Capítulo 5: Trampas atrapa felicidad (e)

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Buenas amores. ¡Espero que estéis tod@s bien!

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Capítulo 5: Trampas atrapa felicidad

El tiempo en Minerva era frío, a diferencia de Villa Verde, el invierno estaba a punto de llegar al reino. Refugiadas por las copas de los árboles y guiadas por los rayos de la luna que lograban filtrarse entre las ramas, Clarissa y Ananías avanzaron entre la vegetación en el más estricto silencio. Ajustándose las capas de tela negra, para protegerse de la otoñal noche, se camuflaron entre la oscuridad que les rodeaba mientras analizaban atentas cada rama, animal o sonido que provenía de aquel bosque inhóspito.

A su alrededor se extendían altos pinos y frondosos robles cuyas ramas se entrelazaban entre sí creando una espectacular bóveda que les protegía de la intemperie. Entre los troncos, y bajo la sombra de dichos árboles, crecían brezos, helechos, laureles y otras hierbas olorosas. Por encima de ellas, entre las ramas, se podían escuchar ciertas aves nocturnas revoloteando en busca de alguna presa. Con cuidado de no tropezar con las raíces, que se extendían por todo el lugar, o caer en alguna que otra madriguera, ambas avanzaban cautas.

En los brazos de Clarissa la pequeña, todavía sin nombre, dormía en paz. Observando el rostro en calma de la niña, se preguntó qué se debía sentir al estar tan tranquila... tan ajena del caos que suponía su mera existencia. Ananías, por su parte, avanzaba sin dudar por la espesura del bosque. A pesar de no tener una ruta, un mapa o alguna idea de donde ir, ella siguió dando un paso tras otro, llena de fingida seguridad mientras iba apartando ramas.

Después de dos horas deambulando entre la vegetación, Ananías se detuvo. Mirando sobre su hombro, analizó el estado de su compañera y de la recién nacida. Clarissa a pesar del cansancio que tenía, visible en su respiración cada vez más irregular, al ver la mirada inquisitiva de su amiga sonrió para tranquilizarla.

— ¿Qué sucede? —preguntó sonriendo al notar la mirada fría de su amiga sobre ella— ¿Finalmente estás dispuesta a admitir que te has perdido? — dijo tratando de contener una risita.

— No digas tonterías. —espetó con el cejo fruncido Ananías y dándose la vuelta, avanzó dos pasos más.

Cuando iba a dar el tercer paso, hacia ninguna parte, escuchó a su derecha el ruido de varias ramas crujir. Rápida como una pantera, se agachó y en silencio fijó su mirada donde el sonido había tenido lugar. Clarissa tras ella le imitó, mientras escondía con un abrazo fuerte a la criatura que, ajena a todo, seguía dormida. Con la determinación de alguien que sabe lo que hace, Ananías le hizo saber a Clarissa que no se moviera.

Avanzando entre las sombras como una más, se aproximó al origen de lo que había perturbado la paz de aquel silencioso laberinto de madera viva. A medida que se acercaba, se fue dando cuenta de lo que sucedía.

Frente a sus ojos apareció la figura de un hombre con las manos llenas de ramas pequeñas. A lo lejos, pudo ver otros dos hombres agachados frente a un círculo con más ramitas. Cuando el primero de los tres, dejó el montón que llevaba sobre el resto, uno de sus compañeros comenzó a chocar dos piedras con fuerza. De estas salió una chispa. Segundos después la oscuridad se iluminó gracias al fuego. Delante de la hoguera, los hombres se pusieron a hablar mientras pasaban una botella y daban largos tragos de ella.

Antes de volver, Ananías dedicó otro minuto a espiarlos. Sus calculadores ojos estudiaron las armas que llevaban: dos hachas, una ballesta, tres arcos... A la izquierda de la hoguera, vio un carro lleno de madera cortada. Con cuidado, se movió hacía esa carreta. Al acercarse, se dio cuenta de que en ella también había varias jaulas pequeñas y otras más grandes. Frunciendo el ceño, descarto la teoría inicial. Aquellos hombres no eran simples leñadores, parecían ser cazadores pero, ¿de qué?

La chica de la Media Luna (1)Where stories live. Discover now