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La sangre terminó derramada sobre el uniforme del vampiro. Cualquiera hubiera protestado ante la falta de respeto pues los modales eran una de las cosas más importantes en Sanguinem y en toda la comunidad de chupa sangres, pero lo único que hizo Klaus fue apartarse lo más lejos posible que se le permitiese. Retrocedió hasta chocar con uno de sus compañeros.

Jamás había sentido tanto miedo al ver lo furioso que se encontraba su señor.

—¡Qué! —vociferó con una gruesa voz ante las noticias mientras se limpiaba la comisura de los labios, luego de haber escupido todo el líquido sobre uno de los subordinados de Ferid—. ¿En qué momento ha sucedido esto? ¿En dónde están?

Wolfram no podía creer lo que le había ocurrido a la kitsune. Sin perder un solo segundo más de su valioso tiempo, hizo una seña a su aliado para que dé las órdenes correspondientes. No hacía falta darle detalles, ya que ambos se entendían completamente.

—¡He preguntado dónde están! —rugió nuevamente ante la tembladera de sus diez hombres. Los ojos de Wolfram brillaban intensamente y al no obtener respuesta alguna, dio un pisotón, haciéndole un hueco en el piso de mármol—. ¡Si no me responden en este mismo instante, haré que...!

De repente, unas pisadas hicieron eco en toda la mansión; además de una respiración entre cortada. Las puertas talladas que adornaban la entrada del gran salón se abrieron de par en par, dejando entrar a un joven vampiro bastante pálido con la cabellera revuelta.

—¡Mi señor! —gritó al apoyar una de sus rodillas sobre el suelo, agachando la cabeza. Tomó una gran bocanada de aire, y prosiguió—. Nuestra alteza se encuentra en la casona de Mikaela Hyakuya.

—Bien. Creo que todos pueden volver a sus puestos. Muchas gracias —replicó dulcemente al incorporarse de su asiento. Alzó ambos brazos y el sirviente más próximo a él, le colocó su capa lo más rápido posible. Las piernas le bailaban, pero no deseaba cabrearlo más de lo que ya estaba—. Sígueme.

Wolfram cruzó el cuarto con prisa, dando largas zancadas para llegar lo más pronto posible al lugar de los hechos. El pelirrojo se mofó de lo exaltado que estaba su compañero y les indicó a los diez restantes que fueran a buscar información relevante; luego, paso por encima de un charco de sangre que había provocado su mejor amigo al despedazar a uno de los espías de Krul. Sus restos se espacian por todo el lugar, pero faltaba una parte importante de éste.

Hisoka pasó cerca de René, quien seguía con la cabeza gacha y le dio unas palmaditas en el hombro. El asustado compañero de Mikaela levantó la mirada e Hisoka supo la gravedad del asunto: era la expresión de horror absoluto. Él tan solo sonrió al verlo mortíficado y prosiguió con lo que se le había encomendado.

De seguro, se iba a divertir en la tienda de dulces de Krul Tepes.

***

El tercer progenitor de Alemania no necesitaba una invitación, ni mucho menos memorizarse un ridículo hechizo para principiantes. Lo único que tuvo que hacer fue tumbar la puerta de una patada para que salga volando por todo lo alto de salón en donde alguna vez Mikaela y ________ practicaron frases que se las lleva el viento.

Los pasos que daban los sequitos del rubio vampiro eran uniformes y se escuchaban en todo Sanguinem. Wolfram, quien iba a la cabeza, flotó con elegancia hasta llegar al último escalón del sótano. Ahí, el olor era tan penetrante que no podía creer la asquerosa mezcla que emanaba en el angosto y oscuro pasadizo de cemento. No muy a lo lejos, Hisoka le seguía con suma curiosidad, sin borrar esa mueca abominable de psicópata.

Con una sonrisa enferma, Wolfram hizo picadillo la vieja puerta de madera de un puñetazo y se adentró a lo desconocido.

—¡Knock, knock! ¡Adivina quién es! —exclamó con una alegría enmascarada al caminar entre el viscoso piso rojo.

¿Quién se comió a los vampiros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora