Capítulo 3

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Una mujer anciana procuraba traer la canoa pequeña que apareció de repente en la orilla del rio con un muchacho en ella, había dejado las ropas que lavaba para ayudar a aquel joven, en ese momento aquella mujer se llevó un susto tremendo y desesperada llamo a sus hijas y a las otras mujeres que también se encontraban lavando sus vestidos.

—¡Esta muerto! — exclamó asombrada una hermosa joven al aproximarse a la canoa junto con sus hermanas, también sorprendidas al verlo.

  —¡No lo digas ni de broma Gal!, ¿Qué haríamos con un muerto? ¡Nosotras no lo matamos!  — gritó con nerviosismo su hermana, las tres quedaron inmóviles mientras la madre tomaba las manos del joven, aparentemente muerto. Buscaba sentir algo que indique que él seguía con vida.

—No está muerto, solo está dormido y también muy pálido, no imagino de donde habrá salido…     —miró con lastima y cierto afecto al muchacho, estaba con la ropa mojada y las manos sucias, así también su rostro.

—¿Cómo sabes que no está muerto madre? Yo lo veo bien muerto—interrogó curiosa su hija mayor, Gal.

—Porque acabo de sentir los latidos agotados de su corazón, pobre chico—murmuró limpiándole la cara con un pañuelo mojado mientras Gal la ayudaba a quitarlo de la canoa.

—Pero si el corazón está en el pecho no en las manos madre—rió Liana, quien solo miraba distante lo que su hermana y su madre hacían, como si le momento le desagradase.

—El pulso se encuentra en las manos también hija, es como una corriente de agua, dentro nuestro—termino de lavarle la cara al muchacho.

—Es muy guapo—admitió Lea, mirando las facciones de su rostro—, y es de mi edad por lo que veo, no está para nada feo—se le escapó una risita picara lo que provocó la carcajada de sus demás hermanas y su madre.

—¡Dejen de hablar estupideces jovencitas tontas! —ordenó su madre—, ayúdenme a llevarlo a la tienda, ha de ser muy pesado este chico, vamos llevémoslo ya—tomo las manos del joven y con la ayuda de Gal y Liana lo llevaron deprisa hasta la tienda, las demás mujeres miraban extrañadas la situación, ignorándolo siguieron lavando sus ropas bajo el caliente sol en el cristalino rio.

Las tres jóvenes se quejaban del peso del muchacho y discutían de donde se quedaría hasta que se recuperase del todo, porque según la madre, ni se encontraba bien de salud, estaba muy delgado y con heridas recientes en el brazo. Llegaron finalmente a la humilde tienda y lo acostaron en una de las camas que tenían, Gal se encargó de llevarle un poco de pan y agua, su madre preparo algunas sabanas y pañuelos mojados para sus heridas, Liana observó cómo ellas trabajaban de prisa y permaneció en silencio mientras que Lea arrojaba leñas al fuego.

—¿Por qué se supone que tendríamos que salvar vidas ahora? — espetó no muy alegre ante las acciones de su madre y sus hermanas, parecía un desperdicio de lo poco que tenían de agua y comida.

—No tiene nada de malo ayudarlo, además, nunca nos ha faltado nada Liana, no seas tonta—le respondió Lea con tono de reproche mientras apreciaba el bello rostro del joven, se preguntaba cómo sería su nombre.
Rodando los ojos y disgustada, Liana abandonó la tienda y fue hasta el corral de las ovejas que tenían para quedarse sin hacer absolutamente nada entre ellas.

No conseguían despertar al joven las tres mujeres que permanecían en la tienda, esperaban darle algo de comer y conversar con él, saber quién era. Gal preparó la pequeña mesa de madera para comer, todas estaban hambrientas y con ganas de probar lo que su madre había hecho. Liana no se apareció por allí hasta una hora después, se había entretenido conversando con un hombre de por allí cerca, quien le había dicho algo que despertó su entera curiosidad.

—Ayer estuvieron en Ugarit si es que las noticas no se equivocan, me contaron que muchos jovencitos intentaban escapar de los soldados, mas ni lo conseguían—murmuró despacio para Liana quien sonreía maliciosamente—, en uno o dos días estarán por aquí si es que vienen de prisa—concluyó el hombre preocupado, pues tenía hijos jóvenes, y todos hombres.

— Entiendo, y me parece genial que el rey Argus haga eso, estoy harta de muchachitos insolentes, apuesto que no tiene nada de qué preocuparse buen hombre, sus hijos podrían escapar también—sonrió cruzando los brazos mirándolo cómplice.
—No podrían hacerlo querida, sería muy peligroso. Estoy muy contento igual, quien no querría tener hijos soldados del rey Argus —bajó la cabeza, resignado y sonriendo triste, le dolía pensar en que había una gran posibilidad de no ver a sus cuatro hijos nunca más, o tal vez a solo uno de ellos.

—Si usted lo dice, no tengo porque contradecirlo. Un placer conversar con usted—su actitud se tornó más agradable al despedirse regresando a la tienda, intuyó que seguramente sus hermanas y su madre estarían preocupadas y que ya habían almorzado sin ella. Le molestaba siempre que cuando discutían y era ella quien abandonaba la tienda, nunca salieran a buscarla o disculparse. Su madre la conocía perfectamente, era solo una estrategia para llamar su atención, nunca sedería a eso.

Llegando a la tienda, liana, no tardó en oír la interesante conversación que sus hermanas tenían sobre el muchacho que habían encontrado, rodando los ojos se aproximó hacia ellas y les ordenó que guardaran silencio.

—Déjense de tonterías hermanas, este muchacho es un ladrón—murmuró dándole la espalda a sus hermanas que se encontraban sentadas cerca de la cama donde dormía el joven, inmediatamente Lea pensó que solo mentía.

—¿Un ladrón? ¿qué es este lugar? —preguntó Bevan despertando de repente, asombradas las muchachas lo miraron, él se había llevado un susto terrible, no sabía dónde estaba ni que había pasado.






NO SEAS FANTASMA. DEJA TU ☆

La Leyenda Del Trono BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora