𝐋𝐚𝐬 𝐩𝐮𝐞𝐫𝐭𝐚𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐡𝐨𝐬𝐩𝐢𝐭𝐚𝐥 𝐦á𝐠𝐢𝐜𝐨 𝐬𝐞 𝐚𝐛𝐫𝐢𝐞𝐫𝐨𝐧 𝐜𝐨𝐧 𝐮𝐧 𝐞𝐬𝐭𝐫𝐮𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐥𝐨𝐬 𝐬𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐚𝐩𝐫𝐞𝐬𝐮𝐫𝐚𝐝𝐨𝐬, 𝐥𝐥𝐞𝐯𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐚 𝐃𝐫𝐚𝐜𝐨 𝐞𝐧 𝐮𝐧𝐚 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐥𝐥𝐚. El ambiente era un caos controlado, los pasos apresurados resonaban en los pasillos de mármol, y las voces se entremezclaban con el sonido de los equipos médicos mágicos.
—Su pulso es muy débil —anunció una de las enfermeras, su voz tensa pero profesional, tratando de mantener la calma.
—¡Rápido, a la sala de sanación de emergencia! —ordenó con urgencia el medimago al frente, guiando a los sanadores que flanqueaban la camilla. Los hechizos curativos preliminares parpadeaban alrededor del cuerpo inmóvil de Draco, pero su piel pálida y su respiración entrecortada hablaban de la gravedad de su estado.
Narcissa, con el rostro descompuesto por la angustia, seguía a la camilla como si su vida dependiera de ello, sus pasos acelerados pero inseguros.
—¡Mi hijo! ¡Draco! —lloró Narcissa, la desesperación quebrando su voz mientras intentaba alcanzar su mano. El mundo parecía haberse reducido a ese pasillo interminable donde su hijo luchaba por vivir.
Lucius, por su parte, caminaba tras ellos, su rostro contorsionado por la ira, el miedo y el dolor que trataba de ocultar bajo una máscara de frialdad. Se volvió bruscamente hacia los aurores que se encontraban en la entrada, su voz temblando con furia contenida.
—¡Tienen que encontrar a la maldita persona que le hizo esto a mi hijo! —bramó Lucius, su mirada gélida pero encendida, buscando culpables entre los presentes. Sus manos temblaban de frustración contenida, apretando con fuerza su bastón.
Harry corría junto a la camilla, su corazón desbocado, aferrado a la mano de Draco como si eso fuera lo único que podía mantenerlo anclado a la vida. Los sollozos ahogados brotaban de su pecho, pero no podía, no quería soltarlo. El pánico se apoderaba de él con cada paso, el miedo de perderlo retumbaba en su cabeza. No puede irse... no ahora.
Sirius llegó al lugar, buscándolo con la mirada entre la confusión. Y cuando vio a su ahijado, vio también su desesperación, el caos interno que lo consumía. Pero antes de que pudiera alcanzarlo, una enfermera interrumpió el paso de Harry.
—Señor Potter, no puede entrar —le dijo con firmeza, bloqueando su camino.
—¡No! —Harry negó con vehemencia, su voz quebrada por el dolor. Intentó seguir la camilla, sus manos temblorosas queriendo alcanzar a Draco que se deslizaba lejos de él.
Otra enfermera intervino, colocándose a su lado con más suavidad, pero igual de decidida.
—Señor, por favor... no puede continuar —le suplicó, tratando de guiarlo hacia atrás.
—¡Debo entrar! —sollozó Harry, su garganta cerrándose por la angustia, su vista nublada por las lágrimas. Sus dedos aún temblaban, como si su contacto con Draco fuese lo único que evitaba que se derrumbara por completo—. ¡Por favor, déjenme pasar! —imploró, mirando impotente cómo Draco desaparecía al otro lado de la puerta, Narcissa a su lado, su figura pálida y frágil como un fantasma.
Draco... vive, por favor. No puedo vivir sin ti, rogó en su mente, con una desesperación que lo desgarraba. Su alma gritaba por la impotencia, por el miedo insostenible que lo envolvía.
De pronto, sintió una mano en su hombro. Harry se giró bruscamente, casi cayendo hacia atrás, empujando a la figura que intentaba consolarlo.
—Harry, Harry —la voz de Sirius era suave, pero llena de preocupación. Intentaba traerlo de vuelta al presente—. Hay demasiada gente aquí, no puedes quedarte.
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𝐿𝑜𝓋𝑒 𝒢𝒶𝓂𝑒 (𝐻𝒜𝑅𝒞𝒪)
FantasyDraco debe enfrentarse a la temida "Independencia" de un hombre con mayoría de edad. Pero, ¿cómo podría hacerlo si siempre le dieron todo en bandeja de plata? Si era inteligente, guapo y atractivo, pero ¿eso que tenía que ver con ser independiente...