Capitulo treinta - Capitulo treinta y uno

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Anna volvería a su casa, llevaba dos días en ese maldito hotel y no lo soportaba. Necesitaba su cama, su bonita cama, no le gustaba para nada aquel lugar. Cerró la puerta de la habitación con su mochila en su hombro colgando, en algún momento tenía que volver, no tenía la suficiente ropa como para vivir fuera de su casa.
Encendió el auto, y di una vuelta en 'u' para volver a la carretera y llegar hacia el centro de Londres.
Llevaba tres horas andando por la ruta, y se había perdido de nuevo. Era un completo desastre, no llamaría de nuevo a Michael, Anna no le haría pensar que él era siempre su salvavidas... Así que, cuando encontró una estación de servicio paró y preguntó por dónde tenía que ir, estaba yendo en dirección contraria hacia dónde es el centro de la ciudad. Volvió a entrar al coche, y golpeó el volante con fuerza que se terminó lastimando ella, la mano se le ponía roja con el paso de los segundos e iba maldiciendo en voz baja. Le dolía.

Habían pasado dos horas más, se habían convertido las ocho de la noche cuando paró el auto enfrente de su casa. Prendió su celular, y tenía mensajes, llamadas, mensajes de voz de su padre, Alissya y Michael, abrió el último: el castaño le preguntaba cómo estaba y que si necesitaba algo que la llamara sin importar la hora. Sonrió al verlo y apagó el aparato de nuevo.
Bajó del coche con la mochila en el hombro, sentía una presión en el pecho, se sentía completamente nerviosa, su padre estaba en casa porque se notaban las luces prendidas, su estómago se revolvió del pánico que tenía. No quería verle la cara, en esos momentos, no le quería... Por más que quisiera decir que le odiaba, no podía.
Oh, vamos, era su padre y el odio era un sentimiento demasiado grande así como el amor, imposibles de identificarlos a tan solo días.
Caminó, subió un escalón, después otro y estaba enfrente de la puerta.
Al abrir, se encontró con vidrios en el piso, las cosas desordenadas y botellas que contenían alcohol, el líquido también estaba tirado por todo el piso, había muchas de estas. Anna se quedó con la boca abierta, y sin hacer ruido; cerró la puerta, y caminó entre todo esto pero, no era tan silenciosa. Sintió unos pasos, y la puerta del baño se abrió... Su padre salió del mismo con los ojos cansados pero cuando le vio se iluminaron, estaba pálido y tenía ojeras. Estuvo de la misma manera que cuando se murió su esposa, Anna sintió un nudo en la garganta y sacó la vista de su cara. Quiso caminar hacia la puerta e irse, marcharse lejos de ahí pero no quería dejarlo de esa manera, lo veía tan vulnerable, tan solo, tan triste que se vio reflejada.
- ¿Estuviste bebiendo?
Que pregunta más estúpida.
Había botellas de alcohol, y él tenía el mismo olor que una persona tiene cuando consume esa cosa, obviamente estuvo bebiendo, no haría una fiesta porque si hija desapareció y no dejó rastro de seguir viva.
-No lo habías hecho desde que mamá murió.
-Sentí que te había perdido como a ella, Anna. -No se había dado cuenta pero él había bajado muy rápido hasta estar enfrente de ella. Acarició sus hombros.
-Me perdiste pero no como mamá, papá. -Dijo, y se alejó de él subiendo a la escalera. Él gritó su nombre pero, Anna no se detuvo, sabía que si le volvía a ver le perdonaría, y no quería eso.
Le había mentido, había hecho algo que nunca nadie podría imaginar que su padre haría. Era algo tan ilógico que daba miedo, ¿Quién hace eso? A nadie se le puede cruzar semejante idea, no tenía sentido y tal vez, nunca lo tenga. Cerró con llave la puerta, y gracias a Dios solo ella tenía la de su habitación, su padre no podría entrar.

A las once de la noche, cuando vio por la perilla de la puerta que Robert no merodeaba por la casa salió de su habitación, tenía hambre y comería lo primero que encontrara en la cocina. No podía vivir de esa manera de todos modos, se tendría que soportar verlo todas las mañanas, y alguna que otra vez en la tarde o saldría toda la misma para no verle un segundo.
Fue a la cocina, se preparó algo sin hacer el más mínimo ruido, todo seguía de la misma manera en la sala, su padre no había arreglado nada. Mañana volvería al Instituto, y después pondría la casa en su lugar...
Volvió a subir a su habitación, y apenas entró y cerró la puerta, se encontró con Michael, el plato que tenía salió volando y cayó al suelo. No se rompió pero toda la comida se desparramó por el piso, no soltó ni un grito pero cuando vio el alimento machar todo, casi manda al diablo al castaño que siempre le asustaba.
-Oh, lo siento, no sabía...
No lo dejó terminar.
- ¿Cómo es qué entras aquí? ¿Por qué nunca te escuchó? ¿Eras ladrón de Joven, Michael? -Le preguntó con las cejas levantadas habla con sarcasmo, y su tono de voz era tranquilo pero se estaba desesperando.
-Tal vez en mi vida pasada era un ladrón. -Sonrió. Se agachó y agarró el plato, empezó a juntar lo que Anna había tirado. -Tienes que ser más cuidadosa, no puede ser que tires todo, Anna. -Dijo serio.
-Oh, eres un imbécil. -Le pegó en el hombro, y se puso a su altura ayudándole.

Let me die (Michael Clifford) Onde histórias criam vida. Descubra agora