Capítulo 4

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— ¿Cómo te llamas? — quiso saber inquieta Lea, quien ya tenía muchas preguntas por hacerle a Bevan, el las miraba aún muy asustado.

— Soy Bevan, necesito irme ahora, ¿Dónde estoy? — preguntó mirando a todas partes levantándose de la cama y gimiendo de dolor, las costillas le dolían mucho, no recordaba nada.

— Bevan, ¿Bevan qué? ¿de dónde vienes? — volvió a preguntar Lea, lo veía muy fascinada, quería saberlo todo.

— Soy solo Bevan y vengo de Ugarit— habló mientras se llevaba un trozo de pan a la boca que Gal había traído junto con un vaso de agua, el pedazo de pan golpeaba su estómago como si no hubiese comido nunca.

— ¡Se los dije!, vino huyendo de Ugarit, ¡es un ladrón! — exclamaba Liana, quien ya no soportaba la presencia del joven en sus tiendas, su diversión era contradecir a sus hermanas y hacer enojar a su anciana madre, disfrutaba siempre ser quien da las ordenes a pesar de no ser la mayor.

— Disculpe, no soy ningún ladronzuelo, solo soy un muchacho que huye de las manos de los solados del trono blanco— confesó lamentando lo dura y cruel que era su vida, entregarse seria mucho peor. Se llevó un último trozo de pan a la boca.

— Eres un tonto, no hay nada mejor que ser un soldado, ¿te imaginas? Aunque ni creo que lo seas, probablemente te lancen de regreso.
Eres todo un debilucho por lo que veo— lo fulminaba con su mala mirada Liana, quien lo observaba de arriba abajo comprobando de que verdaderamente no servía ni para levantar un saco de patatas.

— ¡Basta Liana!, te estas volviendo inaguantable hermana— protestó Gal levantándose bruscamente del tronco de madera—, iré por más pan para Bevan.

Bevan ya no quería seguir respondiendo las preguntas de esas mujeres en aquella fría tienda, la claridad de la luz del día que era visible a través de una pequeñísima ventanita, golpeaba y cegaba sus cansados ojos; por un instante quiso saltar de una vez de la incómoda cama y salir corriendo, pero admitió no tener fuerzas para ello. Aguardo a que el agua y el pan, resultados de la bondad de aquellas mujeres, hiciera efecto y recobrase sus tan ansiadas fuerzas de joven lleno de vida y entusiasmo. Entusiasmo que ya no tenía.

Agradeció una y mil veces la misericordia de cada una de las jóvenes y la anciana mujer, agradeció también a Liana que, a pesar de su mal trato, le permitió quedarse unas pocas horas más. Se despidió de inmediato prometiendo volver una vez que se sintió mejor para partir, se lo prometió a Lea, quien le cayó muy bien, era muy bonita y dulce, sin dejar atrás lo simpática y alegre.

— Debes marcharte ya, los solados han de estar muy cerca— habló la madre de las muchachas entregándole a Bevan unos trozos de pan y agua en una pequeña vasija de madera rota en la parte de arriba.

— Sí, no debo perder mucho tiempo más. Muchas gracias por todo— sonrió con los ojos llenos de brillo y alegría, Lea y Gal se despidieron deseándole mucha suerte, Liana permaneció sentada en rincón observando "la aburrida escena".

Salió de la tienda agradeciendo estar vivo, cualquiera en su lugar hubiese muerto en el río, recordó de repente al gran pez plateado y se asustó.

Realmente era increíble estar vivo.
Caminó en dirección a su próximo destino, la ciudad de Samur que se encontraba ya saliendo de las tierras de Kaná, nadie lo atraparía, saldría de aquellas tierras para buscar su lugar, para ser alguien, para encontrar un amor por el que valga la pena luchar. Estaba solo, siempre lo estuvo y no tenía nada que perder. Eso era lo bueno de no ser nadie, no perdía nada fracasando, pero si lo tendría todo si lograba destacarse en algo.

Contento de ya estar lejos se detuvo a descansar bajo un árbol. La tarde se perdía entre lo oscuro de la noche que se aproximaba trayendo consigo un viento seco y frio. Solo oía el sonido de su respiración entrecortada y el viento que ponía sus pelos de punta no dejaba que permanezca inmóvil bajo ese frondoso árbol, se movía de un lado a otro hasta que decidió ponerse de pie para mirar que había a lo lejos, todo era borroso ante sus ojos, todo el horizonte parecía estar lleno de una seca oleada de polvo. El relinchar potente de un caballo invadió el silencio de lo que parecía un extraño desierto; Bevan sintió escalofríos mientras el miedo se apoderaba de todo su ser, tuvo miedo de que fuese algún caballero del trono blanco y no quiso ni girar la cabeza para mirar.

El caballo marrón se acercó al él relinchando de nuevo, dio patadas al aire logrando estar justo al frente de Bevan, era solo un caballo esperando las órdenes del que sería su nuevo dueño.

— ¿Y tú jinete? — preguntó como si el animal le pudiera responder, observó las patas del caballo y pudo notar de que se encontraba en perfectas condiciones para ser montado, se veía bien alimentado y bien entrenado. No se hizo más preguntas a sí mismo, era inútil, jamás serian respondidas, al menos no en ese momento.

No perdió el tiempo y subió al lomo del caballo, sin recibir orden alguna el animal relinchó y ambos se alejaron de aquel lugar montando rápido. -Los soldados podrían estar muy cerca-pensó Bevan mientras iba sobre el caballo. Todavía se preguntaba cómo es que animales aparecían para ayudarlo, se sentía parte de alguna de las historias que las personas contaban sobre el rey Argus, en donde hasta feroces animales aparecían para auxiliarlo, soldados desconocidos se presentaban para librarlo de la muerte, una sensación de seguridad lo llenó de paz mientras se alejaba y se sumergía en lo que parecía un pequeño bosque en medio de un desierto, se adentraba mirando todo de reojo a su alrededor. Algo parecía llamar la atención de Bevan quien desmontó al caballo para acercarse a un árbol con un enorme agujero cubierto de lo que parecía un cristal, observó su reflejo en él y al instante golpeó con un puño aquel cristal que al tocarlo se dio cuenta de que era una gruesa capa de hielo dentro del árbol. ¿Qué hacía ahí? La temperatura estaba bastante alta como para que hubiese hielo por ahí, no tardaría en derretirse, pensó el mientras seguía mirando su reflejo.

La Leyenda Del Trono BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora