capitulo 30

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De algún modo llegué hasta mi tienda. Bloqueada y sin capacidad de pensar en nada, pero llegué. Tronaba un silencio ensordecedor en aquel lugar completamente abandonado. Jamás pensé que un solo punto del planeta pudiera guardarme tantos recuerdos que deseaba olvidar. 

Grité a pleno pulmón queriendo ocupar todo aquel espacio vacío de algún modo. Lancé la espada de Orión al otro punto de la tienda frustrada porque nada hubiera cambiado en aquel sitio desde la última vez que entré. Para mi todo había cambiado en un segundo. 

Un resplandor dorado iluminó mi espalda. Estábamos en el atardecer, así que no me hizo falta girarme para saber quién era. 

- La mataré. Hundiré una flecha en su pútrido corazón- chillé antes de coger su arco de la silla.

- Sabes que no puedes hacer eso Artemisa. 

Apolo me miraba con preocupación desde la puerta, pero él no lo entendía. No llegaba a comprender que cada vez que parpadeaba veía la sonrisa de Orión pidiéndome que lo matara. Saber que él no iba a volver... no. 

- ¡Sí! tú sabes que puedo, y que lo haré- aseguré mientras pasaba por su lado. 

- No puedes provocar una guerra entre dos diosas por un simple humano- me aferró el brazo para que no me marchara, su voz sonaba casi tan dura como su agarre y aún así no podía escucharle- ¡ERES UNA DIOSA! no puedes ceder a los impulsos. 

- Era mi amigo- contengo el llanto y la rabia atragantandome con las palabras. Seguía siendo mi amigo. 

- El problema es que ambos sabemos que siempre fue más que eso. 

Y ahí estaba, la realidad. Esa que no me atrevía ni a pensar cuando estaba a solas. Hubo un momento de silencio en el que mi corazón se rompió por completo. El ruido fue tan notorio que hasta mi hermano me tuvo que rodear con sus brazos por miedo a que la herida interna me hiciera caer. 

- La diosa de la castidad no puede enamorarse de un hombre Artemisa. No puedes desafiar todas las leyes por un humano. 

 Zeus me había advertido de lo mismo hacía mucho tiempo. Odiaba ser una diosa, odiaba a Afrodita por lo que había hecho, me odiaba a mi por haber elegido no querer a nadie, odiaba a Orión por haberme hecho arrepentirme de esa decisión, lo odiaba todo... No pude dejar de llorar, de recordarlo a él y la vulgar forma en la que había muerto. 

- Se supone que los héroes nunca mueren...- mi voz sonó como una súplica ahogada contra el pecho del dios. 

Apolo me dejó romperme entre sus brazos y manchar su impoluta camiseta blanca con mis lágrimas. Me aferraba con fuerza, pero ni siquiera eso podía consolarme, era yo quien lo había matado y eso era lo peor de no tenerlo.

- Estarás bien hermana- me susurró al oído, separó nuestro contacto y me obligó a mirarlo- Tus hermanas te necesitan Artemisa, necesitan que les expliques. Les dirás que te faltó al respeto y que hiciste lo que debías. No mencionaras a ningún otro dios ni nada parecido, necesitamos a esta fuerza de ataque concentrada, la venganza es algo oscuro en estas chicas...

- Pero...- él me obligó a mirarlo. Sabía que podría haberme encantado, echarme un hechizo y convencerme, pero sabía que tenía razón, y odiaba cuando tenía razón

- Tomate unos días antes de tomar cualquier decisión- acarició mi rostro- me encargaré de todo lo demás. ¿Nadie se mete con nosotros recuerdas?

Y así lo hice, me tomé unos momentos después que Apolo se fuera. Dejé el arco de Orión encima de la mesa y tomé el de mi padre. Limpie mi rostro de lágrimas, tomé una profunda respiración para hacer que mi corazón volviera a latir. Y entonces salí de mi tienda.

Esta noche todo estaba en silencio, las cazadoras estaban sentadas alrededor de la fogata, hablando apenas en susurro, otras miraban el fuego como si dentro de él fuese a salir un próximo enemigo. A medida que avanzaba se hacía el silencio. Una diosa, su diosa, su hermana, tenía que alentarlas, ese era mi deber. Me clavé justo enfrente del fuego y giré sobre mis talones. Una vez más, por él, tengo que ser fuerte.

- Hermanas- dije alzando la voz, y venciendo el nudo de mi garganta para que incluso las que estaban en los alrededores del fuego pudieran oírme- Sé que os he fallado estos últimos días, ni siquiera recuerdo con seguridad qué tipo de diosa era antes. Pero si hay algo que recuerdo, es que cualquier hombre- tragué con fuerza rogando por un poco de apoyo externo- da igual quién sea, no merece nuestro respeto. El placer carnal corrompe y destruye todo lo que está a su alrededor. Ese es el mensaje que reivindico hoy. Si el hijo de un dios, cree que tiene potestad de acercarse a mí, a mis hermanas, a las personas a las que quiero- empezó un leve susurro, una especie de murmullo en mis oídos, recordando a Afrodita y sus ponzoñosas palabras- Ya podrán correr por toda la eternidad, pues no descansaré hasta vengar cada pizca de honor que intenten arrebatarnos.- Miré mi arco mientras todas se levantaban de sus asientos- Orión era un hombre, y como a todos le llevó la codicia... Hice lo que cualquiera de vosotras habría hecho por preservar nuestro juramento. Ahora y siempre cazaremos juntas.

Hesper fue la primera en comenzar a aplaudir, luego se propagó hasta que mis oídos temblaron. Si supieran lo que me dolía aquel sonido, como si lo que hubiese hecho estaba bien. Abandoné ese sitio sin pensarlo, sin mirar atrás. No participará en la fiesta aquella noche, tan solo quería estar sola y poder romperme de una vez. De entre toda la multitud pude ver a Thalia mirándome preocupada, no tenía la fuerza para explicárselo ahora, quizás lo entendió con mi mirada o quizás le dio miedo preguntar.

Me metí en mi tienda y cambié de arco, necesitaba tener algo suyo cerca de mi, mantenerlo vivo de alguna forma. Salí por la parte de atrás con movimientos decididos. Sentía el suelo frío bajo mis pies, no se sentía como mi bosque, era demasiado solitario, falto de vida... Falto de él. A cada movimiento recordaba un poco de lo que habíamos pasado juntos, de lo que había olvidado de nosotros. Mis pasos comenzaron a ser torpes, mi respiración se negaba a seguir haciendo su trabajo, tuve que pararme para evitar caerme contra el suelo.

- No puedo- agarré mi pecho esperando no sentir nada. No podía seguir con vida sabiendo que lo había matado.

¿Sabéis ese sentimiento que te invade cuando todo lo que haces parece no ser suficiente? Cuando por mucho que te esfuerces no va a cambiar nada y lo único que te apetece es llorar y dejar que tu alma se rompa por dentro. Yo grito cuando esto me pasa, y aquella noche grité, grité con frustración hacia el cielo, tan alto y tan fuerte que me dolieron las cuerdas vocales, cuando ya no pude más lloré. Al final acabe aferrandome los pantalones y deseando que todo se rompiera o que yo pudiera dejar de hacerlo.

-... por favor... - mi murmullo fue una súplica de piedad hacia... mi misma supongo.

Aferré su arco entre mis manos antes de que el cielo brillara. Una nueva constelación... Observé con tristeza la nueva forma, un guerrero, armado con una espada en alto... Orión... Sonreí al recordar la última vez que lo había visto así, con su inseparable Gladius, abriéndose paso entre la maleza para cazar un jabalí. Esa constelación que siempre quiso en el cielo ahora estaba allí. El recuerdo era tan cálido en mi corazón que lo sentí como veneno.

- Gracias...- murmuré esperando que mi padre lo escuchara.

El resto de la noche se inundó de lágrimas y gritos. Golpeaba a cualquier cosa que estuviera a mi alcance. Luego simplemente perdí las fuerzas. 

BUUUEEENNOOO. Mis subidas no son regulares, pero espero que me perdonen. En cualquiera de los casos espero que os haya gustado este capítulo. Alguno me preguntó por privado la duración de "la parte de Artemisa" y le quedan dos capítulos. No voy a resolver el final de la guerra con esta protagonista, así que si tienen preferencia por saber acerca de algún personaje diganmelo, o lo resolveré con el que a mi me parezca. 

Muchas gracias por leer este capítulo y nos vemos en la siguiente parte, al menos por mi parte.  

Dioses del olimpoWhere stories live. Discover now