Capítulo 4: La calma previa al caos (e)

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A disfrutar amores.

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Capítulo 4: La calma previa al caos

Los nervios de Clarissa estaban a flor de piel. Notaba su corazón latir en su pecho a la velocidad del ala del colibrí. Las manos le sudaban, y la tensión hacía que el estómago se le revolviera por completo. Su conciencia no le dejaba tranquila repitiéndole sin cesar que lo que estaban a punto de hacer no era correcto. A pesar de todo, sabía que no había otra opción y, por lo tanto, no merecía la pena perder el tiempo comiéndose la cabeza.

A su derecha, Ananías parecía una estatua, inmune a lo que estaba a punto de suceder. Su rostro, serio, hacía creer que tenía todo bajo control, pero por dentro era un manojo de preguntas sin respuestas. Muchas cosas podían ir mal. Levantando la barbilla, fijó su mirada en las únicas dos ventanas que quedaban iluminadas de la mansión.

La primera era la cocina, que hervía de vida. El motivo eran todos los platos que debían preparar para el día siguiente. Mucha gente había sido invitada al bautizo de la pequeña. Lastima que tanto esfuerzo fuera en vano... La segunda de las ventanas, iluminada por las velas, era la de la niña recién nacida. La protagonista del inminente caos que se iba a producir.

Agazapadas tras la primera hilera de árboles frente a la casa, esperaron a que la calma se restaurase en la mansión. En ese momento parecía que el tiempo se había detenido. Todo a su alrededor parecía ir a cámara lenta. La calma previa al caos. En ese limbo entre la tranquilidad y la incertidumbre, vieron como la luz de la cocina en el piso de abajo al fin se apagaba. Minutos después, se apagaron todas las velas de la casa.

Sin mediar palabra, ambas avanzaron hasta la pared en silencio. Al llegar, y casi al mismo tiempo, las dos encapuchadas pusieron sus manos en la helada superficie de piedra. Sus voces murmuraron, a la par, las mismas palabras logrando que la pared perdiera su fuerza y pudieran pasar a través de los fríos bloques de roca como si nada.

Al otro lado del muro se encontraba el que era el despacho de Antoni. Dejando atrás aquella habitación, con estanterías repletas de libros y suelos de caoba, fueron avanzando por la escalera hasta llegar al segundo piso. Moviéndose sigilosas, fueron recorriendo la distancia que las separaba de su destino final: la cuna. Sus zapatos se deslizaban silenciosos por los tablones de madera del suelo.

Al llegar al dormitorio de la pequeña, tuvieron que sortear los muebles antes de poder llegar a la cuna. Esta estaba protegida por un velo de fina tela púrpura. Con delicadeza, Ananías descorrió el casi inexistente dosel tratando de no despertar a la criatura. Los ojos azules de Ananías, se abrieron sorprendidos al ver cómo la bebé estaba despierta y la observaba. Lo que más destacaba de ella eran sus grandes ojos. En ellos podías verte reflejado. Ambos eran de color claro, rozando el gris, pero en ellos se apreciaban diminutas manchas purpuras y doradas. La melena brillante de Clarissa, se asomó llena de curiosidad sobre el hombro de Ananías para poder ver a la que iba a ser su salvación. Ladeando la cabeza, y meneando todas las extremidades, la pequeña saludó a las dos hechiceras que le miraban con pura adulación.

Sin querer perder más tiempo del necesario, Ananías se inclinó a coger a la niña para seguidamente dársela a Clarissa. La joven no pudo contener una sonrisa al tener al bebe en brazos, y tras envolverla en una manta, le acarició la naricita con suavidad.

Tras rápido como habían llegado, se fueron. Nadie se percató de su presencia. Nadie dio la voz de alarma. Nadie les pudo detener.

Una vez que estuvieron bajo la protección de los árboles, se permitieron dejar de correr y recobrar el aliento. Tras asegurarse de que la pequeña estaba bien, Ananías empezó a recitar el conjuro que les permitiría dejar atrás aquel lugar y dar la bienvenida a un nuevo hogar.

Sin poder contener una sonrisa por aquella pequeña victoria, pero conscientes de que los problemas solo acababan de empezar, dejaron que el viento las envolviera una vez más, listas para volver a Minerva y comenzar a mover sus fichas en aquel complejo tablero de ajedrez que era el destino.

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La chica de la Media Luna (1)Where stories live. Discover now