Capítulo 2.

266 22 3
                                    

Un rebelde rayo de sol se colaba por las cortinas, pegándole directamente en los ojos. Forzándolo a despertar –de nuevo–, con una gran resaca y alguien, a quien apenas conocía, compartiendo su lecho.

Al principio eso le parecía divertido: vivir sin ataduras. "Podrás tener todo cuanto desees", le habían dicho muchos años atrás. "Podrás ser todo lo que quieras. Conocerás el mundo, las mujeres te amarán y el universo te rendirá pleitesíaTodos tus sueños se harán realidad". Y había sido cierto. Había conseguido todo cuanto había podido desear, menos una cosa: ser él.

En algún punto del camino, el joven en el que comenzaba a convertirse, se extravió. Dejó de ser quien había pensado ser para convertirse en uno de sus tantos personajes. ¿Cuál de todos? No importaba. Podía ser el hombre que el momento requiriera. Podía ser quien quisiera cuando quisiera. Pero, por más que lo intentara, no lograba ser él mismo.

Estaba harto de su vida. Incluso la había intentado dejar. Había intentado huir de todo. Pero no lo había logrado. Una y otra vez, volvía al lugar que había dejado y siempre era peor que antes.

Eso nadie se lo había dicho.

Nadie le había explicado cómo se sentiría cuando el mundo entero conociera su nombre, pero a nadie, absolutamente a nadie, le importara lo que él pudiera pensar o sentir. Él era –ante los ojos de los demás–, sólo un objeto de moda. Un buen tema de conversación, algo… algo inanimado, sin vida.

La gente reconocía su rostro. Todos sabían quién era, pero nadie se acercaba a él sin interés. Estaba solo, completamente e infinitamente solo. ¡Cuánto deseaba volver el tiempo atrás para poder negarse a la seducción de la fama!

Se levantó sin preocuparle si sus movimientos despertarían o no a su acompañante. Se vistió y salió de la habitación sin siquiera dejar una nota. No había porque hacerlo.

Bajó al lobby y pidió al encargado que le guiaran a una salida de servicio y le llevaran su coche ahí. Ya suficientes enfrentamientos había tenido con la prensa, como para darles otro motivo para atacarlo.

La cabeza estaba a punto de estallarle y el sol lo cegaba. Uno de los empleados del hotel se percató de ello y se ofreció a servirle de chofer, pero en esos momentos no quería tener a nadie a su lado. Se sentía tan amargamente solo que quería verse así.

Comenzó a atravesar las calles de Chicago, tranquilamente en su lujoso Rolls. Extraviado en sus pensamientos. Con una sola idea dando vueltas por su mente: “es aún muy temprano para sentirse tan miserable”.

Al pasar por un parque, la expresión de serenidad de una chica lo hizo apartar la vista del camino más tiempo del necesario. Se la veía tan tranquila, sentada en una banca, leyendo un libro cuyo título no pudo distinguir. "¡Cuánto extraño esa libertad!", pensó y, entonces, el agudo rechinido de llantas quemando el asfaltó lo sorprendió. Regresó a la realidad de golpe y, haciendo una ágil maniobra, logró evitar que su coche se impactara con otro. "¡Lo que me faltaba!".

Bajó furioso a discutir con el inconsciente conductor que estuvo a punto de causarle estragos a su juguete favorito, pero las palabras se quedaron atascadas en su boca cuando vio porqué había frenado así.

Sacó su teléfono y reportó el accidente. En cuanto cortó la comunicación con la central de emergencias, marcó otro número. Se disponía a hablar con su agente. Pensaba salir de ahí caminando, así que necesitaba que mandara por su coche, pero alguien pasó corriendo, empujándolo y haciéndolo soltar el celular.

-     ¡Ten más…! –iba a decir, pero reconocer el rostro del hombre que corría lo hizo frenar sus palabras.

***   *******   ***   *******   ***   *******   ***

Los hospitales eran el lugar que más temía. Ir a uno, siempre había sido para él, un aviso de que su vida estaba por cambiar drásticamente.

En un hospital, después de haber perdido a sus dos héroes, había tenido que renunciar a sus sueños. En un hospital le había dicho adiós a su mejor amiga, a su confidente. En un hospital se había sentido el más infame de los hombres, al no poder cumplir una sencilla promesa. En un hospital, había visto hacerse pedazos el último de sus sueños. Y ahora, ahí estaba de nuevo. Con los sentidos entumecidos.

El susto lo había dejado aturdido. Veía sin ver. No escuchaba nada. Pero estaba seguro de que se encontraba en un hospital. El aroma era tan claro y tan espeluznante que no podía provenir de otro lugar.

Poco a poco se fue volviendo más consciente de las cosas. Logró sentir claramente el cálido contacto de una mano apoyada sobre su hombro y vio frente a él otra mano extendida que le ofrecía una humeante taza de café.

-     Toma, te caerá bien. –Dijo una primera voz.

-     Gracias, pero no quiero.

-     Necesitas tomar algo. – Intervino otra.

-     ¡Lo que necesito es verla a ella! –Respondió irritado–. Debe estar muy asustada. ¡Me necesita!

Los otros entendían perfectamente su actitud.

Habían estado con él siempre. Habían presenciado cada uno de los golpes que la vida le había dado. "Los tres" los llamaban. Eran familia. Eran socios. Eran amigos. Y en ese preciso momento intentaban convencerlo de al menos aceptar un poco de café, cuando otro hombre un médico, se acercó a ellos.

-     ¿Cómo está? –Le preguntó de inmediato, sin poder ocultar su preocupación.

-     Estará bien, ha tenido suerte. La mujer ha llevado la peor parte. –Respondió el galeno con un tono particularmente irritante.

-     Arriesgó su vida por ella. ¿Se repondrá?

-     Ha recibido golpes serios, pero nada de gravedad. Aunque ha permanecido inconsciente desde que llegó, estará bien. Haremos cuanto podamos para…

-     Lo que sea. No escatimes en esfuerzos. No escatimes en gastos. Yo cubriré to…

-     He dicho que haremos cuanto podamos. –Lo cortó el médico fríamente. Estaba molesto y no pretendía esconder su descontento.

-     Quiero ver a Lilly. –Pidió.

-     Ahora no puedes. Está dormida. Estaba muy asustada. Tuvimos que sedarla.

-     ¡Por favor! –Suplicó.

-     No será posible…

-     ¡Es mi hija!

-     ¡También mía! –Bufó furioso el médico.

-     Michael, por favor no me hagas esto. ¡Déjame verla! Lillian me habría dejado.

-     A ella no te atrevas a mencionarla siquiera. –Advirtió.

-     Mike, –interrumpió entonces uno de los otros hombres que acompañaban al rubio–, ¿no ves lo mucho que está sufriendo? Lilly es todo lo que le queda y… estuvo a punto de… –hizo una pausa. Se quitó los lentes. Se presionó el puente de la nariz con los dedos y continuó–. Por favor. Si no quieres hacerlo por él, hazlo por ella. Hazlo por ellas. Lilly necesita de su padre.

-     Por favor Michael, Lilly es todo lo que tengo. ¡Déjame verla!

-     Lo lamento. Yo… –dijo con tono más amable–, Lilly es lo único que queda en el mundo que me recuerda a Lillian. Yo… sígueme, te dejaré quedarte. Pero no la despiertes. Déjala descansar.

-     Gracias.

Mientras era guiado al cuarto en el que estaba su hija, y sus dos amigos intercambiaban miradas preocupadas, un famoso personaje solicitaba toda la información que pudieran facilitarle de los implicados en aquel accidente.

Muchos años habían pasado desde la última vez en que se habían visto.

Habían sido mejores amigos, pero sus caminos habían seguido rumbos distintos. De creer en el destino se habría permitido pensar que su reencuentro era algo que estaba escrito desde el momento que dejaron de verse.

BeirlatDove le storie prendono vita. Scoprilo ora