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-Bienvenido a casa –le dijo Gemima a Rubén dándole un beso y abrazándolo. Él le devolvió el abrazo dándole además un sonoro beso en la frente. Encantada, Gemima sólo se echó a reír. Su hijo venía a casa muy esporádicamente, y tenerlo de nuevo en casa realmente la hacía feliz. Sobre todo, porque últimamente esta enorme casa estaba demasiado silenciosa. Viviana se había casado y se había ido, y Rubén, aunque seguía soltero, ya no vivía aquí.

Luego de que sufriera aquel accidente, como prefería llamarlo ahora, su hijo se había ido al extranjero dos años. Allá había hecho el posgrado que había pensado hacer aquí, y no lo culpaba. Era natural que quisiera poner tierra de por medio.

Había regresado y entrado a trabajar de una vez en la empresa de la familia y luego, había aceptado salir con Kelly Ávila, la hija de un amigo de la familia.

Kelly era guapa, de piel canela, cabello largo y azabache, ojos un tanto almendrados, y bastante delgada. Parecía estar enamorada de Rubén, a pesar de las pocas semanas que llevaban saliendo, pero él, en cambio, no parecía muy involucrado.

-Bienvenida, Kelly –la saludó también, pues había venido con Rubén. Ella contestó al saludo con una amplia sonrisa.

Los guio hacia una de las salas donde se encontraban los demás recordando que cuando su esposo le había hablado de la posible unión entre los Caballero y los Ávila, ella le había reclamado por obligar a su hijo a aceptar una unión así.

-No lo obligué –se defendió Álvaro entonces-. Le di oportunidad de considerarlo, hasta de negarse y no lo hizo. Y todavía puede terminar con ella si quiere. No se han comprometido todavía.

-Dudo que lo haga –le había dicho Gemima, y aun ahora lo pensaba. Habían entrado juntos a la casa y él no hacía ningún contacto físico con ella, no le ponía la mano en la cintura, o en la espalda. No le decía cosas al oído, ni ninguna otra cosa que mostrara cercanía en la pareja, pero ella, en cambio, parecía ver a través de los ojos de él.

Era el almuerzo de un domingo muy tranquilo, un domingo cualquiera, pero hoy Gemima había insistido en que sus dos hijos vinieran a comer con ella para sentirlos cerca, para reñirlos si le daban ocasión, para disfrutar de tenerlos aquí otra vez.

-Mírate –le dijo Rubén a su hermana mirándola con una sonrisa socarrona-. Estás enorme.

-Yo también te quiero, hermanito –le contestó Viviana, poniendo su mano en su enorme panza como protegiéndola de algo muy malvado. Rubén sólo se echó a reír y le besó la mejilla acariciando un poco su barriga. Era su segundo embarazo y ella estaba encantada. Ya sabían que era una niña, y Roberto parecía más sobreprotector que de costumbre.

-Tío!! –exclamó Pablo, como había nombrado Viviana a su hijo mayor, un chiquillo inquieto de tres años que corrió a él colgándose de su pierna como una garrapata.

Viviana también saludó a Kelly e iniciaron una conversación agradable. Kelly le hacía preguntas acerca de su embarazo, y Viviana se preguntó si de pronto estaba soñando con tener los hijos de Rubén.

Gemima miró a Viviana, Viviana miró a Gemima. Ninguna de las dos creía que Rubén estuviese enamorado, y por lo tanto, dudaban mucho que el matrimonio se produjera.

Era injusto con Kelly, que de pronto se estaba haciendo ilusiones, pero no habían tenido tiempo para hablar con él acerca del tema.

-Tu casa es preciosa –le dijo Kelly a Rubén cuando él se sentó a su lado en el sofá. Él miró en derredor con una sonrisa en el rostro.

Rosas para Emilia ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora