Capítulo 11.

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Los días amanecen, siempre, de forma distinta para cada uno de nosotros. Para algunos, el sol, resplandeciente y cálido, representa el augurio de todo lo bueno que está por venir; para otros, es la más clara muestra de burla que el destino presenta después de dejar bien claro que el futuro es incierto. Para otros tantos, es simplemente, la forma que tiene el tiempo para decir "es hora de levantarte", aun cuando hayas pasado la noche entera en vela.

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Sabía que se tenía que levantar. Los rayos del sol se lo decían a gritos. Había permanecido despierta toda la noche, intentando sin éxito, encontrar la posición adecuada para dormir, escuchando el constante "tic-tac" de su reloj, que en vez de hablarle con sus palabras cotidianas, parecía decirle, con repetida monotonía, "ton-ta".

No había pegado el ojo ni un solo minuto. Estaba cansada, pero sabía que tenía que ponerse en pie, darse un baño y arreglarse para su cita con Alex. Alex. Si él no hubiera llegado la noche anterior, tan sorpresivamente como lo había hecho, seguramente su falta de sueño se habría debido a algo completamente distinto. "Ton-ta", le volvía a decir el reloj "ton-ta".

No pudiendo soportar más el incansable reproche de ese fastidioso aparatejo se levantó. Puso en su reproductor de CDS el disco más estruendoso que encontró, subió el volumen y, entre gritos y brincos, entró al cuarto de baño a ducharse, con agua fría, muy fría, para de ese modo, amedrentar un poco su ira y frustración.

Al terminar su ducha se sentía mejor. El agua fría la había ayudado a encontrar un poco de paz. Había logrado desviar sus pensamientos, de ese beso que se había perdido en la indecisión y de esa palabra que le había sentado tan mal, al temblor de su cuerpo, al entumecimiento de sus músculos, a la forma en la que su respiración cesaba cuando el agua helada hacía contacto con su piel. El agua fría había sido una buena idea.

Salió del cuarto de baño, ya cambiada, y con una sensación de tranquilidad a medias. La música también estaba haciendo efecto. Ahora, seguía brincando de un lado a otro y profiriendo, no gritos, ni cantos, más bien alaridos que se sentían increíblemente bien.

Ya más relajada decidió bajar el volumen del reproductor, para poder escuchar el timbre en el momento en que Alex llegara por ella, y entonces, el reloj cambio sus palabras, no a su acostumbrado "tic-tac", sino a un horrible "na-da".

Volteó furiosa hacia él. El muy bribón continuaba repitiendo a cada segundo, ahora de manera intercalada, "ton-ta" y "na-da", estuvo a punto de lanzarlo por los aires y disfrutar de su desastrosa caída, pero el timbre sonó.

-     ¡Te salvaste! –Dijo mirando amenazante al aparato–. Pero, ¡ay de ti si vuelves a burlarte de mí a mi regreso!

Entonces, súbitamente, volteó la cabeza hacia lo alto, con los ojos cerrados y casi gritó:

-     ¿Por qué permites que cosas como ésta me pasen? Prometiste cuidarme, ¿recuerdas? Deberías sentirte mal sólo de pensar en lo mal que me siento yo. 

Se llevó las manos al rostro, se presionó un poco la frente y los ojos con las palmas y después terminó con un:

-     ¡Cuánta falta me haces!

El timbre volvió a sonar. Suspiró profundamente. Tomó el primer suéter que su mano alcanzó en el armario, apagó el reproductor y salió del departamento.

Cuando llegó al acceso se encontró a un sonriente Alex, que en vez de su usual ramo de rosas, llevaba una sola. Una rosa blanca que casi la hace perder la compostura y tirarse al suelo a llorar.

BeirlatWhere stories live. Discover now