Capítulo 4. Antes de ti

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Gael iba al volante y Marta lo acompañaba de copiloto para darle indicaciones durante el camino y aprovechar para hacer un poco de guía turística, aunque realmente no parecía necesario; el argentino se manejaba bastante bien por la ciudad. El coche se detuvo frente al portal de Carolina. Gael miró por el retrovisor buscando una reacción de Carol, pero esta permanecía impasible mirando por la ventanilla. Bajó la mirada, se desabrochó el cinturón y se le escapó un suspiro mientras lo hacía. Entrar en su casa, esa que compartía con Bruno desde hacía años, suponía enfrentarse a innumerables recuerdos y afrontar el dolor de la traición que acababa de sufrir. Resignada, tomó aire y miró a Gael, que la seguía observando a través del retrovisor.

―Gracias por traerme ―murmuró, esforzando una sonrisa que él le devolvió.

Carolina abrió la puerta del coche y se apresuró a bajar. Marta miró a su amiga, que ni siquiera se había despedido, y comprendió que estaba a punto de derrumbarse de nuevo, y que no podía dejarla sola.

―¿Me esperas un momento? ―le dijo a Gael.

―Claro ―respondió él con una sonrisa.

Marta salió del coche y fue hacia el portal, donde su amiga se peleaba con la llave y la cerradura, como siempre.

―Carol ―la tomó de la mano― ¿qué te parece si subimos a por un poco de ropa, y te vienes a casa? ―Carolina miró a su amiga con pesar ―. Mañana volvemos a por el resto. No acepto un no como respuesta.

―Gracias ―alcanzó a responder.

Los ojos de Carolina empezaban a llenarse de lágrimas. Otra vez su amiga llegaba a salvarla. Antes de que se pusiera a llorar y a abrazarla allí mismo, Marta le quitó las llaves de las manos y se adentró en el edificio seguida por su amiga. Minutos más tarde las dos amigas salieron del lugar con una pequeña bolsa de deporte en las manos y se subieron al coche. Gael sonrió al entender lo que pasaba.

― Próxima parada, Villa Marta ―bromeó la amiga de ambos.

Gael rio ante la broma, y buscó la sonrisa de Carolina a través del espejo. Leve, pero ahí estaba, antes de perderse de nuevo en la ciudad a través de la ventanilla.

Marta vivía en un apartamento bastante amplio. Su sueldo le permitía pagarse un piso de tres habitaciones en pleno centro de la ciudad. Era precioso. No por nada era interiorista. Techos altos, grandes ventanales, paredes blancas... los muebles modernos convivían en el espacio con muebles antiguos, y el ambiente blanco se rompía con estampados de colores salpicados por todas partes. Su amiga tenía muy buen gusto. Segundos después de entrar por la puerta, su perra apareció para saludar.

―¡Hola Savi! ―saludó Marta mientras le hacía monerías al cachorro.

―Ya no recordaba que tenías perro. Ha crecido bastante.

―Ha crecido un montón, pero sigue siendo un bebé. Dile hola a la tía Carol, Savi.

―¿Eres consciente de que eres más amable con los perros que con las personas?

―Eso es porque se lo merecen más.

―¿Por qué le pones Savannah si le vas a llamar Savi? ―preguntó mientras acariciaba a la perrita.

―Pues por lo mismo que te llamo Carol, cuando te llamas Carolina. Anda, vamos a preparar tu cuarto.

El cuarto de invitados seguía la misma línea de decoración que el resto de la casa. Una pequeña mesilla blanca envejecida junto a la cama, una colcha y unos cojines estampados, un pequeño armario a juego con la mesilla, y una mecedora junto a la puerta del balcón.

Nunca es suficienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora