(23) Recuerdo

26 5 5
                                    

Cuando la carne del Djinn se volvió opaca, me encontré aislada de todo. Sin luz. Sin sonido. Ni siquiera ese zumbidito familiar en el fondo de mi oído que sólo se escucha en el silencio absoluto. Nada. La sensación de ingravidez pronto desapareció, en cuanto me habitué a ella. Simplemente estaba allí, incapaz de percibir nada. No sabía donde estaba Sahar, ni donde estaba yo, ni qué hacer.

Me palpé a mí misma, por sentir algo. Yo estaba allí. Brazos, piernas, cabeza. Yo. Me noto, luego existo. Real en medio de una nada que no lo era. Respirando un aire que no estaba ahí. No respiraba de verdad. No lo necesitaba. Quizá ya tampoco comería o bebería. Me abracé las rodillas, encogida. "Podría intentar quedarme aquí. Flotar en la nada hasta que eventualmente deje de pensar. Rendirme." Realmente lo pensé. Fueron los diez segundos más mezquinos de mi vida, y una de mis mayores vergüenzas al recordar. Quise convencerme de que tal vez el Djinn lo había causado, pero sabía que no era cierto. La presencia del Astral había abandonado mi mente. En este plano donde él era real y tangible, estaba libre de su influencia; mis pensamientos eran míos otra vez.

No abandoné la posición fetal. Era cómoda. Todo lo que yo era, cuerpo y alma, estaba concentrado en un pequeño punto. Sin distracciones, empecé a explorar mis posibilidades. Listé mis recursos y analicé la situación. Al menos no era mucho trabajo: me tenía a mí misma, sin mi fuerza demoníaca, y el Djinn me tenía atrapada en su interior, con Sahar como rehén, en una dimensión misteriosa. Fue insatisfactorio admitirlo, pero cuando me di cuenta de que mi única opción era esperar, me relajé.

Estaba muy, muy cansada. Calmarme y decidirme a parar fue la señal para mi cuerpo de que cerrara el grifo de adrenalina. Sin el Astral dentro de mí, mis músculos acusaban todo el esfuerzo sin ningún alivio. Disfruté esta sensación perdida, humana, de agotamiento. Tan simple, tan mía. La misma que me sobrevenía tras horas golpeando los colchones de la pared de mi habitación. El cansancio me abrazó como un viejo amigo.

Dicen que la privación sensorial puede causar alucinaciones. El cerebro, sin estímulos externos, pone en marcha los internos. O puede que me durmiera, lisa y llanamente. Pero si estaba dormida, era un sueño lúcido, sin esa textura borrosa y desenfocada con que se recuerdan tanto aventuras como pesadillas. Me encontraba en el plano astral y mi mente se abría como una flor,expandiéndose, con una luz propia que las tinieblas del Djinn no apagaban ni contenían. Nunca supe el origen de ese ensueño. Pero fuera lo que fuera, era real.

Todo palpitaba. Todo mi cálido y rojo mundo visto a través de ojos sin párpados, incapaces de ver. Apenas podía moverme. Apenas tenía qué mover. Era minúscula, un susurro en crecimiento que algún día saldría gritando de mi mamá.

Mamá. No tenía palabra ni concepto para ella. Sin embargo, conocía su voz. Hablaba. Hablaba mucho. Su voz era enorme. Si las galaxias hablaran, y me quisieran mucho, hablarían como mi mamá. Y Papá. Papá antes de volver a buscarme. Papá antes de conocerme. Sus palabras llegaban hasta mí por encima de cualquier otro sonido. Su voz más joven y aún no tan triste.

– Es un chico, ¿verdad? –le preguntaba a Mamá. Me meció una vibración mínima, lejana, llegada de las alturas: Mamá negaba con la cabeza.

– El doctor no lo sabe aún –explicó, demasiado feliz para atosigarse por volver a tener esta conversación, y agregó–. A mí me gustaría una niña...

– La próxima vez –respondió Papá, y una insinuación de ilusión, de júbilo quizá, atravesó su inquietud y nos hizo sonreír. A mamá y a mí. Mi sonrisa no tenía labios, pero había algo feliz allí–. El primero será un niño. Siempre es así en mi familia.

– Ya sabes que no me gusta la tradición por la tradición. A lo mejor la rompemos. Serás el primero. –dijo Mamá medio en broma. Pero algo no estaba bien del todo. Ella lo sabía. Papá estaba preocupado.

Alianza de Acero: una novela de Dark'n'SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora