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Quería apuñalar a Miyabi con todas mis fuerzas. Estaba furiosa porque él me prometió que todo saldría bien. Que su estúpido manuscrito me ayudaría a recuperar mis fuerzas, pero lo único que ha hecho ha sido convertirme en un varón.

—¡Maldito zorro! ¿Qué hiciste? —Bramé al sacudirlo ni bien desperté en medio de la sala.

—¿Así le hablas a tu hermano? —Replicó calmadamente al empujarme. Se limpió su kimono por donde lo había tomado y gruñó al notar el rasguño—. Cálmate, _________. Ya tomaste una decisión al optar por ese nombre y recuperar tus poderes, así que ten confianza. Es posible que tus poderes sean tan grandes que tu cuerpo de mujer humana no pueda contenerlos... Tomará tiempo para que tu cuerpo se adapte y vuelvas a ser una joven muchacha. ¿Cuánto tomará? Eso no lo sé.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —Rugí, apretando mis puños sin saber qué hacer al respecto.

—Porque no creo que tu fachada sea de suma importancia, ¿o sí?

Bufé ante su pregunta y me retiré del cuarto. No estaba de humor como para ponerme a discutir. Entiendo que mi hermano, por más tarado que sea, tenía algo de razón. Mi prioridad era rescatar a esos niños y cuidar de Mikaela, pues lo demás no importaba.

Caminé por el largo pasillo hasta que llegué a la puerta de la cocina y busqué cualquier cosa para atiborrarme. No entendía esa creciente hambre, ni el extraño dolor de cabeza, mucho menos todos esos pensamientos que rondaban mi cabeza. Quería tener relaciones sexuales con Mikaela, pero a la vez tenía una sed de sangre por cualquier individuo que se cruzase en el medio. También, tenía un sentimiento de culpa por todas las cosas malas que había hecho, las cuales vagamente recordaba y una satisfacción total por haberlas cometido. Todo estaba revuelto.

—Mierda...

La cabeza me estaba dando vueltas y me palpitaba; mi visión se tornó borrosa y a su vez, estaba sudando a mares. A duras penas, me sostuve de la pared, arrastrando los pies para poder sostenerme de una de las sillas, pero no lo logré. Terminé cayendo junto a una de éstas y respiraba con dificultad.

—¡___________!

Escuché la voz de René, socorriéndome al levantarme en mi decrepito estado. Él me sacudió, pero veía todo negro. Le supliqué que no lo hiciera y que me dejase descansar. Me relajé en sus brazos y esperé a que toda esta molestia se acabe.

—Es normal. Cárgalo y recuéstalo sobre uno de los futones —agregó mi hermano a lo lejos.

—¿Morirá?

—¡No! —Chilló entre risas—. ¡En absoluto! Ella solo está pasando por una... transición. La personalidad de mi hermano es muy distinta a la que ha adquirido en su forma de mujer. Digamos que ahora se están complementando. Ponla a descansar... Ella es tan terca que no quiso quedarse en cama cuando se lo pedí ni bien se enteró de las noticias.

Poco a poco, dejé de escuchar la conversación y me quedé dormida.


Mikaela se veía nervioso y eso no me gustaba.

—¿Por qué me miras así? —Inquirí ligeramente irritada, batiendo mi cola de lado a lado por esos curiosos ojos que me observaban de pies a cabeza—. Por más que me vea así, sabes que soy yo, ¿verdad?

Él no me respondió.

Acababa de despertar y unas orbes azules me dieron la bienvenida. Mikaela había ingresado a mi cuarto con un azafate lleno de comida. Él se sentó a mi lado y siguió viéndome comer, mientras que él tomaba un poco de sangre.

¿Quién se comió a los vampiros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora