Epílogo

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Mikaela se abrió camino entre los matorrales, cortando los obstáculos. Detrás de él, su familiar iba cargando con pesados paquetes. La casa a la que habían llegado, se alzaba entre una jungla de maleza. Con el blandir de su arma, la distancia se acortaba. Y al llegar al umbral de ésta, _________ soltó la bolsa de tela.

—¿Estás seguro que solo necesita una pintada? —inquirió ella, observando cada rincón de la vivienda—. Sé que no son como las casas de la ciudad que ocupan casi media cuadra, pero no la veo muy estable. Tiene un par de rajaduras —señaló una de las grietas bajo la ventana principal.

—Es la mejor que pude encontrar —replicó, volviéndose hacia ella. Guardó su espada bajo su capa y abrió la puerta—. Ten cuidado de no tropezarte —le advirtió dulcemente.

Ella bufó ante su comentario. Antes de que pudiese contestarle, el vampiro deslizó sus brazos bajo sus muslos y la cargó de un suave movimiento. La kitsune pegó un grito sordo, cogiéndose de los hombros del uniformado y se acercó a su pecho, recostando su cabeza contra éste.

—¡Por qué hiciste eso! —ladró ofuscada.

—Ya que estamos casados, supuse que al menos podría llevarte hasta nuestra habitación —canturreó, ampliando su sonrisa—. No hay necesidad de avergonzarse, señora Hyakuya.

—N-no me llames así —protestó, ocultando su súbito rubor—. Suena tonto.

Mikaela se encogió de hombros, avanzando con cuidado entre tanta basura. Hojas de periódicos regadas, muebles volcados y empolvados, las decoraciones de vidrio hechas añicos. Su nuevo hogar probaba ser uno de los escenarios más devastadores de la época en que los vampiros aniquilaron a medio mundo. A comparación de las casas al pie de la montaña, ésta no contaba con los cadáveres ni fisuras a causa de las explosiones. En una de las zonas más apartadas del pueblo, la pareja había encontrado refugio.

Al pasar el comedor, el vampiro dobló a la derecha y subió por las escaleras. La madera crujía bajo sus pies, las plumas de las palomas se pegaban a la suela de sus botas. Y con cada paso, levantaba la espesa capa de polvo que se había acumulado. Cuadros torcidos y rotos en la pared de los pasadizos les dieron la bienvenida en el segundo piso.

—Mikaela, creo que esta casa necesita más que un cambio de color —gruñó su esposa—. ¿Cómo pretendes que vayamos a limpiar todo? Al menos nos tomará una semana convertirla en un espacio habitable —refunfuñó en brazos.

Él se detuvo en medio del corredor.

—Lo lamento —murmuró. Hizo una pausa y prosiguió—. Es que... —hesitó—. Accediste a mi petición de unirnos de por vida y quería experimentar todo contigo. Supongo que me apresuré al no haber pensado bien las cosas... Si se te es incómodo, puedes volver y venir cuando todo este arreglado.

La expresión de _________ se suavizó, reemplazándola por una mueca. Su rostro adquirió un tono rosado, expandiéndolo hasta la punta de sus orejas. Ella viró sus ojos cuando Mikaela prosiguió contemplándola con un gesto suplicante, y se bajó de inmediato. El vampiro abrió sus orbes como platos, tildando su cabeza para un costado.

—¿Dije algo ma—...?

—No, no hiciste nada malo —le interrumpió cortante, tratando de suprimir su rubor. __________ se agachó y pasó sus garras detrás de sus piernas, cargándolo sin dificultad.

—¡________! —la llamó, estupefacto, aferrándose a los pequeños hombros de su amada—. ¡Qué estás haciendo!

De un corto sonido de corcho, unas orejas peludas y una cola se hicieron presentes. Una picara mirada se originó en __________, provocando un arrogante guiño ante las diversas muecas que le daba Mikaela. La kitsune prosiguió en dirección a uno de los cuartos y abrió la puerta de una patada, quebrantándola.

¿Quién se comió a los vampiros?Where stories live. Discover now