Capítulo 7.

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La inspiración suele ir y venir a su antojo, pero una vez que un escritor encuentra algo –lo que sea–, que pueda incitarlo a escribir, al menos unas cuantas líneas, es difícil que deje pasar una sola idea y, generalmente, esa inspiración suele venir de las cosas más inesperadas que uno se pueda imaginar. Eso le sucedió a Andy.

Aquel domingo había tenido la fortuna de encontrar en un par de hombres, aquello que necesitaba para escribir capítulo tras capítulo de una nueva historia.

Había encontrado a los caballeros de su nuevo cuento, aunque no había decidido aún si serían amigos, antagonistas, simples conocidos, líderes de pueblos en pugna o enemigos a muerte.

Quizá podría hacer de ellos una especie de Arturo y Lancelot, amigos que traicionaban su amistad por su amor a una mujer. Aunque en su historia no sería una mujer la causante de su desapego, sería un ideal. Los triángulos amorosos eran ya demasiado trillados.

O probablemente, podría hacer de ellos uno solo. Un ser que al inicio de los tiempos había sido dividido en dos por un maligno hechizo que había condenado a cada una de sus partes a vagar por el mundo hasta que finalmente pudiesen encontrarse, y en cualquiera de los casos, quien los ayudaría sería Tomy, el protagonista de todas sus historias.

Tomy era aquel valiente y aguerrido muchacho que no le temía a nada, que luchaba contra las más feroces criaturas para alcanzar sus sueños; el magnífico caballero que, al terminar cada una de sus aventuras, regresaba con bien a casa, al lado de Dyna, la mujer que lo amaba. Aquel, su Tom Sawyer personal.

Andy había pasado días enteros, con la nariz tras el monitor de su computador, escribiendo todo lo que se le venía a la mente.

Escribía a todas horas y eso le había permitido imprimir ya muchos borradores distintos. Había releído tantas veces cada una de las hojas impresas que se las sabía de memoria, y pocos eran los espacios en blanco que quedaban en los márgenes, sobre los cuales no hubiese puesto una anotación a mano.

Estaba emocionada y muy divertida con todo lo que se le ocurría. Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que le sucedió algo similar y, eso la hacía sentir muy bien, aun cuando la historia no estuviese definida.

Su editor había pedido leer algo de lo que llevaba escrito, pero ella le dijo que hasta no tener una idea bien clara de lo que quería hacer no le entregaría nada y así, pasaron las semanas.

Una tarde mientras estaba en su "oficina", rodeada de papeles y tomando su quinta taza de café del día, una vocecita familiar la hizo salir del mundo de fantasía que tenía creado en la cabeza.

-     ¡Andy! –Gritó una infantil vocecita con emoción.

-     ¡Lilly! –Contestó Andy con alegría levantando la vista, esperando, sin darse cuenta, encontrar a su pequeña amiguita al lado de aquel rubio que comenzaba a idealizar como uno de los más perfectos hombres–. ¿Cómo estás pequeña? Tantos días sin verte. –Pero él no estaba ahí.

-     Bien. Papá y yo hemos venido varias veces a buscarte pero no te hemos encontrado. –La rubia sonrió.

-     He tenido mucho trabajo. ¿Vienes sola? No veo a Albert contigo.

-     Papá está trabajando. No pudo venir. Pero mis tíos me trajeron. Son esos dos de allá. –Dijo señalando a la barra a dos elegantes caballeros enfundados en finos trajes–. El guapo de lentes es mi tío Dec y el guapo que parece modelo es mi tío Cal. –Andy sonrió.

-     ¿Así que los guapos son tus tíos? –Lilly asintió–. Parece que están discutiendo por algo.

-     Les pedí helado, chocolates, bombones, una soda y pastel de manzana. El tío Dec está dispuesto a comprarme lo que quiera, pero el tío Cal dice que papá se enojará si se entera que me dieron tantos dulces. El tío Dec lo quiere convencer de no decir nada, pero el tío Cal es un poco difícil. –Andy sonrió.

BeirlatWhere stories live. Discover now