CAPITULO 10.

79.7K 4.3K 1.2K
                                    


—¿Yo dije que te estaba dejando? —me preguntó él, arqueando su ceja en signo de pregunta.—No, _________, estaré aquí contigo, toda la noche, cada noche. Pero tú no estás preparada para ser penetrada aún.

—Te juro que lo estoy—exclamé—En serio lo estoy, NamJoon —Si estuviera más lista, estallaría en llamas.

Él rió en silencio, aunque el sonido fue tenso.

—No aún, __________—susurró él. —Pero pronto.

Él se movió a través del cuarto, y luego noté la pequeña bandeja que había sobre la carpeta de mi cómoda empotrada en la pared. Él lo recogió y al volverse, mis ojos se ensancharon con aprehensión.

Había varios artículos sexuales yaciendo sobre la bandeja de plata, así como un gran tubo de lubricante. El que más me asustó, fue el grueso consolador anal apoyado sobre su ancha base. temblé al verlo, sacudiendo mi cabeza con miedo mientras él se acercaba hacia mi. Si sólo estuviera lo bastante asustada, pensé fríamente. Que Dios me ayudara, mi feminidad estaba en fuego, mi cuerpo tan sensible que creía que una suave brisa me produciría un orgasmo. Y ver esos juguetes, el grueso invasor anal y el gran consolador, me hacían temblar, no sólo de miedo, sino de entusiasmo.

NamJoon puso la bandeja sobre mi mesa de noche, luego se sentó sobre mi cama, mirándonos fijamente.

—Si no te mantienes excitada, necesitándome a mí y a lo que te daré, entonces me alejaré—me dijo él, con una voz tan suave.—Pero yo te empujaré, _______, veré lo que te gusta, veré lo que puedes tomar. No sólo esta noche, sino toda la semana. Tú eres mía hasta la noche de la fiesta de tu padre. No importa qué, no importa cuando, siempre y cuando lo que haga te excite.

—¿Y si no lo logras? —pregunté con ira. —¿Qué vas a hacerme, lastimarme hasta que no pueda soportarlo más?

—Sólo puedo darte lo que quieres, lo que necesitas —dijo él entre dientes apretados. —Estás tan malditamente caliente por ser dominada que no puedes soportarlo. ¿Tú piensas que no conozco eso? ¿Crees que te contaron los rumores sobre mis preferencias innecesariamente? Si no estuvieras excitada por ellas, _________, no hubieras estado tan mojada como para empapar mi mano hace dos años cuando te arrinconé en el pasillo. Sólo estás asustada. Y te deseo demasiado como para dejar que sigas asustada de lo que ambos necesitamos más.

—¡No lo haré!—Pero la excitación estaba electrificando mi cuerpo, haciendo latir cada célula en anticipación.

—¿No lo harás?—gruñó él.—sé sobre los libros que tu madre encontró en tu cuarto cuando ibas al colegio, __________. Las historias que lees, para satisfacer esas ansias que no puedes explicar.

Mi cara se enrojeció. Mi madre había estado enfurecida sobre los libros porno que había encontrado en mi cuarto ese año.

—¿Alguna vez cojiste tu trasero, ________?—me preguntó suavemente él, inclinándose hacia mí, mirándome fijamente. —¿Mientras acariciabas tu feminidad, luchando por un orgasmo, tu dedo alguna vez entró en ese pequeño, caliente, oscuro pasaje sólo para ver cómo se sentía?

Yo lo había hecho, gemí humillada. Pero no había sido mi dedo, había sido el delgado, redondeado vibrador que yo tenía escondido. La oleada de oscuro placer que se había extendido por mi había sido aterradora. Incluso peor había sido el duro, espantoso temblor de un orgasmo que casi me hizo gritar, subiendo por mi cuerpo, y haciendo que de mi sexo chorreara un fluido suave, pegajoso. Recordar el dolor de la penetración, la humillación de lanzar aquel chorro de líquido, había hecho que nunca volviera a intentar tal cosa, excepto con mis dedos. Incluso ahora, años más tarde, el recuerdo de ese acto era suficiente para hacerme ruborizar de vergüenza.

—¿Eso dolió, _________?—. Y desde luego, ese malvado reconoció el rubor de la admisión sobre mi piel.—¿Te hizo desear más?

—No—escupí, temblando de nervios, excitada.

—Yo creo que sí—. Él tocó mi mejilla, sus dedos acariciando mi carne, su voz apacible. —Creo que te dejó dolorida, necesitada y demasiado malditamente asustada para intentar hacerlo. Creo _________, que me necesitas tanto como yo te necesito.

—Y yo creo que tu estás loco —lo ataque, rechazándolo, preguntándome por qué lo hacía cuando lo necesitaba tanto.

Su pulgar me acarició los hinchados labios, sus ojos oscuros, brillando en la luz de la vela.

—¿Lo estoy? —me preguntó NamJoon suavemente. —Vamos a ver, __________ cómo de chiflado estoy.

Tᴇɴᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ «𝐍𝐚𝐦𝐣𝐨𝐨𝐧» | 𝐀𝐝𝐚𝐩𝐭𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 |Où les histoires vivent. Découvrez maintenant