Capítulo 8. Curiosidad

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Savannah rascaba con su pata la puerta de la habitación de su dueña. Era hora de comer y Marta parecía demasiado entretenida para echar unas cuantas croquetas en su plato. Abrió la puerta en ropa interior y acarició la cabeza del animal.

―Qué inoportuna eres cuando quieres, hija ―reprochó―. Ven.

Cerró la puerta del cuarto y buscó el saco de comida de Savi para darle de comer a la cachorra, que movía el rabo feliz de obtener su cometido.

El teléfono sonó sobre la mesa. Un mensaje.

«He llamado veinte veces a Carol y no contesta. ¿Sabes dónde está?»

Lo que le faltaba. Hacer de niñera. Abrió la conversación de Carolina y le escribió.

«Tu hermano me escribió. Su nivel de preocupación debe ser grave. Respóndele»

Se quedó mirando la pantalla esperando que el mensaje llegara, pero no lo hacía. Decidió llamar.

"El teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento."

―Será perra.

Savi la miró ladeando la cabeza.

―Tú no, cariño. La perra ahora es tu tía.

Buscó el número de Gael en la agenda.

"El teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento."

―¡La madre que los parió! Hemos perdido a tus tíos, Savi.

La perra miraba a su dueña como si estuviera loca. No iba muy desencaminada. Decidió enviarle un mensaje a Gael, por si decidía dar señales de vida en algún momento.

«¿Has secuestrado a mi amiga? Trátala bien o no respondo. Avísame cuando volváis, por fa.»

El teléfono sonó, pero no era Gael.

«¿Me vas a dejar en visto?»

―Este tío es tonto.

Buscó el emoji de los ojos saltones y se lo envió.

―Así de visto te voy a dejar ―dijo.

La puerta del cuarto se abrió y un hombre moreno, alto, salió a buscar a Marta.

―Perdón. Aquí la niña que tenía hambre.

Él le quitó el móvil de las manos y lo dejó sobre la barra americana; la agarró por la cintura y la besó dejándola sin aire. Marta se dejaba hacer hasta que la melodía del teléfono la sacó de su trance, pero el moreno no se detuvo en su tarea. Respondió la llamada sin mirar, creyendo que sería Gael.

―Hola ―contestó

―A ver, «doña iconos», ¿me puedes decir dónde está mi hermana?

Marta le dio la espalda a su acompañante para hablar más cómoda por teléfono.

―Mira, don «hermano mayor», tu hermana ya es responsable y no necesita una niñera. Y mucho menos necesito ser yo la niñera ―le respondió con aire chulesco.

El ligue de Marta se acercó a ella por la espalda y empezó a besarle el cuello, desconcentrándola.

―Solo estoy preocupado. Ayer no me contestó las llamadas y hoy tampoco. ¿Pasa algo?

Marta se disponía a responder a la pregunta cuando su acompañante perdió una mano en su ropa interior. No pudo controlar un suspiro.

―Uff... que si pasa...―susurró sin darse cuenta―. ¿Tú eres siempre así?

―¿Así cómo?

―Así de pesado.

―No soy pesado.

El moreno giró a Marta y la levantó en brazos para llevársela al cuarto.

―Mira Javier, estoy ocupada ―sentenció.

Al otro lado de la línea Javier escuchó los tonos del teléfono. Marta le había colgado.

―¿Pero qué se cree esta niñata?

Revisó si su hermana había leído los mensajes, pero todavía no los había recibido. Al parecer Carolina seguía sin tener cobertura. Decidió llamar de nuevo a Marta para dejarle claro que a él nadie le colgaba el teléfono.

―¿Sí? ―contestó Marta agitada.

―¿Se puede saber por qué me cuelgas?

―Te dije que estoy ocupada.

―¿Y qué te tiene tan ocupada si puede saberse?

―¿Te interesa? ―preguntó Marta.

―Sí ―respondió―, porque ha de ser importantísimo.

―Tú mismo.

Marta dejó el teléfono a un lado y continuó con su tarea. Javier seguía pegado al auricular sin escuchar ni entender nada. ¿Se habrá cortado?, pensó.

―¿Marta?

En ese instante empezó a escuchar sonidos al otro lado de la línea. Una respiración agitada. Suspiros. Pudo identificar besos. «No puede ser», pensó, «está fingiendo». Creyó que se trataba de una mala broma de la amiga de su hermana, hasta que identificó el gruñido de un hombre seguido de los quejidos de Marta.

Inmediatamente cortó la llamada.

―¡Joder! ―exclamó mirando incrédulo la pantalla de su móvil.

No salía de su asombro. Definitivamente la curiosidad mató al gato. A nadie se le habría ocurrido, solo a la loca de Marta, dejar el teléfono descolgado durante un polvo. Acababa de escuchar a la amiga de su hermana pequeña acostándose con un tipo. La situación lo puso nervioso.

Javier era un hombre correcto. Siempre se había responsabilizado de Carolina, y por eso nunca había simpatizado con Marta. Según él, ella era una mala influencia para su hermana. La situación que acababa de vivir era una buena prueba de ello. Marta era alocada, impulsiva, y todo se lo tomaba a broma; no quería que Carol se contagiara de ese tipo de actitudes.

Por un microsegundo imaginó a su hermana cometiendo la misma locura telefónica que Marta. Se odió a sí mismo por crear esas imágenes en su cabeza. Abrió WhatsApp y escribió.

«Tu amiga está LOCA. Llámame.»

La próxima vez seguro que se lo pensaba dos veces antes de llamar a Marta, y tres antes de reclamarle o preguntarle algo.

Nunca es suficienteWhere stories live. Discover now