Capítulo VII: Veinte segundos de valor irracional.

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Tecleo y tomo una cucharada de cereal.

Tú: Hola. ¿Estás?
Zita: Sí. Hola. ¿Cómo estás?
Tú: Bien. ¿Y tú?
Zita: También. Gracias.
Tú: Oye, ¿te gustaría ir a comer algo? Quiero hablar contigo. Jaja.
Zita: ¿Ahorita?
Tú: Si puedes, sí.
Zita: Vale. Eh...

Pasamos los siguientes veinticinco minutos poniéndonos de acuerdo en donde vernos. Cuando lo conseguimos, me visto y salgo corriendo.
La veo en una pequeña cafetería que le queda más cerca a ella que a mi.
Cuando entro, ella ya está mordisqueando una concha.

Una chica más o menos de mi edad y con uniforme del lugar se me acerca.

—Ya me esperan. — le digo antes de que pueda si quiera abrir la boca. Ella asiente y me deja pasar.
Me extiende la mano y me da una carta.

Unos huevos revueltos con tocino, frijoles y un jugo de naranja. — pido con una sonrisa y cuando la mesera se va, saludo a Zita.

—Hola, Elmo. — dice y extiende la mano.

—Hola. ¿Ya pediste? — le pregunto sacudiendo su mano de arriba a abajo. Me siento frente a ella.

—Ya. Pero como tengo hambre comencé a comer este pan. ¿Gustas? — y la verdad es que si gusto, pero por alguna razón lo rechazo agitando la cabeza de un lado a otro. — bueno. Y exactamente, ¿qué quieres hablar de Cara?

Me sonrojo. No puedo evitarlo. Siempre soy capaz de soportar la vergüenza y hacer cosas, pero con la cara roja. Mis mejillas encendidas siempre me delatan.

—¿Tan obvio soy? Quizá quería hablar de política. — invento. Y estoy rojo una vez más en mi vida en menos de dos minutos.

—Una señal de luces de neón en el cielo sería menos evidente. — las mujeres tienen un sexto sentido para estas cosas y el de ella es sobrenatural. Esa sonrisa de autosuficiencia es la prueba viviente, cuando esa sonrisa aparecía, ella tenía razón. Era jaque mate.
Claro que entonces yo no lo sabía, pero Zita lo sabía todo. Si ella lo decía era cierto, si ella lo decía debía hacerle caso. Ese era su súper poder.
Desafortunadamente para ella, eso solo aplicaba en vidas de terceros, porque para su propia vida era un desastre, como todos.

Me trueno los dedos de las dos manos, veo a ambos lados como si alguien nos estuviera espiando y comienzo.

—Supongo que comenzar diciéndote que me gusta, no tiene sentido. — niega con la cabeza, con pequeños, elegantes y dramáticos movimientos. Por supuesto que no tiene sentido, eso ya lo sabe.

—Lo supe en el momento en que te quedaste congelado en la puerta del Starbucks. — jala las mangas de su sudadera negra con un "Adidas" gigante en el pecho, que traía a la altura del codo. 

—¿Entonces? ¿Te ha dicho algo? — le pregunto esperanzado y mis dedos bailan nerviosamente en mis manos.

—No. No suele hablar mucho de asuntos personales. Es bastante reservada. — resoplo como... ¿una ballena? ¿Qué animales resoplan? Da igual de momento, aunque guardo el pensamiento para hacer la búsqueda en Google más tarde. Me concentro en lo que quiero preguntarle. — quiero invitarla a salir, ¿crees que tenga alguna oportunidad? — me muerdo el labio inferior y la veo como me imagino que los puercos ven al carnicero antes de morir, suplicantes. Si Zita va a romper mis ilusiones justo ahora, que lo haga con amor.

—Creo que sí. Te recordó que le debías una llamada y por la forma en que te vio, sé que muestra algo de interés en ti. Aunque no estoy segura de qué tanto. — la mesera regresa con la comida de Zita y mi jugo de naranja.
Zita le pone un poco de salsa a sus molletes y le da una mordida a uno. Yo bebo de mi jugo y a medio trago, Zita me pregunta. — ¿Qué edad tienes, Elmo?

De Zorros y HuronesWhere stories live. Discover now