Capítulo 2+4

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Capítulo 2+4

18:30

Fina Valero.

Si a eso de las seis de la tarde del 15 de julio de 2024, en plena canícula, vieron a una chica correr desbocada por las calles de Toledo, con la mochila en la espalda y una hoja arrugada en mi mano, sin poder contener el llanto y muerta de miedo, no se preocupen. Esa era yo. Esa fui yo.

Ni siquiera sé cómo supe reaccionar tras leer la carta, y mucho menos entender lo que estaba sucediendo por culpa del shock que me provocó. La angustia se convirtió en prisas, como si necesitase comprobar con mis propios ojos que todo se habia acabado. Que Marta habia desaparecido de mi vida de la misma forma en la que llegó; Así, de repente. De la nada.

Fue Carmen, como siempre, quien me dio la clave mientras yo creía morir en mi propia habitación. Ella no leyó la carta, pero seguía manteniendo la llamada. Y me bastó decirle que habia regresado a su época, cuando me soltó un; "vete al puente ahora mismo. Ya, Fina. Corre", con tanta premura e insistencia, que yo simplemente atendí su orden sin pensar en nada más.

Recuperé mi mochila, hice una bola con la carta entre mis manos, y salí corriendo como quien sabe que su vida depende de ello. No recuerdo donde logré detener un taxi que me llevase. De hecho, recorrí medio barrio antes de alcanzar uno. Y desde allí hasta el centro de Toledo lo hice tratando de contener las lágrimas y la angustia que sentía, mientras el pobre taxista me miraba preocupado a través del espejo retrovisor.

Me dejó junto al Monasterio de San Juan de los Reyes por ser el punto más cercano al puente, sin tener que desviarnos por culpas de las obras que en verano lograban colapsar el tráfico en el casco histórico de la ciudad. Y desde ahí, todo lo que hice fue correr por la Bajada de San Martín sin mirar ni pensar en nada más que no fuese llegar al puente.

Ni siquiera sé cómo me respondieron las piernas. Con el calor, el miedo, y el corazón latiéndome a mil por horas, lo lógico habría sido que terminase bajando la calle rodando, en vez de corriendo. Pero lo logré. Llegué hasta la misma explanada del torreón oriental de la entrada al puente. Y fue ahí cuando todo se detuvo por un instante a mi alrededor.

Tuve que aguardar unos segundos, o tal vez fueron minutos, para intentar recuperar la respiración, no solo de la carrera, sino por la angustia que en ese preciso instante se convertía en decepción.

Y no. Justamente no fue decepción por no encontrarla. Todo lo contrario. La decepción me acusó porque justo debajo de la entrada, bajo el pórtico del torreón, pude verla a ella de perfil. A Marta de la Reina. Sentada, con su vestido verde y aferrándose al bolso que mantenía entre sus brazos. Y la mirada perdida en la pared frontal.

Tuve que aguardar unos minutos más hasta lograr que el nudo que se habia anclado en mi pecho, me devolviese la respiración. Y como bien digo, la angustia y el miedo que sentí al creer que no la volvería a ver jamás, se esfumó, y la decepción me acusó.

No quería. Juro que no quería enfrentarme a ella, pero habia sido tan repentino, me habia asustado tanto que cuando pude ver que estaba allí, sana y salva, me enfadé. Muchísimo. Hasta el punto de llegar a plantearme el marcharme y dejarla, sin que supiera que habia ido hasta allí.

Pero no pude.

¿Cómo iba a dejarla?

Traté de contener la congoja, y procuré que mis piernas se mantuvieran firmes a pesar de la extraña sensación de debilidad que sentía. Y me acerqué a ella en silencio, sin dejar de mirarla. Con el alma rota.

Ni siquiera se percató de mi presencia hasta que no pisé el propio pórtico, y me detuve junto a ella. Cuando alzó la mirada hacia a mí, rompí a llorar como una niña pequeña.

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