Capítulo 1

862 19 1
                                    

Advertencia de la autora:

Esta historia contiene escenas de violencia, referencias sexuales, palabrotas y alguna referencia al nombre de Dios en vano. Como también contiene muchos chilenismos, sólo la recomendaría para chilenos mayores de 15 años.
•-•-•-•-•-•-•-•-•-•-•-•-•-•-•-

Así fue como fue.

Yo vivía en el pueblo (no diré cual, pues pondría a mi familia en peligro). Y, claro, no sabía que los vampiros existían siquiera. Había leído la saga Crepúsculo, pero asumí que era todo fantasía. Evidentemente. No iba a ser verdad. Y menos en Chile.

Y resulta que un día estaba haciendo la chancha (la cimarra, novillos, o como le quieran llamar), en el bosque, porque los martes tenía un horario asqueroso en el colegio. El horario de este día espantoso consistía en puras materias humanistas, que se me dan pésimo, y gimnasia que se me da todavía peor. Total, ya era una experta falsificando justificativos (otra historia). Y, además, todavía estaba en octavo. Las notas ni siquiera contaban todavía para entrar a la universidad. Como si yo fuera a ir a la universidad.

Estaba sentada en mi tronco favorito, pensando en cuánto me gustaría ser millonaria para recorrer el mundo en vez de darme la paja de estudiar o trabajar, cuando sentí un movimiento detrás de mí y antes de que alcanzara siquiera a volverme sentí un agudo dolor en el cuello.

Y luego todo fue confusión y dolor. Creí escuchar una voz muy dulce y desesperada decir "No, Jasper. No amor.". Pero pronto estuve demasiado distraída creyendo que me habían empapado en combustible y me habían prendido fuego porque me ardía todo mi hermoso cuerpo.

Intenté moverme, escapar, pero a pesar de poder retorcerme y mover mis extremidades no fui capaz de ponerme de pie y correr. Y ahora sé que no hubiera servido de nada en realidad.

No supe cuánto duró. Las voces permanecieron muy poco. Luego fue una larga agonía. En algún momento sentí otras voces, y recuerdo haber rogado que tuvieran piedad y me mataran. No lo hicieron, aunque sentí que me movían a pesar de que estaba vagamente consciente de estarme retorciendo.

Cuando mi cuerpo comenzó a dejar de arder, y pude abrir los ojos, vi que ya no estaba en el bosque, sino que en algún interior desconocido. Bonito. Techo de madera con vigas al aire. Buen aroma. Muchos aromas. Agradables. Colorido intenso. Guau. Mi cuerpo se sentía diferente. No me dolía nada, pero algo faltaba. El sonido de fondo que me había acompañado toda la vida. Ah, sí. El latido. Mi corazón no latía. Mierda. Miré a mí alrededor.

Junto a mí había un par de personas que me miraban con cara de compasión. Adultos. Adultos jóvenes. Altos. Blancos. Bonitos. Muy bonitos. Guau.

La cara de la mujer me sonaba, creo que del supermercado. En un pueblo tan chico como el mío, a uno le terminan sonando todas las caras. La recordaba por lo pálida, y porque me había hecho pensar en esas personas que jamás toman sol porque se cuidan del cáncer de piel. Era muy bonita, como dije. Y junto a ella había un tipo, muy pálido también y muy hermoso, aunque él no me sonaba para nada.

¿Mencioné lo bonitos que eran?

Y lo primero que se me vino a la mente es "mierda, ¡soy un vampiro como en los libros de crepúsculo!". Y lo segundo que se me vino a la mente es: "Daniela, no seas estúpida... ¡Los vampiros no existen!".

Daniela soy yo, por si acaso.

Pero resultó que estaba en lo cierto. La maldita saga tenía razón y los vampiros existen. Son pálidos. Son muy bonitos. Y el par que me miraba tenía los ojos café clarito. Anormalmente claritos. Me recordaron a la crema de la torta de galletas (mantequilla-café-azúcar-ron-vainilla). También noté que eran altos, a pesar de que estaban sentados.

No juegues en el bosque Where stories live. Discover now