Capítulo 5.

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Su día no había comenzado precisamente bien, pero intentaba verle el lado amable a las cosas. "Tenía" que verle el lado amable a las cosas.

A eso de medio día tenía una reunión con aquel actor al que había dejado plantado a causa del accidente, y no podía presentarse amargada y taciturna. Así que dejó que su cuerpo hiciera lo que siempre hacía cuando la tristeza intentaba colarse a su alma.

Comenzó a caminar. Con todos sus sentidos encendidos. Al menos cuatro de ellos. Olía, escuchaba, sentía y percibía todo lo que rozaba su cuerpo, pero iba perdida en sus pensamientos. Confiaba en sus pies lo suficiente como para saber a dónde iba, aún sin ver el camino.

Estaba muy próxima a su destino, el aroma a café recién hecho, mezclado con el perfume de las flores, el sonido de risas y la brisa a través de las hojas de los árboles se lo decían. Entonces, aún con los ojos cerrados, echó la cabeza un poco hacia atrás para poder sentir todo, sin dejar de caminar.

-     Ahora comprendo por qué los domingos son los días más difíciles. –Dijo con la cabeza aún levantada al cielo–. Debí haberme quedado bajo las sábanas rumiando mis desventuras, ¿no crees? Con las luces apagadas, música triste y desconectada del mun… ¡auch! ¡No de nuevo! –Había chocado con algo.

No, no fue algo, fue alguien. Alguien que, hábilmente, había evitado que cayera al suelo sosteniéndola con fuerza pero a la vez con delicadeza por la cintura. Alguien que además olía muy bien

-     Lo lamento mucho, iba caminando distraí… –esos ojos azules en los que se veía reflejada. Ella los conocía.

-     Parece que los accidentes, por pequeños o aparatosos que sean, van a hacer que nos encontremos con frecuencia.

-     ¡Albert! Cuánto gusto verlo de nuevo. –Respondió ella aún refugiada en sus brazos–. Creo que debo aprender a dejar de cerrar los ojos cuando camino. –Sonrió ampliamente.

-     Supongo que pasa la mitad del tiempo chocando con la gente. –Ella río de buena gana.

-     Sí un poco. Aunque generalmente termino en el suelo, no en brazos de alguien.

Fue hasta entonces que se dieron cuenta de que aún seguían abrazados y se soltaron avergonzados.

-     Debería ser un poco más cuidadosa Andy. Su propensión a los accidentes no debe ser algo muy sano y, si a eso le añadimos que camina con los ojos cerrados…

-     Espero no haberle causado daño.

-     No sé preocupe. –Dijo con una amplia sonrisa mientras sobaba su pecho–. No creo que este choque deje marcas permanentes en mi cuerpo.

-     Pero seamos honestos, –dijo ella, divertida–, ¿era yo la única distraída de los dos? –Él rió.

-     No, no lo era.

-     ¡Lo sabía! ¿Y Usted en que venía pensando?

-     Venía viendo aquella tienda de instrumentos musicales. –Dijo señalando hacia un edificio–. He venido a este parque todos los domingos desde hace más de cuatro años y nunca la había visto.

-     ¡Pero, si es enorme!

-     Déjeme decirle, señorita, que Usted no es la única persona distraída de Chicago.

-     Supongo que no. –Dijo un poco avergonzada–. ¿Toca Usted algún instrumento? –Él suspiró.

-     Tocaba. El violín. Aunque tiene mucho tiempo que "Orfy" no sale de su estuche.

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