La Princesa de Dorne.

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¡Buenas! Estoy de vuelta, disculpen la ausencia, y como lo prometido es deuda, les traigo una capitulo con Elia Martell.

Espero les guste.

-X-

Elia I.

La muerte había llegado a Dorne en alas de dragón, en la forma de su hija Rhaenys, con su cabello negro centellante bajo la luz del sol. Elia Martell la había visto aterrizar en el patio del Palacio Antiguo de Lanza del Sol, con ojos demacrados y mirada sombría. Rhaenys parecía demasiado satisfecha de sí misma cuando proclamo a los cuatro vientos que era tiempo de convocar las lanzas. Las Serpientes de Arena vitorearon, el Príncipe Viserys aulló sobre como la verdadera sangre del dragón prevalecería, y hasta Arianne Martell había recibido a Rhaenys con abrazos.

Tal vez esperaba ese mismo recibimiento de parte de sus parientes de mayor edad, pero se equivocaba.

-¡Muchacha idiota!-aulló Oberyn Martell-. ¿Qué has hecho?

Cuando le dijeron la noticia al Príncipe de Dorne, un espasmo de ira le atravesó el rostro.

-Sí no fueses mi sobrina, haría que te encerrasen hasta que los huesos de tu cuerpo se hicieran polvo-le advirtió Doran.

Y Elia le cruzo el rostro de una bofetada.

-¡Que la Madre se apiade de todos nosotros!-sollozo Elia Martell-. Nos has condenado a todos, Rhaenys.

-¡Son injustos con Rhaenys!-les reprocho Tyene Arena-. Hizo lo que hizo por todos nosotros.

-Ya era hora de que alguien hiciera algo-añadió Obara, con un látigo de cuero enroscado en la cintura.

-Cállense-espeto el Príncipe de Dorne-. ¡Cállense todos!

El Príncipe los había hecho salir y se quedó a solas con sus hermanos, pero durante largas horas ninguno dijo nada. Se pasaron la tarde sentados con el del Príncipe, mientras contemplaban el Gran Mar de Arena que se extendía más allá de la Ciudad de la Sombra. Lo contemplaron hasta que se puso el sol y el aire del anochecer se enfrió tanto que la ciudad cobro vida. Ya había salido la luna cuando Doran envió a Hotah a buscar a Rhaenys para que hablase.

Su hija no se hizo esperar, y después de contarles sobre el testamento, termino diciendo:

-La Casa Stark nos ha ofendido una y otra vez a lo largo de muchos años, y ninguno de ustedes tuvo jamás el valor de hacer lo que era necesario. Tú, madre, fuiste agraviada y relegada de tu legitima posición, y Aegon fue mutilado sin que mediara castigo alguno para la culpable. Y todos aquí saben lo que paso con mi embarazo, con mi hijito nonato, aunque la perra diga que es inocente. Y ahora se atrevieron a usurpar el Trono de Hierro, pero están muy equivocados sí creen que nos quedaremos de brazos cruzados. Aegon voló hacía Rocadragón y Altojardín, pero yo baje directamente a Dorne. ¿Saben lo que vi en cada pueblo y aldea donde pare para dar la noticia? En el Brazo Roto, a lo largo del Sangreverde, en las Montañas Rojas, en el Gran Mar de Arena, en todas partes, en todas partes, las mujeres gritaban mi nombre y los hombres se pusieron a mi servicio. En todas las lenguas se oía lo mismo: ¡Bravo, Rhaenys! ¡Es tiempo de atacar!-Dio un paso hacía su madre, pero Elia no la miro, no se atrevía a ver a su hija a los ojos-. ¡Y yo he atacado! ¡Los he privado de uno de sus jinetes de dragón! ¡La justicia de nuestra causa prevalecerá de este modo!

-¿Un jinete de dragón?-bufo Oberyn-. Un niño, querrás decir.

-Es un dragón menos-insistió Rhaenys-. Sangre por sangre, ojo por ojo. Mi hijo murió, así que la venganza exige que uno de los suyos también muera.

-¿Venganza?-Doran alzo los ojos, curioso-. Hace un momento hablaste de justicia.

Rhaenys soltó un bufido. Elia la imagino, tan indómita y fiera, como la misma Nymeria. «No hace mucho era una niña que jugaba en los estanques de los Jardines del Agua-pensó, con ojos tristes y el corazón destrozado-. Y ahora es una matasangre. ¡Oh, Madre, por favor!».

Se Acerca el InviernoWhere stories live. Discover now