Un oscuro y profundo precipicio

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Ya había pasado una semana de la desaparición del profesor y todo seguía igual, sin ninguna pista, la policía buscaba sin un rumbo fijo porque en palabras de mi padre "Es como si nunca hubiera existido y solo hubiera sido un imaginario colectivo". Mi padre estaba al pendiente de lo que sucedía entorno al profesor, pasaba a la casa de su esposa a diario para mantenerse al tanto y brindarle su apoyo.

El profesor y mi padre se conocían desde hacía años, su amistad comenzó cuando mi padre se convirtió en un apoyo cuando Olsson se divorció de su ex esposa y cuando mi madre murió, el profesor lo acompañó en su duelo de la misma forma. Al pasar los años se comenzaron a frecuentar menos debido a que mi padre trabajaba casi todo el día, incluso los fines de semana, sin embargo ambos se seguían considerando amigos cercanos, si alguno necesitaba algo el otro estaría ahí para apoyarlo.

El sonido del horno me sacó de mis pensamientos, corrí a la cocina para sacar la charola de galletas que preparé para la esposa del profesor y los Olsson. Mi padre los invitó a comer el sábado pasado pero yo no pude estar en la cena debido a que dormí en casa de Helena, así que quería tener mi propio buen gesto con ellos.

Las galletas desprendían un rico aroma a mantequilla y tenían un buen aspecto, eran perfectas. Si algo se me daba muy bien era cocinar.

—Que buen aspecto tienen —dijo Ernest mientras una sonrisa se plantaba en su rostro y su mano se dirigía directo a la charola para tomar una galleta.

—Deja ahí —le respondí dándole un fuerte golpe en la mano que causó que la apartara al instante— eso no es para ti.

—¡Oye! —hizo una mueca de dolor— grosera.

Totalmente ofendido se dirigió hacia la mesa para tomar su desayuno.

—Eso sí es tuyo —le dije señalando el par de pancakes con Nutella y fresas y una taza de café con vainilla. Su rostro cambió totalmente dedicándome una amplia sonrisa para después lanzarme un beso con su mano, besó que tomé en el aire y fingí tirarlo a la basura. Era una broma por supuesto, pero siempre correspondía sus gestos de cariño de esa forma.

—Te quiero hermanita, por favor nunca lo olvides —dijo antes de comenzar a devorar su desayuno favorito, se lo preparaba a veces, cuando mi buen humor y el tiempo de sobra compaginaban en una misma mañana.

Escuché los pasos de mi padre bajando las escaleras y aproximándose a la cocina, iba abotonándose la camisa, desesperado por terminar rápido. Voltee a ver el reloj en la pared, eran casi las siete con quince, el tiempo justo para que llegara a tiempo a su trabajo, pero él odiaba ir con el tiempo justo, siempre acostumbraba a ir con media hora de anticipación, era un hombre muy precavido o un hombre muy ansioso.

—Malas noticias —hizo una pausa para tomar de un solo trago un vaso de naranja— mi auto se quedó sin batería, así que Ernest me tendrás que prestar el tuyo —Ernest rodó los ojos pero asintió.

—Le hablaré a Leo para que pase por nosotros —le respondió.

Entonces fui yo quien rodó los ojos, Leo era uno de los mejores amigos de Ernest, un tipo irritante que tenía rasgos de narcisismo, creía que todas las chicas se sentían insuficientes para él y por eso lo dejaban cuando en realidad todas ellas habían logrado huir de él.

—Perfecto, les prometo que solo será hoy, ya llamé al mecánico para que venga hoy y recargue esa vieja batería.

Papá se acercó a mí para depositar un beso en mi frente y darme un prolongado abrazo, luego pasó a darle unas palmaditas en la espalda a Ernest quien de ninguna manera se iba a parar y despedirse de papá porque eso significaría dejar de comer.

GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora