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Estaba realmente cansada. Era uno de los peores días desde que Sophia había nacido, pues ella estaba con cólicos y mocos que obstruían su respiración, y aún no sabía cómo respirar por la boca. Solo tenía tres meses. Gemma también me necesitaba y, aunque no hacía escándalo, se notaba que le ponía triste el poco tiempo que me quedaba para ella. Sin embargo, no perdía oportunidad para sentarse a mi lado cuando era momento de amamantar.

Evan estaba en el castillo, ya que el tiempo de Richard en el trono estaban contados y aunque aún faltaban algo así cómo nueve meses para que Ric asumiera, el Parlamento estaba como loco. Y ni hablar de mi querido esposo. Hoy, sin embargo, le rogué que volviera temprano a casa. Lo necesitaba. Habíamos discutido la noche anterior por su ausencia y me sentía mal. Quería que todo estuviera bien entre nosotros y que me entendiera.

Luego de horas de mecer a Sophia en mis brazos y jugar con Gemma en los momentos en los que la más pequeña dormía, estaba realmente exhausta. Creía que iba a quedarme dormida de pie. Cené dos horas más tarde de las que tenía planeadas, en el momento en el que la bebé se durmió. Gemma se quedó dormida en la sala familiar, así que la tomé en brazos y la dejé en su cama.

Me senté en la mesa de la cocina, mientras Nenna acomodaba las cosas que estaban fuera de lugar. Mi estómago no paraba de rugir, pero Evan aún no había llegado y quería esperarlo. Mas cuando pasaron quince minutos me di por vencida y me abalancé sobre lo que tenía en frente.

Al terminar, me despedí de Nenna y subí a mi habitación en el mayor silencio posible. Ni siquiera me quería dar una ducha. Tenía tanto sueño que estaba pasada de vuelta y mis emociones estaban hechas un desastre: deseaba que viniera Evan, abrazarlo, besarlo y luego gritarle porque lo necesitaba y él parecía no entenderlo. Yo captaba bien que él tenía una gran responsabilidad al ser hermano del futuro rey, pero también tenía una familia.

Así que aproveché que Sophia parecía poder dormir plácidamente sin dolores y lo esperé. Decidí que me quedaría despierta, como mucho, una hora. Tenía la certeza de que ni la mente ni el cuerpo me daría mucho más. Pero me quedé dormida antes de que él lo hiciera; desperté dos horas después con el llanto de Sophia.

La acuné sobre mi pecho y comencé a mecerla mientras me acercaba a la cama, besando su cabeza. Bajé la parte superior de mi musculosa, quité el protector mamario y descubrí mi seno, ayudando a Sophia para que pudiera prenderse. Siseé y cerré mis ojos con fuerza cuando lo hizo, mordiéndome los labios para distraer el dolor.

Me apoyé contra el respaldo de la cama con uno de mis pies aún en el piso e intenté relajarme. Estaba luchando conmigo para no quedarme dormida, pues sabía que era peligroso hacerlo con la bebé tan pequeña en brazos.

Apenas me había relajado cuando Sophia soltó mi pezón y gimoteó. La mecí, tarareando e intentando calmarla, pero ella no quería nada de eso; soltó un grito y comenzó a llorar casi de manera desesperada. Cubrí mi seno rápidamente y me paré, caminando, moviéndome, haciendo lo posible para que se calmara.

Nada parecía suficiente. Cerraba los ojos y dormía por momentos cortos, para luego retomar el llanto descontrolado. Pasó una hora así cuando escuché a Gemma por la radio llamándome. Suspiré e intenté de nuevo darle la teta a Sophia. La tomó y supe que era cuestión de segundos antes de que la soltara. Con cuidado, me apresuré hacia la habitación de Gemma, quien me miraba con sus grandes ojos verdes preocupados y se agarraba de la baranda, con su chupete en medio de sus dedos rellenos. Le di una sonrisa temblorosa y bajé la barra, tomándola brevemente con mi brazo libre para que bajarla al piso.

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora