en adueñarse de todos y cada uno de mis sentidos.

Lo disimulé. Lo negué. Me hice la desinteresada en multitud de ocasiones, y pregoné a pleno pulmón que todo mi interés por Marta se reducía a la extraordinaria situación que le habia tocado vivir. Pero no era tan así.

Yo lo sabía. Lo sabía desde el primer minuto en el que la vi en el hospital. Desde esa primera mirada que ella me regaló, aun estando completamente desorientada. Algo surgió ahí que me conectó con ella. Y con el pasar de los días se fue convirtiendo en lo que se convirtió.

Nunca. Jamás en mi vida me habia enamorado de alguien en tan poco tiempo. Y con ella, me sucedió.

Y lo más curioso es que me lo confirmé a mí misma justo después de la frase lapidaria que me regaló. Que yo era su amiga. Me pegó tal golpetazo de frente, en la cara, en el corazón justo cuando yo esperaba una respuesta muy diferente, que me dejó sin cobertura en el cerebro y caí directa a la lona en un KO que me estuvo martirizando prácticamente todo el día.

Carmen se marchó y nos dejó a solas. Y desde ese instante estuve fingiendo cordura, naturalidad, y hasta un poco de sentido común. Mientras por dentro era consciente de que acababa de sumar una nueva decepción amorosa a mi larga lista.

Ella no. Para Marta confesarme que me acababa de convertir en su amiga, la liberó. O eso era lo que pude ver durante las siguientes horas. Se soltó por completo. Nos ayudó a preparar la comida, a recoger cuando terminamos y hasta a ordenar un poco la despensa después de la visita que hicieron al supermercado. Por la tarde volvió a probar suerte haciendo sus cábalas, y pidiéndome permiso para seguir buscando cualquier cosa que le sirviera en el ordenador. No sé muy bien cuál era el motivo, pero en una ocasión me pidió que le mostrase un mapa de Toledo, y cuando vio que podía ver la ciudad a vista de pájaro con las imágenes de satélite, casi se echó a llorar.

Buscó varias direcciones que tenía anotadas en la libreta, y que según me dijo, eran propiedades que pertenecían a su familia. O habían pertenecido, claro. Yo le prometí que iríamos a visitarlas. Ya por la noche, también fue ella quien se encargó de la cena, y me pidió que le pusiera en la televisión algo que le emocionara como lo hizo Titanic cuando la vio. Y yo pillé de casualidad el principio de Interstellar. No solo lloró ella viéndola. También lloré yo. Como las siete veces anteriores que la habia visto. Y volvió a explotarme la cabeza una vez más, y a ella, por supuesto. Estoy segura de que esa noche soñó con viajar a las estrellas. Yo no. Yo no soñé con volar por el espacio ni entrar en otra dimensión. Yo soñé despierta, recreando en mi mente una y mil veces el beso. Como si de una escena se tratase, como si yo no hubiera sido la protagonista. No paré de pensar en ello mientras veía como las aspas del ventilador de mi techo giraban toda la noche, y ella, volvía a recuperar su tierna postura para dormir en el lado opuesto.

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