Capítulo diecisiete. -Let me die.

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Cuando Anna llegó a casa, su padre le esperaba en la mesa del comedor. Se había olvidado que, por una vez en la noche, su padre llegaría temprano del trabajo. Bajó de la silla, y caminó a encuentro de su hija quien, cerró la puerta y se deshizo de su cazadora. 
Robert, vio su reloj, y luego asintió con su cabeza. Eran las diez y media de la noche. 
—Gracias por avisar que saldrías esta noche. 
Anna pasó por su lado, y fue directamente hacia la cocina, ignorando a su padre en medio de la sala. 
— ¿Y ahora vas a ignorarme? Te recuerdo, soy tu padre. 
—Lo siento, no te reconocí, hace mucho que no te veía por acá. —Anna cerró la nevera, y seguía dándole la espalda a su padre. 
Por una vez en la vida, salía con un chico que le importaba, y su padre tenía que estar en la casa para cuando llegara. Nunca le había gustado esa soledad hasta ese día, pero, con la mala suerte que tiene, Robert saldría antes del trabajo. 
Anna dejó el vaso de vidrio sobre el fregadero, y al darse media vuelta, su padre estaba parado con los brazos cruzados, mirándole. 
— ¿A dónde estabas? ¿Con quién? ¿Y por qué a estas horas? 
Anna bufó. 
—En un parque. Con Nicholas. Porque la noche es linda, y quería admirar las estrellas. —Nunca le había dado la espalda a su padre, pero, le enfadaba que él se enojara con ella cuando casi nunca estaba en la casa por su maldito trabajo. — ¿Otra duda? 
Su padre se quedó atónito cuando escuchó el nombre de un chico, Anna le restó la importancia que tenía todo este tema… Robert no sabía sobre Alissya, tampoco de su hermano. La última vez que le preguntó sobre qué pasaba sobre su vida, ella contestó que todo siempre seguía de la misma manera. 
Sabía que siempre podría confiar en su padre, en la única familia que tenía pero, no sentía que debía contarle sobre Alissya, apenas la conocía, y como todas sus amigas, podía irse lejos, y olvidar todo. Pero… Anna entendió que ella nunca lo iba a hacer, era una gran amiga. 
— ¿Estas saliendo con alguien? —Alzó las cejas. 
—Fue mi segunda cita, papá. No es la gran cosa. —Levantó los hombros sacándole la importancia, aunque realmente sabía que era la gran cosa. 
— ¿Ibas a contarme? 
—Nunca estás en casa como para que te cuente. 
Robert caminó donde su hija, y le dio un abrazo. Anna lo aceptó, y se lo devolvió, hace tiempo que no mantenía una conversación con él, salvo la de hace unas semanas. Había dejado de aparecer en casa para los almuerzos, debido a que le habían sacado esa hora que tenía para almorzar en casa, y tiene que hacerlo en treinta minutos en su estudio. 
—Lamento no estar en casa como necesitas que lo este, pero desde que murió mamá no sé cómo controlar todo. Es difícil, lo sabes ¿o no? —Se separó de su hija, y le acarició la cara. Los ojos de Anna se cristalizaron. 
Todo se volvió más difícil cuando su madre falleció. Nada era como antes, hubo un tiempo en el que ambos estuvieron separados, y luego, entendieron que juntos podrían superar la muerte de Lynn más rápido, y así fue… No la superaron al cien por ciento, pero si salieron adelante. 
—Lo sé, perdón por no comprenderlo pero, la casa prácticamente siempre está sola. Hay veces que siento que, ambos se fueron. —Volvió a abrazarlo, y reprimió las lágrimas. 
—Lamento que pienses de esa manera, y lamento no estar aquí contigo, ayudándote. 

{…}

Anna salió del baño lista para acostarse en la cama, cuando dio un salto, y ahogó un grito. Vio a Michael sentado en la cama mirando una foto de ella de pequeña. No supo por donde entró, pero no le interesaba en ese momento, solo quería que se fuera. Estaba de buen humor, no quería que él se lo bajara. Le tocó el hombro con el dedo índice dos veces seguida, llamándole. Se dio media vuelta, y le sonrió. 
— ¿Qué mierda haces acá? 
Michael se paró, y caminó hacia el escritorio. Dejó el portarretrato ahí, y le miró. 
—Nada, solo quise venir aquí. Creo que se volvió una costumbre. 
—Ni me lo digas… ¿Tienes algo que decirme? Porque si no es así, te puedes ir por donde hayas entrado. 
Se elevó la comisura del labio de Michael, y se tiró a la cama donde cerró los ojos, tranquilo. 
— ¿Quieres que me tire por la ventana? Por ahí entré. 
Anna asintió con la cabeza alegremente. 
—Si, no me importaría si te rompes una pierna. 
Michael soltó una carcajada, y volvió a salir de la cama. Se paró enfrente de Anna, y sonrió más grande que antes. Ella solo le miró con una ceja fruncida, no sabía que le causaba tanta gracia, ni tampoco por qué se le había vuelto ir a visitarla una costumbre. 
—Me gusta el color de tus ojos, no deberías usar lentes de contacto marrones. —Dijo Michael. 
—Si…No gracias, me gustan mis ojos marrones, son menos llamativos. 
Michael agachó la cabeza, y después la volvió a subir. Acomodó un mechón que caía de la cabellera de Anna.
—Llamarías la atención de muchos chicos. 
Anna chasqueó la lengua, y le señaló con el dedo índice. Esa era la razón por la cual siempre, usaba lentes, e iba con el pelo que le cubriera la cara, no le gustaba tener la atención de nada, menos de un chico. Le parecía raro. 
—No me gusta tener la atención de las personas… 
— ¿Por qué no? —Michael preguntó haciendo una mueca.
—No me hace sentir cómoda, además… Es bueno ser ignorada. —Rió. 
Michael le dio un beso en la frente, y Anna se quedó atónita, fue algo muy rápido, raro… y tierno. 
—Que mal, eres hermosa, los chicos morirían por ti.

Let me die (Michael Clifford) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora