capitulo 20

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Cuando él volvió a la caseta yo no dije nada, me salí al banco de afuera para comer y mirar a la luna tranquilamente. Necesitaba estar lejos de él, olvidarme de lo de la playa, de lo que había querido de... lo que podría haber pasado. Aquella isla estaba volviéndome loca. Tan solo entré cuando creí que él ya se había dormido. 

- Zeus ayúdame- murmuré mirando al techo, no sabía que me estaba pasando.

Me tumbé en la cama lo más alejada posible de él. Orión se incorporó e intentó pegarme como el resto de noches, pero le aparté la mano sin dudarlo. No necesitaba su respiración contra mi espalda para aclararme, sin duda eso no ayudaría. Lo que no me esperaba, y mucho menos sabiendo el estado de su herida, era que me se pusiera sobre mi para mirarme. 

- Me haces daño- dije tras un duro duelo de miradas. 

Soltó la mano que me cogía del brazo malo, pero no se alejó, ni mucho menos se quitó de encima. Me siguió observando, intentando adivinar lo que pensaba, pero teniéndolo a esa distancia pocas cosas podía pensar la verdad. 

- ¿Pasa algo?- parecía un poco dolido, pero yo no le escuchaba.

Odiaba que estuviera tan cerca de mi. No soportarla poder sentir cada sílaba que pronunciaba rozando mi mejilla, que no pudiera pensar tranquilamente. Aunque lo peor era no poder encontrar una razón por la que debería alejarlo.

- Orión- dije con la boca seca, intentando no mirarlo- no es conveniente que estés tan cerca de mi, por favor.- sin duda la palabra era conveniente. No era que no pudiera, ni que no quisiera, simplemente no era conveniente...

- Dime qué pasa- repitió él sin alejarse nada.

- Por favor- repetí yo intentando que el colchón me tragara para no notar esa mirada sobre mi.

- Dímelo Artemisa. - Apretó con fuerza mi muñeca y colocó su otra mano en mi cadera por si intentaba escaparme.

La idea habría estado bien, haber huido como un animal asustado, pero ya era tarde. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando su mano tocó la parte que no tenía tela de mi costado. Cometí el terrible error de mirarlo a los ojos, y automáticamente todo mi cuerpo abandonó la idea de escapar. Ni aunque hubiera sido el mismísimo Tártaro podría haberle dicho que no a algo. 

Sentí sus agarres disminuir hasta que comenzó a acariciarme. Debería haber sido fuerte, haberme mantenido lejos, pero no pude. Dejé que se acercara, dejé que su respiración rozara mi mejilla, deje que sus labios se posaran sobre los míos en un tierno beso, y me dejé a mi misma disfrutarlo. Luego se alejó con una sonrisa. 

- Te odio- susurré. 

No conseguí evitarlo, y me lamí los labios. Dioses, debería existir este sabor. No me había dolido como la última vez, ahora ya no había sensación agridulce, todo en aquel beso me hizo querer más. 

- Ya te gustaría.- respondió con una sonrisa torcida. 

Coloqué mi mano en su nuca y lo incliné hacia mi, volviéndolo a besar. Sentía su mano acariciarme la cadera con mucho cuidado y sus labios torturándome con un beso lento. Enredé mi mano en su pelo mientras la otra permanecía sujetando su brazo. Volví a quedarme sin respiración como la última vez. Con su frente apoyada contra la mía y la respiración cortada. 

- No puedo hacer esto- susurré des-enredándome de su lado. 

- ¿Qué?- me miró, con las orejas rojas y la respiración alterada. Se incorporó rápidamente y con el ceño fruncido- ¿Cuál es tu problema Artemisa? Podía entender que me dijeras eso en el bosque, o incluso en el maldito inframundo, ¿pero aquí? Nadie sabe donde estamos por el amor de Hera. Me mandaste al inframundo y luego me besaste y ahora... - el chico se revolvió el pelo.

Dioses del olimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora