Capítulo 7: El Dolor Purga los Pecados

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Querido Eustace,

Su solicitud de matrimonio ha sido aprobada. El dios del destino, junto con las Lasas, ha practicado los rituales de adivinación y consultado con los oráculos celestiales su majestuosa unión. La mujer que ha sido seleccionada para hacer votos con usted  por el resto de su vida es Su Celestial Alteza, Dasha de Velathri, divina princesa. La boda se deberá llevar a cabo pasados siete años a partir de este momento.

Sinceramente,
Su Celestial Majestad, Euphrosyne de Velathri, divina reina.


Eustace se levantó antes del amanecer solamente para rezar a los dioses. Siempre lo hacía. Su devoción hacia sus deidades era lo más importante en su vida. Luego su padre. De rodillas, hizo una seña con su puño derecho antes de golpear el suelo con éste mientras pedía perdón por los pecados cometidos consciente e inconscientemente.

La diosa Uni le había enseñado que el dolor físico purificaba el alma. De este modo, se hacía daño en los puños cada vez que creía haber cometido algún acto impuro. Suspirando, cogió su bastón y se puso de pie para continuar con su guardia en la frontera.

—Me has olvidado, ¿cierto? —escuchó la voz de Liptaura detrás de él.

El joven esbozó una preciosa sonrisa torcida.

—Te estaba esperando. Sueles desaparecer a menudo.

—Porque has estado pensando en una mujer. He estado muy celosa.

—Tú eres la única mujer en mi vida.

Él sintió la respiración de la Doxy en su cuello.

—¿Qué hay de tus diosas? —un sonido parecido a una risa brotó de la garganta del muchacho. La Doxy olfateó la piel de su cuello tal como si deseara darle un mordisco—. Eres tan silencioso... Hazme el amor, Eustace.

Ella movió su verdosa mano de largas uñas ennegrecidas hacia su pecho, tratando de excitar los pezones del joven. Él apretó los labios, conteniendo el aliento, por un instante sintió que sus piernas se debilitaban.

Lentamente movió su bastón y, antes de que el hada demoniaca lo notara, la hirió en el cuello con la parte filosa de su arma. Escuchó su grito de ira al tiempo que su sangre lo manchaba en el pecho.

—Eres un ingrato —el hada se lamió las manos ensangrentadas—. Te he salvado la vida un millón de veces... Y has intentado asesinarme.

—El dolor purga tus pecados.

—No deseas tocarme como mujer.

—No eres mujer.

—Por supuesto que lo soy —enfurecida, le enseñó todos sus punzantes dientes manchados con su propia sangre—. Pequeño, me debes tu vida. Tu labor es servirme plácidamente. Pensé que me querías.

Eustace se sintió herido y molesto.

—Estoy comprometido. Jamás podría tocarte.

—Pero, ¿lo deseas?

—No.

Irascible, el hada trató de morderlo. Eustace interpuso su bastón y la empujó fuera de su camino. Ya no era un niño pequeño. Había adquirido la fuerza necesaria para no dejar que la Doxy lo manipulara. Liptaura se agachó para mirarlo a la cara, pues su omnipotente altura superaba la del chico.

—Vas a pagarme, niño —masculló antes de correr tan velozmente como una pantera entre las sombras del amanecer.

De alguna forma, Eustace se sentía enormemente traicionado. Decepcionado. Cuando regresó al campamento, los soldados se preparaban para su entrenamiento matutino rutinario.

Los Pecados de EustaceWhere stories live. Discover now