capitulo 22

140 19 0
                                    

Lo primero que veo es una colina despoblada, apenas tiene cuatro arboles entre los que te puedas cubrir. Todo tiene un tono amarillo propio del trigo de la zona. Sin embargo, no hay ni rastro de mis cazadoras. 

Me había acercado lo máximo posible a  Eleusis, a apenas dos kilómetros del antiguo templo de la diosa de la agricultura. Correr esa distancia no fue ningún problema, pero sin duda no me esperaba encontrar aquello.

- No...- Bajé corriendo hasta los escombros del templo- no, no, no... 

Apenas había tres rocas que se mantuvieran en alza, todas estaban tiradas sobre un suelo que sorprendentemente se mantenía unido. Tiradas sobre el suelo, totalmente solas, estaban mis hermanas. 

Salté una fila de piedras  por encima, con el arco cargado y mirando a ambos lados antes de agacharme hacia una de las chicas: Era castaña, alta a pesar de aparentar tener diez años, sus ojos miraban a la piedra, pero no había movimiento alguno. 

Dejé el arco en el suelo, y con las manos temblorosas toqué el pecho de la chica. Un leve latido, tan leve que noté como poco a poco se dejaba de notar, como poco a poco la vida amenazaba con marcharse. Comencé a reanimarla. Un segundo, presión, un segundo, presión... 

- Por favor- susurré mientras veía como su pecho subía y bajaba. Apenas respiraba, y su mirada seguía perdida.

Un chasquido se escuchó tras de mi. Hice una voltereta esquivando a la cazadora y recogí mi arco justo a tiempo. Una espada más grande que un bate de béisbol desvió la flecha que lancé. Ante mi dos figuras alzaban sus armas desenfundadas. 

- Artemisa- dijo una voz suave como el terciopelo. 

Una mujer alta y hermosa me penetraba con sus ojos grises como la tormenta, y amenazando con la lanza. Su cabello rubio como el oro estaba recogido tras un gran casco. Cubriendo su cuerpo, llevaba un escudo con una gran lechuza en el centro. 

A su lado, un hombre que parecía desayunar clavos por gusto. Vestido como un fiero gladiador romano, mantenía sus dientes apretados bajo aquella barba recortada sin bajar su gran espada.

- Atenea, Ares- saludé sin dejar de apuntarles.

- Artemisa. Ares,coge a las chicas y llévalas quince kilómetros al noroeste- dijo la diosa mientras bajaba su arma. Al parecer ya no era una amenaza.

- ¿Te crees que soy tu burro de carga?- preguntó el dios de la guerra bajando su espada.

- Eres burro, y al contrario que tu, esas chicas estaban aquí cuando se les necesitaba- Había algo en su forma de hablar, que me hizo pensar en lo ignorante que era en comparación con aquella señora. Todo en su compostura decía serenidad e inteligencia.- muévete. 

Sin esperar a que el dios dijera nada, Atenea se dio la vuelta y observó el territorio. A regañadientes el dios se fue cargando una a una a las chicas en los brazos como si pesaran lo mismo que el aire. Cuando no quedó nadie, salió corriendo a toda velocidad por la colina. 

- ¿Sabes cuantas posibilidades había de que me tocara con él?- preguntó Atenea- demasiado pocas como para que me siente bien llegar aquí y que no esté nuestro objetivo. La has dejado escapar.

- Acabo de enterarme de todo esto- me defiendo. 

- Tus cazadoras, tu responsabilidad. Ellas pierden a Demeter, tu pierdes a Demeter- Sigue mirando al infinito, y a pesar de que me esta echando la bronca, parece increíblemente serena, lo cual me enfada todavía más.

- Mientras vosotros estabais comiendo Ambrosía, mis chicas estaban defendiendo a los mortales y buscando a los causantes de esto. Se supone que debías estar con ellas cuando vinieran aquí, deberías haberles dicho lo de este lugar...

Dioses del olimpoWhere stories live. Discover now