Capítulo 13.

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¿Alguna vez te has preguntado si aquello que sabes o crees saber es cierto? O ¿qué pasaría si vivieras con creencias erradas? Te digo esto porque muchas veces, sin siquiera saberlo, vivimos en una mentira. Nuestros prejuicios, aunque creamos no tenerlos, acompañados de lo que creemos, sabemos, o creemos saber, nos crean un velo que opaca nuestro juicio y, las más de las veces, determinan el proceder de nuestras acciones. Si estuvieras equivocado en algo, ¿te gustaría saberlo? O ¿preferirías seguir viviendo una mentira antes de sufrir a causa de la verdad?

Si eres de los valientes que preferirían la verdad, creo oportuno hacerte saber que "existen verdades que llenan el corazón de desesperación y no agrada hablar de ellas, salvo que se disponga de un escudo contra la desesperanza".[1] Porque, recuérdalo: "el que busca la verdad corre riesgo de encontrarla".[2]

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¿Qué había pasado después de haberse enterado de aquello que Andy, sin saber, le había confesado? A penas podía recordarlo. Ahora, sentado frente al imponente escritorio de caoba de su estudio, intentaba poner en orden sus ideas, mientras esperaba que su auxiliar llegara.

En cuanto había llegado a casa, caminando a trompicones, entró a su estudio, se sirvió un poco de whisky y telefoneó a Liam Jackson, el antiguo auxiliar y mano derecha de su padre. "Es una emergencia" fue lo único que le dijo y colgó.

Tenía un par de libros frente a él, Andy se los había dado. "Lilly los disfrutará mucho", la había escuchado decir.

¿Cómo era posible que ella fuera esa mujer a la que había dejado gravemente herida en un país lejano? ¿Cómo era posible que ella no se hubiese dado cuenta de que él, su hija y sus sobrinos eran la familia que "su Tomy" renegaba? ¿Cómo era posible que él hubiese creído que una mujer que decía amar a su sobrino con tanta fuerza lo hubiera olvidado tan fácilmente? ¿Cómo era posible que las cosas hubieran dado ese vuelco tan terrible?

Verla tan triste, lo había hecho sentir fatal, pero saber que gran parte de su tristeza se debía a acciones que, de cierto modo, él había provocado era mucho peor.

No queriendo dejar que sus pensamientos dieran más vueltas en su cabeza, bajó la vista y la posó sobre los libros que ella le había dado. Eran tres grandes tomos de pasta dura, empastados en piel. Sus títulos resplandecían con letras doradas y, dentro de todos, había hermosas ilustraciones. Tomó el primer libro, lo hojeó y después lo puso a un lado, Tomó el segundo e hizo exactamente lo mismo, finalmente vio el tercero y decidió sólo acariciar su lomo. Eran tres extensas compilaciones de cuentos de Christian Andersen, los Hermanos Grimm y Perrault. "Léele el cuento que quieras, pero por favor déjame Los Cisnes Salvajes a mí". El eco de la voz de Andy, resonaba en sus oídos.

Necesitaba saber ¿qué había pasado? Lo necesitaba de verdad. Pero ante todo, lo necesitaba, porque debía aclarar las cosas con ella. "Dios, ¿cómo voy a decirle la verdad? ¿Cómo?". En eso pensaba cuando escuchó que tocaban la puerta. "Adelante" dijo.

Una de las dos hojas de la enorme puerta de su estudió se abrió, y al hacerlo, dejó entrar la imponente figura de Liam. Alto, bien parecido, un poco mayor que Albert, de cabello oscuro y enfundado en un impecable traje negro. Siempre había sido parte de la familia, incluso tenía su propio juego de llaves para entrar a la mansión cuando él quisiera, pero nunca iba, a menos que alguien se lo pidieran. Como había sucedido esa noche. Cerró la puerta tras él y, con mirar preocupado, caminó hacia el rubio que lo esperaba.

-     ¿Pasa algo? –Preguntó sin mayor preámbulo.

-     Liam, necesito que me cuentes todo lo que recuerdes de lo que sucedió después de la muerte de Thomas. –La voz de Albert delataba su mal estado. Sus palabras salieron atropelladas de su boca.

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