Capítulo 37

1.4K 104 3
                                    

Terminamos de desayunar y Julian se viste luego de la ducha. Me ofrece llevarme a casa para ir a buscar algo de mi ropa, pero yo me niego. Aunque me quede gigante la ropa de Julian, me gusta. Además huele a él, por lo que siento su presencia conmigo todo el tiempo. Sonrío al sentir sus dedos entrelazándose conmigo, para poder bajar las escaleras.

—Jul... —Diana pronuncia el nombre de Julian pero al vernos bajando las escaleras se queda callada. Cuando sus ojos se topan con los míos me esboza una tímida sonrisa que me tranquiliza. Al ver mi ropa oprime una risa, llevándose una mano a la boca—. ¿Qué haces aquí, linda?

Tomo mi labio inferior entre mis dientes y el rubor se apodera de mis mejillas. Apreto más la mano de Julian y su pulgar me acaricia de arriba a abajo el dorso de ésta. Separo mis labios para hablar.

—Me quedé a dormir —respondo. ¿Por qué mentir?—. Lo lamento por no avisar.

—Ok —Diana asiente con la cabeza—. ¿Necesitas algo para comer? ¿Julián te dio todo lo qué necesitas?

Bajo la mirada para ver mi ropa y río.

—Sí, no te preocupes. Ahora iremos a la clínica a ver como resultó la operación de mi mamá.

—Oh, está bien —cuando estamos abajo, Diana me envuelve en sus brazos en un cálido abrazo y me susurra al oído—. Cuídate, sé que tu madre estará genial. Cuida a Julián  también.

Suelto una risita nerviosa y le doy un beso en la mejilla antes de que Julian me arrastre por la casa hasta llegar al auto. Me siento en el asiento de copiloto y Julian  en el conductor. Enciende el motor y conduce hasta la clínica. Yo me dedico a mirar por la ventana, como cientos de nubes grisáceas envuelven poco a poco el cielo.

Entramos a la clínica, con el brazo de Julian sobre mis hombros. Una sonrisa se dibuja en mi cara cuando veo a Abril hablando con el doctor, de buena gana. Me acerco a ellos y Julian me pisa los talones.

—¿Y cómo va todo? —pregunto a espaldas de Abril. Ella me abraza. A los pocos segundos se separa de mí y observa mi ropa, pero prefiere guardarse los comentarios.

—La operación salió bien. Puedes pasar a verla. Está en la habitación E-28. Anda.

Asiento y doblo por el corredor izquierdo. Sección E. Busco por el pasillo el número veintiocho. Veintiséis, veintisiete... veintiocho. Trago saliva y posiciono mi mano derecha en el pomo de la puerta. La giro y deslizo la puerta hacía adentro.

Oigo el sonido de una respiración calmada y profunda, y reconozco de inmediato que es mi madre durmiendo. Cinco sombras de máquinas se reflejan en la céramica de la alcoba y la ventana está un poco abierta, haciendo que entren brisas de aire helado y que las cortinas de color burdeo se ondeen lentamente. Me acerco a la camilla.

Y ahí está, con su rostro algo hinchado con matices púrpuras en la frente y la mejilla izquierda. El puente de su nariz está cubierto con una tela, su cabello esparcido por la blanca almohada. Mis ojos se llenan de lágrimas al ver su brazo recién operado, con una gasa enorme envuelta en él. Su boca está seca y sus párpados se mueven poco a poco por las alteraciones de su profundo sueño. Cojo su mano y un escalofrío recorre mi columna vertebral. Sus dedos huesudos, su mano fría y la piel algo rojiza por el impacto.

No me atrevo a levantar la manta y ver el golpe más duro que me había dicho el doctor, el estómago. Seguramente fue un milagro que no se haya quebrado una costilla ni nada por el estilo. Aprieto mis dedos contra los de ella y escucho como un jadeo brota de sus pálidos labios. Sus ojos se abren con lentitud y dejan ver dos grandes iris de color café, las pupilas sin vida... pero aún así puedo ver como la tristeza inunda en sus ojos de manera abundante. Oh, mamá.

—Hola —digo con la voz quebrada pero con una sonrisa que puede demostrar mi alegría porque esté despierta. Siento como sus dedos se unen a los míos con más fuerza y una lágrima cae por mi mejilla.

—Ori —dice con la voz ronca, como sí tuviera muchos alfileres cruzados en sus cuerdas vocales—. ¿Ya nos podremos ir a casa?

—En un par de días —sollozo. Ella esconde un gemido frunciendo sus labios y da débiles toques con su pulgar contra mi piel—. ¿Te sientes bien? ¿Te duele algo?

—Me siento bien. Sólo... me duele un poco el brazo. Pero estoy bien. ¿y Nai? ¿Robin?

Hago una mueca.

—Nai está bien y Robin también. Pero no me han dejado entrar a verlos así como no sé como están ahora. Pero me alegro que estés bien.

—¿Por qué estás vestida así?

Las comisuras de sus labios se levantan débilmente y una inmensa felicidad me llena.

—Es de Julian...

Abre los ojos con sorpresa.

—¿Es tu novio, ya?

Mi cara se vuelve escarlata. No, no es mi novio.

¿Qué es, entonces?

Abrazos Gratis (Orian Adaptada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora