Capítulo 2. Séptimo sentido

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Durante el viaje en taxi Carolina decidió llamar a su amiga Marta. No podía con esto sola. El mundo se le venía encima y en cualquier momento sentía que podía caer desmayada en el mismo taxi.

―¿Sí?

―Marta... ―suspiró con la voz rota.

―¿Carol? ―esperó una respuesta al otro lado de la línea pero solo escuchaba sollozos― ¿Carol qué pasa? ―empezó a asustarse.

―Es Bruno... ―respondió en un quejido.

―¿Bruno? ¿Qué pasa con Bruno? Carolina me estás poniendo nerviosa.

―Ha tenido un accidente y... no sé...

―¿Dónde estás? ―atajó―, voy a buscarte.

―En un taxi, camino al hospital ―respiró un poco más tranquila.

―Voy directa al hospital. Tranquila, ¿vale?

―Gracias.

Marta colgó el teléfono agitada. Estaba por salir de su casa cuando Carol la llamó, y ahora le tocaba cancelar el encuentro con su amigo. Agarró el bolso, las llaves, y atravesó corriendo la puerta. Decidió ir en metro. A esas horas con el tráfico que había ir en coche sería un delirio. Una vez sentada y de camino escribió un mensaje.

«Estoy de camino al hospital, creo que tenemos que postergar la cita».

Todavía no entendía qué había pasado. ¿Un accidente? Suponía que de coche. A veces Bruno se pasaba pisándole al acelerador, pero ¿un lunes por la mañana? Su móvil vibró.

«¿Estás bien?»

En ese momento se arrepintió del mensaje. No había pensado lo que había escrito, qué descuido. Respondió para tranquilizarlo rápidamente.

«Sí, tranquilo. Es el novio de mi amiga, al parecer tuvo un accidente. No sé muy bien qué pasó, pero me llamó muy asustada. Voy a acompañarla».

El susto que se habrá llevado. Tanto tiempo sin verlo, y justo hoy pasaba esto.

«Ok. Te llamo más tarde. Beso».

Marta no podía dejar de pensar en Carolina. La sintió realmente mal hablando por teléfono, angustiada. La situación parecía grave. El trayecto en metro se le hizo realmente largo, aunque esto no era novedad, atravesar la ciudad era un engorro, y más en esa situación en la que la cabeza trabaja desenfrenadamente. Por suerte el metro hacía una parada cerca del hospital, y no tardaría en llegar.

Entró por la puerta de urgencias tratando de ubicar a Carolina sin éxito. Un bebé llorando, ancianos sobre camillas, un tipo con una brecha en la cabeza. El panorama era estupendo, pero ni rastro de Carolina. Buscó el teléfono en el bolso para llamarla, marcó, y cuando comenzaba a dar tono la vio aparecer por la puerta. Se acercó a ella rápidamente.

―Hey, ¿cómo estás? ―preguntó Marta mientras la abrazaba.

―¿Sabes algo? El maldito taxi tardó una eternidad ―se quejó lloriqueando.

―No he preguntado, no soy familiar. Ven ―le echó la mano sobre los hombros para reconfortarla―, vamos a preguntar.

Se acercaron al mostrador de información y allí Marta se encargó de dar el nombre de Bruno para poder recibir algún dato del accidentado; Carolina estaba demasiado afectada y apenas era capaz de unir conceptos para llevar a cabo una conversación. Si no fuera por Marta ahora mismo estaría perdida. Bueno, ahora y siempre. Ella siempre estaba cuando la necesitaba, en las buenas y en las malas. Marta era su hermana, aunque no fuera de sangre. Se conocían de toda la vida, literalmente. Con ella siempre había un tema del que charlar, eran sus mutuos paños de lágrimas, una para la otra. Se decían todo sin remordimientos, había confianza suficiente para cualquier cosa, para decir lo bueno, y también lo malo. Carolina tenía muy claro que si Marta estaba ahí en ese momento era por ella, y no por Bruno. Nunca había sido santo de su devoción. La enfermera fue a buscar unos papeles para darles información.

Nunca es suficienteWhere stories live. Discover now