La curiosidad que mató al gato

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—¿Cuánto más Helena huirá de mí? —preguntó Ernest mientras se acercaba hacia nosotros y esperaba a sus amigos.

—Solo déjala en paz —respondí molesta.

Tenía suerte de que Helena siguiera siendo mi amiga después de que ambos decidieran terminar su relación hace menos de dos años. Él parecía haber superado esa etapa después de un tiempo de la ruptura, pero Helena seguía sin sentirse cómoda compartiendo el espacio con él. Ella no había querido renunciar a nuestra amistad por el cariño que me tenía pero el contacto fuera de la escuela se tenía que dar en su casa o en algún otro lugar, Helena no había regresado a casa desde que terminaron.

Pensaba que todo sería menos incómodo después de que pasaran unos meses de la ruptura pero Ernest no cooperaba para que eso sucediera, parecía que la idea de que ella siguiera gustando de él le acrecentaba el ego y eso me provocaba unas incipientes ganas de darle un puñetazo en la cara, desaparecí todos esos impulsos y me centré en lo que por el momento me tenía más preocupada.

—Por cierto, yo no había escuchado nada acerca de la desaparición del profesor, ¿Tú sí? —me dirigí a Ernest, él tragó un sorbo del jugo que había comprado.

—Por supuesto que no —respondió con obviedad— si hubiera sabido te lo habría contado, además estuve todo el fin de semana en casa terminando tareas y haciendo los quehaceres —me señaló con su dedo índice— que por cierto te tocaban a ti y no los hiciste porque creíste que era buena idea pasar todo el fin de semana con esa señora.

Se refería a la novia de papá, había estado saliendo con ella desde hacía como dos años y mi relación con ella era lo suficientemente cercana para ir a visitarla e incluso quedarme a dormir. Era una buena compañía, disfrutaba mucho de pasar tiempo con ella y compartirle lo que pasaba en mi día a día, y también me agradaba escucharla a ella, estaba lejos de considerarla mi madre pero ya la sentía como parte de la familia, aunque para Ernest era diferente, en el mejor de los casos solo la ignoraba.

—Pues sí fue una buena idea quedarme con ella, porque eso significa no tener que verte —dí un pequeño tirón a la mano de Franc para que avanzáramos hasta el mostrador y así alejarnos de Ernest— es insoportable —dije en voz baja, solo para que Franc escuchara

—Tú no eres mejor compañía —exclamó Ernest mientras salía de la cafetería junto a sus amigos.

Rodé los ojos y negué con la cabeza exasperada.

—Cuando te veo a ti y a Ernest pienso en lo bien que estoy siendo hijo único —dijo Franc— digo, es obvio que se quieren, pero a menos que alguno de los dos estuviera en peligro ninguno daría ni siquiera tres pesos por el otro.

-—Somos muy incompatibles —respondí con sinceridad.

—Lo noto —añadió.

Elegí comprar una ensalada de frutas y un jugo de zanahoria con manzana, quería endulzarme un poco la mañana pero todo el fin de semana elegí las harinas por encima de las verduras, así que al menos nada de galletas y pan para desayunar en esa semana.

—Cambiando de tema —sugirió Franc— mejor dicho, regresando al tema del profesor —vaciló.

—Ajá —lo miré curiosa.

—Sus hijos son lindos —me pareció ver un brillo en sus ojos y reí.

—Supongo que es así.

—¿Supones?.

—No me sienta bien discutir si son atractivos o no, cuando están aquí pasándola mal.

—Lo sé, pero eso tampoco fue un impedimento para que uno de ellos te viera de esa forma —dijo mientras me empujaba suavemente con sus hombros.

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