Capítulo XIV: El barista de Zita.

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*[Capitulo dedicado a Cielo Salazar, que fue la primera en pedirme que firmara algo relacionado con esta historia y que además me regalo un fotomontaje increíble]*

—¿Qué tal te fue en la audición? — me pregunta Marcelo apenas entro a la biblioteca.

—La verdad es que no estoy seguro. — le digo con una mueca. — quiero creer que bien, pero el tiempo dirá. — me siento en el lugar habitual y Marcelo saca de debajo de su escritorio un tablero de ajedrez que me extiende.

Comienzo a acomodar las piezas mientras Marcelo le sella un libro a un chico que hace una devolución.

—Bueno, si no te dan el papel, ellos se pierden de tu talento. — me dice con una sonrisa una vez que ha tomado asiento frente a mi. Sé que intenta hacerme sentir mejor, pero no lo consigue porque si no obtengo el papel, yo me lo pierdo.

—Supongo que tienes razón. — miento.

Comenzamos a jugar y gano, apenas, la primera partida. Y es durante la segunda que comienzo a hablar.

—Marcelo... — suspiro antes de proseguir y el junta las manos sobre la mesa. —

—¿Si? — pregunta él mientras me observa detenidamente. Entrelaza los dedos y posa ambas manos sobre la mesa. Es su turno, pero parece que hará una pausa para escucharme.

—No sé. — y en realidad sí sé que es lo que quiero decir. Lo que no sé es cómo comenzar. Él espera. — Hay una chica que... — Marcelo me interrumpe. Aplaude fuertemente y luego hace el ademán de silencio para sí mismo.

—Lo sabía. No es la misma de siempre, ¿verdad? ¿Ara? — no esperaba una reacción tan efusiva de su parte.

—No. Ella y Nono... No, es otra. Se llama Cara. — me ve extrañado.

—¿En serio? ¿Solo le agregaste una C al principio? ¿No podías buscarte una Josefina o algo completamente diferente? — pregunta y no había notado hasta ahora que solo existía una letra que las convertía en una persona completamente diferente.

—No me había percatado, pero no es el punto. Creo que estoy comenzando a enamorarme de ella. Y tengo miedo de que sea muy pronto. Tengo muchas ganas de verla y... — me detengo.

¿Y qué? No sé qué decirle a continuación. ¿Cuál es el problema real? Sé que algo está mal conmigo, pero no sabría que es durante mucho tiempo.

—Tienes que ir despacio. — me aconseja al ver que no continúo. — El amor joven suele cometer el error de quererlo todo. De querer comer más de lo que ambos pueden masticar.
Ve un paso a la vez y recuerda que no es tiempo de pensar de qué color será tu traje el día de la boda. Disfruta el día de hoy. — Marcelo entendía el problema, pero yo no. Y esa fue la razón por la cual no pude seguir su consejo.

Salí del lugar creyendo que había entendió el consejo, pero sucede que muchas veces no entiendes cómo funciona algo hasta que ya lo rompiste. Iba a pasar mucho tiempo antes de que pudiera entender bien lo que Marcelo acaba de decir.
Por el momento, seguía extrañándola de una forma enfermiza. Aún era una cosa mínima, pero estaba creciendo.

Mi celular suena de repente y cuando contesto, escucho una voz familiar bastante alegre.

—Hola, Elmo. ¿Quieres ir a comer algo? Tengo algo que contarte. — Casi puedo ver la sonrisa de Zita dibujada del otro lado de la línea.

Así que la acompaño a cenar y compartimos una orden de alitas.

—¿Y cómo has estado? — me pregunta evidentemente feliz y emocionada. Sé que está siendo educada al preguntarme, así que se lo ahorro para que vaya directo al grano.

—Bien, pero se ve que te mueres por decirme algo así que dime, ¿qué pasó? — le pregunto.

—Hay un barista nuevo en el Starbucks al que voy por las mañanas — termina y se queda sonriente frente a mí.
Hay silencio durante un par de segundos.

Mi mano se extiende en señal de "¿y luego?" Y al mismo tiempo digo:

—¿Felicidades? ¿Le queda mejor el café? —
Ella rueda los ojos y deja caer ambas manos sobre la mesa.

—No, tonto. Me ha estado coqueteando. — dice y la señalo con la mano.

—Ah, ¿ves? Eso cambia todo el sentido de lo que dices. —

—Pues no me dejaste terminar. — reclama.

—Ni siquiera comenzaste, pero da igual. ¿Cómo te ha coqueteado? ¿Estás segura? — pregunto y finge sentirse ofendida.

—¿No me crees capaz de darme cuenta cuando alguien me coquetea? — sonrío.

—¿En qué momento dije eso? Solo quiero saber qué ha pasado. — le doy un trago a la limonada frente a mí, ella toma otra alita y se prepara para comerla, pero antes responde.

—Pues siempre me sonríe mucho, me dibuja cosas en mi vaso de café, me hace una pregunta todos los días. Cuál es mi color favorito o comida o que me gusta hacer, etc. Antier me dijo que debería ir por café también saliendo del trabajo. — le da una mordida a la alita.

—¿Y lo hiciste? — tomo otra alita y le doy un par de vueltas entre mis dedos que se embarran de salsa.

—No.— su respuesta es seca, pero con un toque de duda.

—¿No?— insisto.

—¡No! — me mira un segundo y añade — bueno, sí. —

—¿Y qué ha pasado? — muerdo la alita.

—Nada. No estaba ahí, así que me hice la tonta un rato. Fingí como que me quedaba a trabajar porque vi a uno de los empleados que es amigo suyo y no quería verme muy obvia. — se ruboriza un poco, de forma casi imperceptible.

—Seguramente él le va a decir. — ella abre los ojos.

—¡Maldita sea! Espero que no. — y veo en su cara como hace una tormenta en un vaso de agua.

—¿Qué tiene de malo? Mostraste un poco de interés, así que ahora seguro que él se lanza. — me encojo de hombros.

—Pero me da miedo. — se esconde detrás de su bebida.

—¿Qué? ¿Él te da miedo? — pregunto con extrañeza.

—No, la situación. No quiero empezar a salir con alguien... Bueno, si quiero, pero no. —
Suelto un suspiro y luego sonrío un poco conmovido.

—¿Y si te da miedo por qué acudiste en primer lugar? — ella me mira como intentando asesinarme, pero sabiendo que la he puesto en jaque mate.

—No te he traído aquí para que me cuestiones. Sé que mi acción no tuvo coherencia con lo que siento, pero... muchas veces es así, ¿no? — me observa buscando mi aprobación.

—Sí, creo que sí. — respondo pensando en mí mismo, porque creo que tiene razón.
Hay veces en la vida que nuestras palabras, pensamientos, sensaciones y acciones no son coherentes entre sí.

Al final, creo que entiendo a Zita.
Entiendo su interés y su miedo e incluso logró identificarme con ambos.

Me da gusto que sienta interés por alguien y quisiera ayudarla a abandonar ese miedo, así que le digo lo que Marcelo me ha dicho antes:
"El amor joven suele cometer el error de quererlo todo."

Aunque ni yo mismo entiendo del todo la frase.

Nos despedimos con un abrazo y acordando que si sucede algo relevante con el barista, me lo contará de inmediato.
La veo sonreír y girar sobre sus tobillos protegidos por unos zapatitos negros, se pone sus audífonos y se pierde entre la gente que camina por la calle.

De Zorros y HuronesWhere stories live. Discover now