Capítulo 21

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Capítulo 21

Electricidad.

Fina Valero.

"Cuando estés lista, nos vamos", me dijo, y yo supe que no necesitaría más excusas para quedarme con ella, el resto de mi vida.

Eso me dijo la muy sinvergüenza después de plantarme el beso, con una sonrisa en los labios y el orgullo de quien te mira con admiración.

Y yo ida. Perdidísima. Con el suelo girando bajo mis pies y el vértigo de quien se sube a la mayor montaña rusa del mundo, en vez de a un taxi de Madrid. No sabía ni hacia donde íbamos. Marta me llevó con su sonrisa. Marta quebró cualquier resquicio de compostura que quedase en mi estado de ánimo, con un simple beso bajo el cielo de Madrid.

Y qué beso.

De película, o eso debió parecer desde afuera. Yo no lo viví como tal, porque yo simplemente trataba de retener el poco sentido común que me quedaba. No sé si fue consciente en ese instante, pero Marta me pegó tal sacudida con ese beso, que yo realmente sentí que todo habia cambiado. Que mi mundo ya no iba a ser el mismo.

Un beso.

Un solo beso.

El segundo. Un beso que no llegó en un momento de vulnerabilidad, como si lo hizo el primero, donde quise creerle que se dejó llevar más por la necesidad de cariño, que por ganas de besarme. Pero ese segundo beso no fue así. Ese beso llegó como una excusa, como un juego que ella misma inventó, y al que me invitó a participar sin yo proponérmelo. Un beso que, según me confesó cuando ya regresábamos en el tren, me merecía por ser la persona más buena, hermosa y valiente de cuantas habia conocido. Y porque quería que la rancia de mi ex no olvidase jamás lo que se habia perdido al romper conmigo. Yo ni siquiera la vi, pero ella me aseguró que estaba mirándonos.

Me importó un bledo. Ahí sí que sí. Me dio igual que volviera a aparecer, o que Marta la usara como excusa para besarme. Me dio exactamente igual. Porque el premio me lo habia llevado yo. Y si de esa manera Marta se sentía mejor, pues todos ganábamos.

Llegamos al piso a eso de las 00:30 de la madrugada del domingo 14 de julio. Con Marta bailando, literalmente, y yo mirándola sin poder creerlo. Caminamos desde la estación hasta mi casa en mitad de la noche, con ella contándome que quería descubrir muchas cosas de este siglo, que sentía que tenía que disfrutar al máximo el tiempo que iba a estar aquí, y que habia pasado un día maravilloso regresando a Madrid. Y todo eso, sin dejar de tararear una melodía que yo no era capaz de reconocer, y que la hacía girar de vez en cuando por las calles de Toledo.

No sé qué fue. Ya por la mañana pude intuir ese cambio, esa liberación que yo asocié al tiempo que pasó con Carmen durante la mañana del viernes. Pero las dudas no tardaron en llegar a mi tras verla expresarse como lo hacía. Porque parecía otra persona. Nada que ver con la temerosa y asustada mujer que cada dos noches caía presa de un llanto desconsolado, por no comprender donde estaba, ni por qué le habia pasado lo que creíamos que le habia pasado.

Algo hubo. Algo pasó en su mente en esas horas que la hizo soltarse como lo hacía, hasta el punto de tomarse la licencia de besar a una mujer en mitad de la calle, sin mostrar el menor atisbo de duda o miedo por ser señalada, castigada o, incluso, encarcelada.

—¿Podemos ir al cine? —Ni siquiera me dio tiempo a entrar en el piso cuando ella ya se deshacía de los zapatos, y se colaba en la cocina para servirse un vaso de agua.

—¿Al cine?

—Sí, al cine.

—Claro. Si tú quieres ir al cine, yo te llevo.

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