Repasó con la yema de su dedo lentamente aquellas letras grabadas en el mármol, quitando la nieve blanca que se había acumulado.
La última vez que había estado en ese lugar, se quedó veinte horas con un libro entre las manos y miles de lágrimas acumuladas en sus mejillas. Se quedó sentada en el frío piso de concreto, cambiando de posición cada que su cuerpo se lo pedía a gritos.
En ese lugar, no mucho tiempo atrás, se había convertido en la mujer más feliz del mundo; pero ahora, sólo era el único lugar donde tenía un poquito de esperanza.
Dejó dos rosas blancas sobre aquellas letras a las que les había tomado tanto cariño, y camino alejándose del brillo dorado en las letras que formaban la palabra Jauregui.
Ya habían pasado tres meses.
Tres meses desde que lo había perdido todo y aún parecía que había sucedido esa misma mañana, aún sentía el punzante dolor en su pecho que a veces le quitaba la respiración, el nudo en la garganta y los ojos hinchados por tanto llorar. No había creído poder resistir la primera semana, cuando apenas si podía comer o el primer mes; el segundo mes llegó más rápido de lo que pudo imaginar, entre los múltiples viajes que había realizado a las diferentes ciudades que alguna vez habían mencionado.
Metió las manos en los bolsillos de su abrigo y siguió caminado lentamente por la banqueta, observando cada una de las caras con las que se encontraba en su camino hasta el hotel. Tres meses y aún tenía esperanzas de encontrarla en aquella ciudad.
Subió por el ascensor hasta llegar a su piso, y sacó su llave magnética para entrar a su habitación, la misma de siempre.
Se dejó caer en la cama mientras el sentimiento de derrota la abrumaba por completo, una vez más. A través de las cortinas de aquella habitación pudo ver como el anochecer llegaba, y los recuerdos de aquella semana en New York la invadían. Era la misma habitación, tal vez eran las mismas sábanas las que las habían abrigado hace tan poco tiempo atrás. Era el mismo sofá, el mismo baño, el mismo tapete que cubría el piso, todo era igual... pero ahora estaba ahí, sola.
Todos habían comenzado a decirle que tenía que superarlo, que tenía que seguir adelante, incluso Megan se lo había dicho antes; pero ellos no entendían lo que era perder un amor, ellos estaban ahí junto a sus amados seres.
¿Qué tenía ella?
Una mente llena de recuerdos y la creciente esperanza de volverla a encontrar.
Antes de que pudiera darse cuenta la mañana había llegado, sólo había podido dormir un par de horas, cuando su cuerpo se quedó sin energías gracias a todas las lágrimas que había derramado.
Tomó una larga ducha y se vistió tan rápido como pudo, necesitaba salir de ahí lo antes posible.
Cuando estaba en su ciudad, la necesidad de viajar a New York era inmensa, cuando estaba derrotada en New York, sólo quería volver a casa.
90 días habían pasado desde aquella boda que jamás se celebró. 90 días desde que Lauren se marchó sin dejar una pequeña pista de su paradero.
90 días sin tener noticias de ella.
¿Cuánto tiempo más podría resistir?
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¿Nos leemos luego?